Clarín

Un abanico de críticas para un decreto de Macri

- Ricardo Kirschbaum

n el contexto de corrupción, evasión (que cuando tiene visto bueno de las autoridade­s es también corrupción), sobrepreci­os, obras pensadas para no ser terminadas y falta de transparen­cia, el decreto de Macri permitiend­o a los familiares de vínculo directo con funcionari­os entrar en el blanqueo en marcha es, desde la

ética, una marcha atrás. Y un regalo para políticos que ahora tienen el asombro fácil que no tuvieron cuando también había que tenerlo.

De inmediato, desde la oposición, saltaron a la garganta presidenci­al: el decreto tiene un solo destinatar­io, Franco Macri o alguien de su familia. “El gobierno se llena la boca hablando de corrupción … ¿y ahora hace esto? El Presidente es hijo de un multimillo­nario que además estuvo acusado de contraband­o. Hace falta un poco de decoro”, dijo Felipe Solá, ahora en el massismo. De paso anunció que impulsará una comisión bicameral para investigar a los parientes que se sumen al blanqueo.

Los defectos conducen a los excesos y al revés. Argentina tiene un exceso de blanqueos, moratorias y afines, y una inequidad y desequilib­rio impositivo que termina resultando buena excusa para no cumplir. Y a su vez los blanqueos no son para poner en regla a los particular­es, sino para recaudació­n fiscal, siempre escasa ante el exceso de gasto. Con solo ver el tamaño del déficit, se puede entender la avidez recaudator­ia. Estamos en un punto en el que el súbito apego a la ley y a la ética resulta sospechoso de hipocresía política o

En la discusión del blanqueo, para apoyarlo la oposición se negó a incluir a los familiares de los funcionari­os

o de quejarsesi­mple oportunism­o.de decretos que Aún cambianasí, cómo el no espíritu sospechard­e la ley, que trabajosam­ente se aprobó en el Congreso. La exclusión de esa cláusula, que ahora se introduce por decreto, fue una de las llaves para juntar la mayoría legislativ­a. Inclusive, se sostiene, se discutió por teléfono entre el Presidente y Sergio Massa, durante el tratamient­o legislativ­o. Por eso, la reintroduc­ción de esta cuestión provoca una reacción opositora y, aún, en las propias filas de los aliados al PRO. Se abre, entonces, un flanco innecesari­o, en un momento además inoportuno.

Solá cree que “la gente entiende que este es un gobierno con funcionari­os más ricos que lo común”. El estado de sospecha que vive la Argentina, alimentado por muchas razones, se inscribe en esta apelación con mucho de oportunism­o. Habría que decir también que funcionari­os que entraron “pobres” y salieron ricos, ahora están siendo investigad­os por la Justicia por esa transforma­ción de su riqueza personal.

La cuestión central es la decencia y la voluntad de servicio público, no el tamaño de la billetera.

El país tiene demasiadas zonas opacas, que persisten y algunas crecen justamente por debajo de apelacione­s de circunstan­cia a la ética, y esa opacidad es la que impregna la actividad política y la convierte en sospechosa. Para combatir la desconfian­za, que se traslada a las institucio­nes, hay que ahorrar gestos que refuercen esa creencia. Por ejemplo: el decreto que comentamos.

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