Clarín

La chica que enamoró a su marido trepada a una mesa

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Dice que su marido recuerda perfectame­nte la primera vez que la vio. Delegada estudianti­l, estaba subida a una mesa en medio de una asamblea en la Universida­d de Rosario, donde ambos cursaban Ingeniería: era el recurso al que apelaba para no quedar perdida en medio de un mar de hombres. No cuesta nada reconocer, en esta ministra, a aquella chica de la que se enamoró Torcuato Battaglia. De familia peronista él, radical ella, esto no fue obstáculo en su historia de amor. Es más: “Mi suegro siempre creyó - dirá

Susana Malcorra hoy- que yo lo había persuadido a mi marido de ser radical, pero la cosa fue al revés . Porque en 1983, el primero que se afilió fue él y después yo. Quisimos votar en la interna por Alfonsín. Después tampoco es que militamos, pero para mí el radicalism­o representa­ba y representa, un tema de institucio­nalidad, de respeto a las institucio­nes, que para mí es muy importante y me parece que es uno de los grandes temas pendientes de la Argentina”. Canciller del gobierno de Cambiemos, después de haberle aclarado a Macri que no lo haría desde una óptica partidaria, ha debido modificar algunas de las rutinas que tenía en Nueva York: “Hacía yoga dos veces por semana y caminaba una cantidad de cuadras por día, cosa que acá es muy difícil. Esa rutina que

he perdido me ha pagado con algunos kilos este año”. Para remediarlo está ahora con un nutricioni­sta. Sus vecinos (alquila un departamen­to amueblado sobre Posadas, a cinco cuadras de la Cancillerí­a) se sorprenden aún cuando la ven volver del supermerca­do cargando sus propias bolsas. El ajetreo del cargo obliga a organizars­e: una persona la ayuda en las tareas de la casa dos veces por semana, va a una peluquería a la vuelta de la oficina (“El día de la jura - nadie me conocía pero de alguna manera se enteraron - el señor, muy amable, me regaló el brushing”) y suele comprar la ropa, una vez por año, en Nueva York, eligiendo la que no se arrugue y tenga ciertas caracterís­ticas “porque siempre estoy pen

sando en la valija”. De Rosario conserva su mejor amiga, desde primer grado, y amigas del barrio, que se han ido sumando a las que hoy tiene en Buenos Aires y alrededor del mundo. Aquella jovencita que daba clases a la noche en un sindicato, en plena zona roja de Rosario, con los libros apretados contra el pecho para que nadie la confundier­a (“Aún así me confundían, porque decían ‘esta chica hace de alumna”) jamás hubiera imaginado mucho de todo lo que después haría, como el cargo que hoy ocupa. Convencida de que en la vida hay que aceptar tomar el tren cuan

do llega, aconseja a los jóvenes- filosofía curiosa para una ingeniera- no planificar tanto todo. Sabe de qué habla.

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