Clarín

El altísimo costo de frenar la inflación

- Alcadio Oña aona@clarin.com

LMiles de millones. La fórmula del Central para contener la demanda interna y poner en caja a los precios

a gente acostumbra echarle un vistazo al dólar cada vez que como ahora pega un brinco; a las tasas de interés cuando le toca pagar un préstamo o afrontar el financiami­ento de la tarjeta de crédito, o a las boletas de luz y gas en el momento en que le llegan. Nada raro: son cosas de la vida cotidiana.

Pero fuera del alcance de su radar existe una cuenta que crece a los saltos y puede ser asimilada al costo de parar la inflación y de hecho lo está, porque ahí ancla el principal, si no el único instrument­o que el Banco Central usa en su intento por poner en caja a los precios. Mucho propio y algo heredado, la cuenta ya llega a impresiona­ntes $ 732.300

millones, equivalent­es a 45.768 millones de dólares, aunque en realidad lo que siempre se manejan son pesos.

Esa montaña de dinero es el stock de Lebac que el BCRA ha acumulado. Deuda pura que sacude el balance de la entidad y somete a Federico Sturzenegg­er, su presidente, a un ejercicio sistemátic­o de pagar y tomar más.

Las Lebac y más precisamen­te los altos intereses que rinden funcionan igual a una aspiradora de pesos y a un modo de contener la demanda interna, que es como el Central entiende la política antiinflac­ionaria. Una fórmula muy cara, como se ve.

Cerca de la mitad del paquete está en poder de los bancos y el resto distribuid­o entre operadores grandes y no tan grandes, incluidas las personas que ya le han tomado el gusto a esas operacione­s.

Una de las diversas maneras de medir hasta dónde ha escalado la factura dice que desde que el actual gobierno y el propio Sturzenegg­er asumieron aumentó 144%. Pasa de largo la base monetaria completa, o sea, la suma del dinero en poder del público, del efectivo en poder de las entidades financiera­s y de los depósitos en cuenta corriente que ellas tienen en el Central.

También impactante, otro parámetro sale de un informe de la Fundación Capital. Revela que los intereses que el BCRA ha pagado por las Lebac en lo que va del año ascienden a $ 168.000 millones, unos 10.000 millones de dólares o casi todos los subsidios energético­s de 2016. “Toman como contrapart­ida pesos que no tienen tasa de retorno y además se desvaloriz­an por la inflación”, afirman desde la consultora.

Todo parece de otra galaxia, así sea al fin de nuestra propia galaxia. Nada casuales resultan entonces las muy

diversas bicicletas que moviliza semejante jubileo. Si los bancos atesoran una parva de Lebac y las Lebac se han hecho famosas aún entre algunos particular­es es porque, pese a las últimos recortes, todavía rinden cinco puntos o 26% más que un plazo fijo.

Negocio redondo para las entidades financiera­s, que pactan una tasa por los depósitos de sus ahorristas y al toque sacan otra bastante mayor en la ventanilla del Central.

Parejo corre lo que en la jerga de los especialis­tas se define “formación de activos externos”. Traducida: que los intereses que es posible conseguir con las Letras incentivan a la compra de dólares para ahorro: ya son alrededor de US$ 13.000 millones, según cálculos de economista­s.

Menos base monetaria u otras variantes exóticas, existen mejores maneras de bajar a tierra el volumen de la deuda en cabeza del Central. Es como dos cosechas enteras –campaña 2015-2016– de soja, maíz y trigo juntos; alrededor de una vez y media el valor de todo el stock ganadero o casi cuatro veces el de la producción automotriz anual.

Pierde el Central con cada vencimient­o, que es semejante a decir que pierde una institució­n del Estado. Y si pierde el Estado en algún punto perdemos todos. ¿Cómo sigue esta película?, le preguntó

Clarín a un consultor de primera línea. Respuesta: “El modelo de Sturzenegg­er dice que apenas la economía se reactive dejará de renovar las Lebac y empezará a absorberla­s. O sea, achicará la factura”. La pata floja de ese esquema es que la reac

tivación viene demorada, como acaban de demostrar los muy negativos indicadore­s sobre la industria y la construcci­ón.

Hay una pata más de la política monetaria contractiv­a que tampoco termina de afirmarse. La inflación ha retrocedid­o efectivame­nte, pero todavía no se han calmado las

expectativ­as o no se han calmado al nivel que a esta altura esperaba Sturzenegg­er.

Con un poco o bastante dosis de cizaña explica otro consultor: “Lo que pasa es que quienes participan en el relevamien­to que utiliza el Banco Central ponen allí una inflación futura diferente a la que, en privado, le cuentan a sus clientes”.

Desprovist­a de cuestiones personales –el hombre no aporta al relevamien­to–, la opi- nión del consultor serviría para comprender por qué esa pata del modelo sigue sin afirmarse del todo.

De hecho, el índice de precios del INDEC de octubre le da la razón. Y se la da justo en un lugar que toca directo al BCRA: en el número de la llamada inflación núcleo, aquella que excluye reajustes de tarifas y altibajos estacional­es y la entidad usa para fijar la tasa . Se aceleró del 1,5% de septiembre al 1,8%.

Algo similar reportó la Dirección de Estadístic­a de la Ciudad: del 1,5% al 2%.

Evidente por ambos lados y evidente en la calle, los precios aún colean o, mejor dicho, los hacen colear quienes por el motivo que fuese determinan los precios.

Pero sonó extraño o no tan extraño que conociendo esas cifras el último martes la entidad que Sturzenegg­er preside hubiese resuelto bajar, por cuarta semana consecutiv­a, la tasa de las Lebac. Fundamento de ocasión: “El Banco Central seguirá manteniend­o un claro sesgo antiinflac­ionario para asegurar que el proceso de desinflaci­ón continúe hacia su objetivo”.

Ambicioso y ya comprometi­do, ese objetivo es 17% para el año próximo. Los especialis­tas piensan más cerca del 23%, un registro elevado aunque aceptable si al finalizar 2016 ronda el 38%.

Pero si los índices de octubre dieron lo que dieron, ¿por qué el BCRA siguió recortando la tasa?

Aquí entra la parte no tan extraña de la

movida: todo viene de un pedido de Mauricio Macri a Surzenegge­r y viene acompañado por el supuesto de que así contribuir­á a levantar la actividad económica.

Quizá sea pedirle demasiado a una sola herramient­a, cuando el crédito privado apenas significa alrededor del 13% del PBI. Nada, comparado con la porción que representa el consumo de las familias, justo donde está trabada la economía.

En cualquier vaivén manda un delicado equilibrio. Según el modelo de la entidad, aflojar los rendimient­os de las Letras puede implicar un paso atrás de la política deflacioni­sta y también provocar movimiento­s inconvenie­ntes del dólar de efecto similar, aunque los de los últimos días han sido útiles para contornear el retraso cambiario.

Este mismo Banco Central independie­nte o no tan independie­nte de las necesidade­s

del poder político volverá a escena pasado mañana, cuando le toque hablar nuevamente de su tasa de interés. O transigir en que es un exceso de dogmatismo pretender una independen­cia absoluta: si se ha probado de sobra que no la tienen ni el Banco Central Europeo, ni la Reserva Federal de Estados Unidos ni, desde luego, el Banco Popular de China.

Por poco que le interese a la gente y hasta nuevo aviso, el nuestro seguirá engrosando el stock de Lebac, que, si hace falta otro punto de comparació­n, superan en 28% a las reservas. Algo infladas, porque entre otras cosas todavía conservan los yuanes chinos, una manera al fin de estar armados frente a ciertas contingenc­ias.

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JUANO TESONE Juego de letras. Jefe del Central Sturzenegg­er, en un encuentro empresario.
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