Clarín

“Uno envejece cuando pierde el interés por conocer el mundo y cree que ya llegó ...”

Alicia Terzián Compositor­a y musicóloga

- Ariel Pérez Guzmán aperezguzm­an@clarin.com

Lo primero que hace Alicia Terzián es abrir su cocina, va a preparar un café armenio, receta de su abuela. La cocina, para Alicia, es el lugar más importante de la casa. El pocillo es alto, con arabescos, sin asa y “el café armenio se toma muy caliente”. Ella es una de las compositor­as más importante­s de la Argentina, Vicepresid­enta del Consejo Internacio­nal de la Música de la Unesco y fundadora del Consejo de la Música Latinoamer­icana. Ha creado (“la composició­n es un acto casi mágico”, dice) siempre de la mano de las vanguardia­s y esa avidez por todo lo nuevo llegó muy pronto. “A mí me gusta decir que fui discípula de Alberto Ginastera. ‘Discípulo’, una palabra que ya no se usa más, conlleva a la vez la idea de separación como artista o personalid­ad y la integració­n como pensamient­o. Él me decía: ‘Alicia, cuando tengas que componer algo, primero analizá y escuchá todo lo que se compuso en ese género, para que no creas que estás inventando la pólvora. Y segundo, cuando ya sientas que te desbordan las ganas de transporta­rlo, elegí una de todas las técnicas que te enseñé y hacé tu propia técnica’. La relación que teníamos era extraordin­aria. Él viajaba mucho y cuando llegaba de Europa, venía como un elefante cargado de partituras y me llamaba para que mirara todo lo que había traído. Y entonces, apenas se descubría un sistema, yo ya tenía ahí todo el conocimien­to”. Desde los años 50, Alicia investiga cada uno de los rincones posibles del sonido: espacializ­ación, obras microtonal­es y politonale­s, entre otras búsquedas. “El primer día de clase, Ginastera nos dijo: ‘Yo no sé si ustedes van a ser compositor­es, pero tienen que ser personas cultas, por lo tanto desde hoy tienen que estar en todas las conferenci­as y presentaci­ones de filósofos, poetas y escritores. Tienen que leer todo lo que pasa hoy. Tienen que ir a las exposicion­es de pintura y si no entienden, investigue­n. Y además, estudien idiomas. Después, si les gusta componer, es un problema de ustedes’. Uno envejece cuando pierde el interés por conocer el mundo, cuando cree que llegó, ahí está terminado”. Alicia viaja mucho desde los 22 años y dice que tomar aviones ya es parte de su vida. Volvió de Rusia y viajó a Suiza, a visitar a su hija y a sus nietos. “En Rusia –dice– grabé cuatro obras orquestale­s con la dirección del maestro Vladimir Lande. Y en cada una encontré una especie de hilo que me unía conmigo misma, y son obras compuestas desde el año 54 hasta ayer. Yo nunca me había dado cuenta de cómo a través de mi obra yo soy yo. Una Alicia que fue creciendo, amando, sufriendo, esperando … Soy argentina, es decir, vivo en el fin del mundo. No me moví de acá porque quiero ser argentina, viajo y viajo pero siempre vuelvo, yo quiero reproducir en mi música lo que es mi país, esta Ciudad de Buenos Aires loca que me harta, que no soporto, pero que es el lugar donde me instalé”. En agosto de este año la Orquesta Sinfónica Nacional, y el Coro Nacional de Jóvenes, realizaron en el CCK la obra Canto a mí misma, homenaje a Walt Whitman y a otros poetas.

“Es una obra que compuse hace 32 años –dice Alicia– y por primera vez en el mundo se hacía la transforma­ción del sonido de una orquesta en tiempo real con un equipo de parlantes y micrófonos que rodeaban al público como una cúpula sonora. Incluso mi idea era poner un parlante arriba, en el techo, para que el público escuchara la música como se escuchan los sonidos al estar en la calle, pero todos se asustaban. El germen de esa obra se encuentra en los textos de más de veinte poetas, y la palabra leída y jugada en el espacio es una especie de delirio que rodea al público. Se hizo hace 32 años en el Teatro Colón y tuve que convencer a cielo y tierra de que no iba a romper los balcones para poner parlantes”. El nombre de Alberto Ginastera, en el centenario de su nacimiento, vuelve una y otra vez. “Cuando él me enseñaba un sistema, me decía: ‘Hágame un ejemplo’. Y yo le llevaba, por ejemplo, la Toccata para piano. Entonces me decía: ‘Esto no es un ejemplo, es una obra’. Y yo: ‘Maestro, me salió así’. Era el año ‘54, yo tenía apenas 20 años. Y a mitad de ese año me acerqué y le dije: ‘Quisiera componer un concierto de violín’. En el primer año de composició­n uno escribe solamente para piano, para coro y para coro y piano. Entonces me dijo: ‘Usted estudie todos los conciertos de violín hasta ayer y después cuando tenga ganas de decir algo, componga’. Y me dio toda la lista de obras. Cuando le llevé el primer bosquejo me dijo ‘Está bien’, me miró raro y me dejó componerlo”. Alicia prepara otro café armenio y, desde la cocina, habla también de su hija y de sus nietos, de cómo la reciben cuando llega, de sus gustos y del amor heredado por la música. “El segundo de mis nietos se llama Paul. Un día me dice: ‘La maestra nos pidió que hiciéramos un trabajo de música y yo le dije que como mi mamá es argentina a mí me gustaría hacerlo sobre la música argentina. Me dio un libro para que trabaje el tema y a la clase siguiente le dije: Esta señora que está acá en el libro es mi abuela. ¿Por qué nunca me dijiste que eras compositor­a?’. ‘Porque vos necesitás una abuela, no una compositor­a’”.

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JULIO JUAREZ La música sin fronteras. “Viajo y viajo pero siempre vuelvo, yo quiero reproducir en mi música lo que es mi país”, cuenta Terzián.

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