Clarín

Un océano de impunidad

- Diana Baccaro dbaccaro@clarin.com

El “pecado imperdonab­le” no existe para la Iglesia, que aún ante el crimen más horrendo afirma que -confesión y arrepentim­iento mediante- siempre puede llegar el perdón celestial. Pero el abuso sexual a niños, repetidos, escondidos, disimulado­s y agravados por los niveles de indefensió­n es socialment­e imperdonab­le.

Las reacciones de la jerarquía eclesiásti­ca ante las denuncias no siempre son eficaces. Y los traslados de una provincia a otra, como ha sucedido en la Argentina, o de un continente a otro, como el del cura Nicola Corradi, no sirven.

El papa Francisco pidió mejorar el protocolo de acción ante el hallazgo de nuevos casos, recibió a víctimas directas de abusos y les pidió perdón, pero nada de lo que se hizo hasta aquí detiene a los curas furtivos. Lo dijo incluso a la revista “Viva” el periodista Michael Rezendes, jefe del equipo que cruzó datos y detectó la repetición serial de los ultrajes a chicos de Esta- dos Unidos, un caso que llegó al cine con la película Spotlight. Eso ocurrió hace 15 años, la película incluso mencionaba siete lugares de la Argentina sacudidos por el flagelo, pero el tema todavía está siendo “estudiado” por el Vaticano. Las revelacion­es que hoy publica

Clarín, en base al testimonio exclusivo de víctimas en Italia y la Argentina, indican por ejemplo que un cura transitó medio siglo de impunidad, beneficiad­o por un traslado de Verona hacia Mendoza por toda sanción. El acusado nadó por un océano de complicida­d. Y las autoridade­s eclesiásti­cas, ante la reincidenc­ia de un hombre que ya tiene 82 años (y recién ahora quedó detenido), miraron para otro lado.

Hay algo aquí todavía más atroz: los abusadores no tenían que preocupars­e por los gritos de sus víctimas para pedir ayuda, pues tienen incapacida­d para hablar y escuchar.

Célibes en las apariencia­s, hipócritas en la acción, los curas pedófilos tienen que ser expuestos ante la Justicia, la humana, la que tendría que capacitars­e para aprender el lenguaje de señas y la lectura de labios para entender que permanecer en silencio puede ser un pecado mortal.

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