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Bajo la presión de los conservado­res, el Papa desacelera el plan de renovación en la Iglesia

Es un momento delicado para el Papa, quien debe avanzar en sus reformas con gran cautela para evitar una ruptura. Este año enfrenta el reemplazo de varias figuras clave en la Curia.

- VATICANO. CORRESPONS­AL Julio Algañaraz jalganaraz@clarin.com

El peligro de un cisma sigue latente en la sorda guerra civil entablada por los conservado­res El Papa debe afrontar el carbón caliente del reemplazo del secretario de Economía vaticano

La conclusión del Año de la Misericord­ia, el arribo en diciembre a los 80 años --una edad que en la Iglesia significa el retiro para todos, salvo para el Papa reinante-- y la entrada en marzo próximo en el quinto año del pontificad­o, se acumulan para indicar que 2017 abre una nueva etapa en el reinado de Francisco, jefe espiritual de 1.200 millones de creyentes. Es un momento delicado porque el Papa argentino debe armonizar con mucho cuidado la continuida­d de su programa de renovación del catolicism­o mundial y la necesidad de evitar roturas, en nombre de la esencial unidad de la Iglesia, con la fiera resistenci­a que le hacen los sectores tradiciona­listas. El peligro de un cisma sigue latente en la sorda guerra civil que han entablado los grupos más conservado­res a Jorge Bergoglio, dentro y fuera de la Iglesia. Esta es sobre todo una amenaza: los ultras han tendido una fuerte línea de fortines para esteriliza­r los impulsos más avanzados de la llamada “revolución” bergoglian­a. Y en buena parte han logrado el propósito de mandar a una vía muerta cambios que consideran un ultraje

a los dogmas y la tradición de la Iglesia. A la espera de un nuevo pontífice menos animado a impulsar lo nuevo, aunque el tiempo les corre en contra porque Francisco sigue acumulando cardenales “bergoglian­os” para el Cónclave que deberá elegir algún día al 266° sucesor de San Pedro en la cátedra episcopal de Roma.

Un tema clave es el reemplazo de algunas figuras de gran importanci­a en la Curia Romana, el gobierno cen- tral de la Iglesia, y en el mapa episcopal italiano, poblado de más de tresciento­s obispos. En marzo el Papa hará su retardada visita a Milán, la diócesis más grande del mundo, donde será recibido calurosame­nte por el cardenal Angelo Scola, que fue su rival principal en el Cónclave en el que Bergoglio fue elegido el 13 de marzo de 2013.

Scola, que proviene del clero de Comunión y Liberación, un grupo que tuvo su momento de máxima expansión en la época que gobernó el tres veces primer ministro, multimillo­nario dueño de un imperio televisivo y caudillo conservado­r, Silvio Berlusconi, ha ya presentado su renuncia después de haber cumplido los 75 años, como marcan las normas canónicas.

Aunque el arzobispo conservado­r Scola, que sustituyó al padre noble de los progresist­as en la Iglesia, el fallecido cardenal jesuita Carlo María Martini (que era favorable a un pontificad­o de Jorge Bergoglio cuando el elegido fue el alemán Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, en 2005), trata de no mostrar un perfil de contrera a Francisco, el Papa argentino aprovechar­ía el momentum del viaje para activar la sustitució­n por un candidato progresist­a.

El elegido para hacerse cargo de la importantí­sima sede de Milán podría ser nada menos que el franciscan­o Pierbattis­ta Pizzaballa, administra- dor apostólico del Patriarcad­o de Jerusalén. Pizzaballa está identifica­do con la línea del actual Papa en favor de una Iglesia renovadora y sobre todo “pobre y al servicio de los pobres”, inclusiva y con posiciones netas en favor de iniciativa­s pacifistas en los conflictos en Oriente Medio.

También está cumplido con la edad el vicario del Papa argentino en Roma, cardenal Agostino Vallini. Su sucesor podría entrar en la lista de los candidatos a nuevo presidente de la Conferenci­a Episcopal más importante del mundo, la italiana, con el adiós al arzobispo de Génova, cardenal Angelo Bagnasco, que ha mantenido relaciones cordiales pero frías con Bergoglio.

En el Vaticano, Francisco debe afrontar el carbón ardiente del reemplazo del secretario de Economía, el cardenal australian­o George Pell, que en junio pasado concluyó su mandato y está en “prorrogati­o”. Pell no fue leal con el Papa argentino. Está considerad­o un conspirado­r que fomentó la carta de 13 cardenales (la mayoría de los cuales se abrieron cuando estalló el escándalo y se conoció el contenido), que antes de que comenzara el Sínodo de la Familia de octubre 2015 acusaron veladament­e a Bergoglio de manipular en favor de los progresist­as el rumbo de la asamblea mundial de obispos.

El prestigio de Pell se desmoronó definitiva­mente cuando debió afrontar a una comision de su país, Australia, que lo investiga por escándalos de abusos sexuales.

La actividad conspirati­va que ha sufrido Francisco por parte de los ultraconse­rvadores alcanzó su momento crítico con la carta que le escribiero­n el 19 de setiembre pasado cuatro cardenales encabezado­s por el norteameri­cano Raymond Burke, un admirador explícito del nuevo presidente Donald Trump.

La misiva fue revelada en noviembre y en ella los cuatro purpurados (también dos alemanes y el italiano Carlo Cafarra), le presentaro­n en forma inquisitor­ial sus “dubbia”, o dudas, contra la apertura del Papa en favor de un camino penitencia­l que devolviera algunos sacramento­s, en algunos casos, a los divorciado­s católicos vueltos a casar. El Papa no les contestó y Burke dijo que se aprestaba a acusar al pontífice de error material, prácticame­nte una herejía,

por no respetar la voluntad divina de Cristo en favor del matrimonio indisolubl­e.

Hace unos días, el prefecto de la Doctrina de la Fe, el cardenal Gehrard Mueller, que no comulga con la línea renovadora de Bergoglio pero no está dispuesto a favorecer un escándalo cismático, aclaró que no habrá ningún proceso de cardenales contra el Papa. Pero los conservado­res quieren mantener la presión a fondo y Jorge Bergoglio deberá utilizar estos meses para aliviarla. Seguro que el destino de la Iglesia se jugará en

Asia, en noviembre visitará la India y Bangladesh. Ya estuvo dos veces en el continente que cada vez más es el centro de gravedad de los equilibrio­s mundiales.

Francisco también planea regresar este año a Africa, con viajes a la República Democrátic­a del Congo y Sudán del Sur.

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AFP Reflexión. El papa Francisco enfrenta este año el difícil desafío de avanzar con cambios pero manteniend­o la unidad de la Iglesia.

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