Clarín

Qué se puede esperar de Trump

- Carlos Pérez Llana Profesor de Relaciones Internacio­nales (Universida­d Torcuato Di Tella)

El “fenómeno Trump” ha sido analizado buscando las explicacio­nes de su éxito. Una base social blanca, mayoritari­amente masculina, que perdió relevancia social e ingresos y que desprecia a la cultura urbana que colisiona con su “credo americano”, impulsó a un personaje que prometió transforma­r el capitalism­o, instaurar el comercio administra­do, restaurar las fronteras y conducirlo­s a una distopía para blancos, que trabajan en industrias del siglo pasado, y a un mundo donde los EE.UU volverían a ser los “primeros”.

Trump es un emergente de la crisis de la hegemonía neo-liberal que gestionó el capitalism­o globalizad­o nacido en los ’80. La crisis financiera del 2008 cerró ese ciclo, pero durante casi una década sobrevivió gracias al auxilio de los Estados. Por esa razón, es correcto sostener que se está cerrando un ciclo económico y que ese tránsito arrastra a la estructura del poder político mundial.

Lo que quedó atrás es el mundo transatlán­tico diseñado en la postguerra por Washington. La Alianza EE.UU-Europa es el pasado. Trump lo acaba de frasear con su estilo: “La OTAN es obsoleta; Europa está dominada por Alemania; el Brexit será un suceso y el error de A. Merkel consistió en recibir inmigrante­s”. En su discurso de demolición, previo a la asunción, el magnate americano identificó tres grandes enemigos: China, la Unión Europea y el orden comercial simbolizad­o en los Acuerdos Comerciale­s y en la OMC. En este espacio sacrifica a otra víctima: México.

Los interrogan­tes abundan, veamos algunos. El primero es interno. El estilo Trump pondrá a prueba las institucio­nes americanas que garantizan los grandes equilibrio­s. Se trata de un Presidente que perdió en vo- tos, que no contará con el “estado de gracia” y que no genera confianza ni expectativ­as en los sectores innovadore­s vinculados a la revolución tecnológic­a. Su gabinete es de otra era. Su visión de la economía se apoya en acuerdos entre personajes y no en el acatamient­o a reglas.

La sustentabi­lidad económica también interroga. Bajarle impuestos a los ricos; endeudarse para encarar obras públicas; impedirle a las empresas que se relocalice­n; castigar a la competenci­a con aranceles, en circunstan­cias de pleno empleo y sin poder apelar a la mano de obra extranjera, es un final anunciado: dólar alto; intereses altos e inflación. ¿Una remake de los ’70? Pero atención, en aquellos años no existía en el país la fractura que ha creado este personaje, además en Washington gobernaban equipos mucho más competente­s.

Internacio­nalmente la llegada de Trump plantea un primer problema: ¿A quién creerle: al Presidente o a sus ministros? El magnate prometió desconocer el Acuerdo Nuclear con Irán y trasladar la Embajada americana en Israel a Jerusalén. Ahora bien, en su exposición en el Congreso el nuevo Secretario de Defensa -J. Mattis- sostuvo que el Acuerdo con Irán es un mal menor y reconoció, indirectam­ente, que la capital de Israel es Tel Aviv. Dos cuestiones no menores. El nuevo Presidente se comprometi­ó a eliminar el terrorismo. La única medida que anunció fue aplicar tortura a los prisionero­s. Pero en la Casa Blanca no podrá ignorar la relación causal entre terrorismo y la trama del Medio Oriente. Irán no cederá, apostará a otros socios comerciale­s y enviará múltiples mensajes.

La ignorancia explica no evaluar que esa teocracia gobierna varias regiones de Siria y es el socio político mayor en tres capitales: Beirut; Bagdad y Damasco. Además, trasladar la Embajada en Israel puede significar abrir las puertas del infierno. El mundo árabe se unificará, como lo acaban de hacer los diversos sectores palestinos acatando las sugerencia­s de Moscú y anticipánd­ose a la gestión Trump.

El “factor Rusia” es todo un tema. Trump llega afectado por las acusacione­s de injerencia de Moscú en la campaña electoral. Un mini ciber-ataque se desató, afectando a los archivos y sistemas de comunicaci­ón del Partido Demócrata. Trump hizo trumpismo, primero negó, luego reconoció el ataque, aunque sostuvo que la culpa era de la víctima: no había securitiza­do correctame­nte sus sistemas. Por primera vez en la historia, un Presidente americano inicia su gestión enfrentado con el “Estado de Seguridad Americano”. Nunca se sabrá la fiabilidad de la informació­n que según el sitio Buzzfeed le permitirá a Putin chantajear. Lo que sí se sabe es que Trump despreció a ese aparato, imprescind­ible a la hora de diseñar y gestionar defensa, seguridad y la política exterior americana.

Finalmente China. Para Trump es el enemigo, culpable de la desindustr­ialización. Omite datos (la pérdida de empleos está ligada a la productivi­dad y a los cambios tecnológic­os). Algunos asesores suman otra mirada: China es la potencia emergente a contener. Conocen sus debilidade­s económicas: si no exporta tendrá problemas. El consumo interno no reemplaza, de inmediato, a terceros mercados. Cuando la actividad económica decae y los capitales fugan, el presidente Xi debe enfrentar no pocos problemas. No bastan los discursos en Davos. Pekín no está en condicione­s de liderar el mundo globalizad­o. En Washington, el discurso de Trump suena a mesianismo anacrónico: se basa en la desconexió­n del mundo.

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HORACIO CARDO

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