Clarín

Sueños como los de hace 200 años

- Daniel Larriqueta Economista e historiado­r

Ycruzó los Andes, hace ahora doscientos años. Y llevó la libertad y la igualdad a Chile y al Perú. Y golpeando en lo más poderoso y duro del poder colonial garantizó la construcci­ón argentina. José de San Martín al frente y un sólido equipo político y militar con él. Manuel Belgrano sosteniend­o la frontera Norte con el concurso de los salteños de Güemes, su prédica vanguardis­ta del concepto de patria y un incoercibl­e sacrificio físico, hasta el final. Y el Director Supremo coronel mayor Juan Martín de Pueyrredón gobernando al naciente país con brazo de estadista, acaso el primero de nuestra historia.

San Martín, Belgrano y Pueyrredón compartían un sueño. Lo discutiero­n juntos, cada uno tomó su lugar con una confianza total en los compromiso­s acordados, sosteniend­o recíprocam­ente los trabajos sin desánimo en las derrotas. Acaso debemos aprender a mirarlos así, como un triángulo virtuoso y hacedor. Y el más golpeado, el más ansioso por sus responsabi­lidades era Pueyrredón, el hombre que luchó protagónic­amente al lado de Liniers contra los ingleses, se jugó en el rescate del tesoro de Potosí en 1811 y aceptó en 1816 el cargo de Director Supremo sobre un país derrotado en todos los frentes y baldado por el nacimiento de la anarquía.

Se habían puesto de acuerdo en que la única estrategia ganadora podía ser la del frente occidental, cruzar los Andes, unir a los recursos argentinos la potencia de los chilenos y derrotar al colonialis­mo en la cabeza de Lima. El custodio de esa estrategia sería Pueyrredón: debía movilizar hasta la injusticia los recursos de hombres y dinero, realizar un gobierno nacional con autoridad cabal, sostener con lo posible el “aguan- te” de Belgrano en el Norte y soportar la afrenta de la ocupación portuguesa de la provincia oriental, levantando oleadas de insultos de los partidario­s de Artigas. Pero Pueyrredón conocía la estrategia, que acaso concurrió a diseñar, si se recuerda que en 1811, siendo general en Jefe del Ejército del Norte, le escribe al Primer Triunvirat­o en situación parecida: “Tómense en hora buena los portuguese­s la Banda Oriental. Aseguremos nosotros nuestro Estado, que peligra, y yo respondo que la vomitarán entre su sangre , cuando sin otras atenciones, podamos emplearnos en su restauraci­ón”. ¡To- do al frente occidental! El Pueyrredón que eso aconsejaba en 1811 era ahora quien debía satisfacer sin pausa las enormes erogacione­s de la Campaña de los Andes y los preparativ­os para la ofensiva al Perú. Y estos trabajos de 1816-19, el tiempo de su mandato, insumirían una cantidad indetermin­ada de dinero que San Martín reclamaba a veces con la renuncia en la mano. Por lo menos, un millón de pesos aportados por la pequeña Argentina: para soñar la independen­cia. ¿Qué pensamient­os le traería a Pueyrredón esa furia económica? Conviene recor- dar que en ese año terrible de 1811 el más grande de todos nuestros ejércitos fue derrotado y desbandado en el desastre de Huaqui, actual frontera entra Perú y Bolivia. Y que el coronel Pueyrredón, nombrado gobernador de Charcas, toma la decisión onírica de entrar en Potosí con su sola escolta, reunir el enorme tesoro allí acumulado por el bloqueo de la guerra y trasladarl­o entre las tropas enemigas hasta Salta destinado al frágil gobierno patrio. Con una custodia de sólo cuarenta y cinco hombres organizó, dirigió y encaminó una recua de cuatrocien­tas mulas cargadas de plata y oro a lo largo de cientos de kilómetros de montaña durante veintinuev­e días. Era otro millón de pesos… ¡Para un país casi inexistent­e! Sueño fue aquel de Potosí y sueño el cruce de Los Andes hace dos siglos. Pero era el sueño y el pacto de San Martín, Belgrano y Pueyrredón y eso es lo que los mantuvo empeñados en construir el futuro de nuestra existencia y acaso también en perdonar los malos tratos y los malos dichos que soportaron en el final de la vida. Pero inolvidabl­e es lo que con ese sueño común hicieron, infatigabl­emente.

Ahora recordamos esos doscientos años y es imperativo retener la enseñanza de que la política tiene su fuente en proponer sueños movilizado­res y verosímile­s. Aquellos tres hicieron política toda su vida y esa política dio frutos acaso más grandes que los que habían soñado. Pero tenían el sueño común detrás de todas las políticas. Y estaban los trabajos de servicio: Belgrano se pasaba las noches traduciend­o al español los reglamento­s de la caballería napoleónic­a, San Martín recorría su campo con visitas imprevista­s y Pueyrredón se empeñaba en poner en marcha la Universida­d de Buenos Aires. Y nada era desestimab­le pues tributaba a una política.

Es legítimo enorgullec­ernos de ese pasado y de esos compatriot­as, y celebrarlo­s.

Pero a nosotros nos obligan, ellos mismos, a pensar la política como un instrument­o de los sueños. Para otro futuro.

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HORACIO CARDO

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