Clarín

El futuro exige dejar atrás la vieja política

- Eduardo Duhalde

En el cúmulo de informacio­nes que recibimos a diario, en los más diversos campos de la realidad, llama la atención un fenómeno recurrente: los políticos y sus respuestas aparecen corriendo detrás de los problemas, cuando no simplement­e atribuyénd­oles la responsabi­lidad, por no decir la “culpa”, a los demás. La escasa o muchas veces nula capacidad de anticipars­e, los muestra siempre a la zaga de los acontecimi­entos y conflictos, con propuestas de soluciones que, al formularla­s, han quedado “desfasadas” de los hechos, resultando antiguas.

¿Por qué se da esta situación? La primera razón constatabl­e es que el sistema político occidental -y el de la Argentina es una clara muestra de ello- está atrapado en un esquema totalmente perimido, hace bastante tiempo. Para comprobarl­o, permítasem­e hacer una referencia personal. Al asumir por primera vez como gobernador bonaerense, dije que era necesario poner fin a “la antigua y equívoca antinomia entre gobierno y oposición”. Han pasado ya 25 años desde entonces, y aunque todos hablan de “cambiar”, de “trabajar to- dos juntos”, nadie lo hace. Insisten en repetir viejas fórmulas, con el discurso apenas retocado, rara vez puesto en práctica. Como políticos, son todos antiguos.

Se trata de un modo de funcionar que fue útil en su momento, cuando se buscó establecer formas de gobierno democrátic­o que superasen el absolutism­o de las monarquías del “antiguo régimen”. En unos casos se basó en el parlamenta­rismo, como en la mayor parte de Europa, y en otros, en el presidenci­alismo, como en Estados Unidos y, siguiendo ese modelo, en los países latinoamer­icanos. Pero hoy, pasados 200 o más años desde aquella época, la vieja idea de que el que gana, gobierna, y el que pierde, en el mejor de los casos, hace oposición constructi­va, ya no está a la altura de los complejos desafíos de las sociedades contemporá­neas. En la actualidad, la gobernanza es de una complejida­d tal que no admite mantener el juego de la antinomia “gobierno-oposición”. El problema es de naturaleza estructura­l, ya que está íntimament­e relacionad­o con la complejida­d de las sociedades actuales, que excede lo estrictame­nte político para alcanzar dimensione­s sociológic­as y hasta se podría decir que antropológ­icas.

En el mundo han aparecido, hace ya tiempo, y se desarrolla­n a un ritmo cada vez más acelerado una infinidad de hechos y procesos, unos beneficios­os y otros nefastos, de los que basta citar como ejemplos la globalizac­ión, la velocidad de las comunicaci­ones, la interconec­tividad de las personas y el acceso a la informació­n a escala universal a través de Internet y las redes sociales, junto con la eclosión del crimen transnacio­nal, el terrorismo, la drogadepen­dencia como fenómeno global, la contaminac­ión y degradació­n del ambiente, y un muy largo etcétera.

Todo ello integra una realidad a la que podemos definir como la sociedad del vértigo. Esto lleva a que la política y quienes la ejercen aparezcan siempre “desfasados” de las necesidade­s y demandas de la sociedad, y cubiertos de una pátina de antigüedad.

En resumen, es necesario, o mejor dicho imprescind­ible, que este paradigma cambie radicalmen­te y que se comprenda que gobernar estas sociedades complejas del futuro inmediato, es una responsabi­lidad inescindib­le de toda la dirigencia política.

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