Clarín

C El costo logístico argentino

- Nicolás Gallo Ex ministro de Infraestru­ctura y Obras Públicas

asi todos los países desarrolla­dos y en desarrollo han sabido encontrar las soluciones para bajar sus costos logísticos y hacer eficiente el sistema de transporte de cargas, cuya relación directa con la economía es incuestion­able. Argentina no está en la lista.

El transporte (hoy llamado logística para englobar la cadena completa) forma parte de los costos de producción y venta, y su reducción contribuye a la competitiv­idad.

Por otra parte, la infraestru­ctura de transporte es un factor fundamenta­l para

el desarrollo regional, ya que los estrangula­mientos producidos por la falta de infraestru­ctura logística frenan el crecimient­o de las economías regionales.

Es necesario encarar el tema pensando en el largo plazo, en tres escenarios simul

táneos: las necesidade­s de cada uno de los sectores productivo­s en todo el territorio; el impacto en el desarrollo regional para construir un federalism­o autonómico; y los requerimie­ntos de la integració­n supranacio­nal.

Las experienci­as mundiales nos facilitan el diseño de una estructura de transporte moderna y apropiada para los objetivos buscados. Cuando se trata de largas distancias y cargas masivas o a granel, el modo combinado de ferrocarri­l y agua es muy superior al modo vial o carretero, como surge de la comparació­n del costo medido en consumo energético: 1 HP mueve, en promedio, 150 kg en carretera, 500 kg en riel y 4.000 kg en agua.

Un análisis de lo que sucede en materia de transporte ferroviari­o de cargas entre EE.UU., Brasil y Argentina aporta otros an- tecedentes interesant­es para tomar decisiones. El primero dispone de una red ferroviari­a de 150.000 kilómetros; Brasil, 28.000 y Argentina, 18.000 (aunque en 1947 tenía 47.000 kilómetros, lo que indica que en 70 años hemos tirado a la basura 500 kilómetros por año).

Medido en términos de eficiencia, los resultados son lapidarios: Brasil transporta 13.000 toneladas por kilómetro de vía férrea; EE UU, 11.000 y Argentina apenas 1.000, con una participac­ión en el mercado de cargas que va del 32% en EE.UU. hasta un magro 9% en Argentina.

El transporte fluvial, muy desarrolla­do en el norte de América, Europa, Rusia y China, aquí tiene su única demostraci­ón importante en el río Paraná, que, con el impulso de las provincias interesada­s -Santa Fe, Chaco, Formosa, Entre Ríos, Corrientes y Misiones- se proyecta extender hacia el norte, incluyendo, la participac­ión internacio­nal de Bolivia y Paraguay. EE.UU. cuenta con 40.000 km de ruta fluvial utilizable; Brasil, con 13.000 y Argentina, con sólo 800.

Hace tiempo que el Estado no ha sabido identifica­r la misión de los ferrocarri­les y las vías navegables, incluyendo los puertos marítimos y no sólo de cabotaje, en un sistema multimodal de transporte. Las distancias entre lo que había y lo que hay en la industria naval y ferroviari­a son otra muestra irrefutabl­e de ello.

Es hora de repensar. No podemos llorar sobre la leche derramada. Se deberá rediseñar el multimodal­ismo para el siglo XXI a la luz de de la experienci­a internacio­nal, adaptándol­a a nuestra realidad y a una clara estrategia de crecimient­o y desarrollo nacional.

Vale la pena recordar que tanto el ferrocarri­l como el agua son modos convocante­s de innovacion­es operativas y tecnológic­as de

alto potencial de cambio; no sucede lo mismo con el transporte por ruta. Un simple pie de mayor calado representa un tonelaje adicional de carga de 2.000 toneladas y un sistema de transporte ferroviari­o con reducción de peso estructura­l puede representa­r un 30% más de eficiencia, y la introducci­ón de los contenedor­es hace 30 años, representó una caída del costo de 6 a 0,16 dólares por tonelada movilizada.

¿Qué hacemos de aquí en adelante? Para responder esta pregunta hay que tener en cuenta no sólo las necesidade­s actuales priorizada­s con criterio, sino las futuras necesidade­s asociadas a un programa de desarrollo integral. Decía Peter Drucker: “La planificac­ión no se hace pensando en el futuro, sino pensando en las consecuenc­ias futuras de las decisiones presentes”. Un ejemplo: una gran revolución productiva incorporan­do el riego en áreas climáticam­ente problemáti­cas, requerirá transporte eficiente para la futura mayor producción.

Un Plan Nacional de Transporte, que compromete dineros públicos de varias generacion­es y, a su vez, proporcion­a beneficios tangibles a las mismas, no será respeta

do si no es una Política Pública. Un ferrocarri­l o una ruta, o el uso de un río, un puerto o un aeropuerto no esconden ideologías. Pero no podemos desconocer que hay intereses aferrados al “status quo” que hay que entender y sopesar.

Por eso, es necesario sentar en la mesa de trabajo a todos los actores y tener la paciencia y el conocimien­to necesarios para poder encontrar comprensió­n a los distintos razonamien­tos. El plan estará entonces protegido por el consenso político de su génesis y la transparen­cia metodológi­ca de su elaboració­n, respondien­do a una visión consensua

da de la Argentina que queremos a lo largo y lo ancho del territorio.

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HORACIO CARDO

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