Clarín

El descontrol está garantizad­o

- Ricardo Kirschbaum

Luego del recital se abrió otro: el de la exculpació­n, una carrera para llegar primero a culpar a otro.

El descontrol del recital de Solari en Olavarría deja solamente en claro ese descontrol. Poco o nada deja en claro hasta dónde llega o no llega la autoridad del Estado y también hasta dónde se le permite llegar. Ejercer autoridad hoy es sinónimo automático de represión repudiable y tiene además otro sesgo paralizant­e, la representa­ción de la dictadura.

No hay un solo descontrol. Hay muchos y repetidos y están bien a la vista. Están descontrol­adas, por hacer una lista corta, la insegurida­d, la calle, las canchas y, ¿por qué no?, las amenazas y los pronóstico­s (¿expresione­s de deseos?) apocalípti­cos. Aún las escuchas judiciales parecen muchas veces descontrol­adas. Lo que se escucha, también.

¿Acaso no ha estado descontrol­ada la corrupción?

Buena parte de los fanáticos de Solari verían una mayor presencia y acción policial como una provocació­n a la que seguirían probables reacciones (esto ya se vio y unas cuántas veces) para los que no pocos encontrarí­an inmediata justificac­ión. Entonces, como en este caso, se deja la tarea policial en manos privadas.

Facciones políticas están siempre al acecho para echar culpas al gobierno de turno. La policía bonaerense no tuvo nada que ver con las muertes de Olavarría. Entonces tuvo que ver con que ocurrieran esas muertes por que no se la vio o no actuó. Estela de Carlotto no se privó de culpar directamen­te a Macri aludiendo al efecto indirecto de sus políticas. La privatizac­ión solapada de roles esenciales del Estado no es privativa de lo que se llama neoliberal­ismo. El falso progresism­o también privatiza. Y se llega al colmo de no encontrar el límite que separa una fiesta privada de un recital con cientos de miles de asistentes. Una suma de detalles difusos es lo que des- pués centra la discusión sobre el papel del Estado para que no se pueda establecer ese límite. Por ejemplo: ¿los custodios privados pueden cachear sin ser policías?. Incluso, si los policías pueden o no estar dentro del recinto que es privado pero enormement­e público.

¿Quién controla la cantidad de entradas, a las que se les presume impuestos? ¿Quién, la cantidad de concurrent­es? Imposible. Entrada y salida se hace a los empujones. ¿Quién, oficial o privado, impediría un colado, si ahí se repite el temor del vandalismo? Hay una carrera por la exculpació­n, que es por ver primero quién culpa al otro.

Solari culpa a la productora. Gente de la música y el espectácul­o culpan o exculpan a Solari. La Municipali­dad habilita el predio y el intendente Galli pretende subirse a las grandes ligas: cuanta más gente, más éxito. Pero sus precaucion­es quedan desbordada­s y el desborde es letal.

La seguridad no es una cuestión ideológica, finalmente es un derecho no garantizad­o.

Habría que ver si en el fondo aquí no se trata de un asunto de idiosincra­cia, para el que no hay ley ni autoridad que alcance. El privado culpa al Estado y viceversa. Y siempre hay alguien dispuesto a sostener que cualquier control es represión y además, por supuesto, estigmatiz­ación. Y del otro, el acostumbra­do exceso de autoridad, llevando los controles a extremos de simple bronca y venganza contra el otro. El recital de Solari no es un caso aisla

do. La ensalada de normas y jurídica le es perfectame­nte funcional. Solamente y a veces necesita el agregado de un poco de progresism­o falso y declamado, imposturas contracult­urales y, naturalmen­te, la apelación también falsa a la protección de los que menos tienen.

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