Clarín

Del poder de Milani a la tierra arrasada

- Claudio Savoia csavoia@clarin.com

Se dijo hasta el cansancio: el vertiginos­o ascenso del general César Milani desde las sombrías filas de los cuarteles tucumanos en los primeros años de la dictadura hasta la cima del Ejército, cuando Cristina Kirchner le entregó la última llave de la fuerza que le faltaba a su llavero, se debió a una combinació­n de ambición personal, desembozad­a militancia política y un fabuloso dispositiv­o de inteligenc­ia que -como fue discutido ayer mismo en el juzgado federal de Claudio Bonadio- se puso al servicio de la vigilancia política ilegal.

Unos pocos datos. En 2007, cuando se reorganizó la Inteligenc­ia Militar, en el Ejército había 99 unidades de inteligenc­ia en todo el país. Tres años después se habían reducido a 33, pero tras su ascenso a la jefatura de Inteligenc­ia de la fuerza el espía Milani las aumentó a 120, integradas por entre 1800 y 2000 agentes. Un ejército dentro del Ejército.

La bendición política del general - entonces blindado a cualquier críti- ca hasta por las Madres de Plaza de Mayo Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto- incluyó un formidable flujo de fondos que, bajo el aliento y la supervisió­n personal del ex secretario general de la Presidenci­a Carlos Zannini, fue destinado a la compra del más moderno equipamien­to.

Por supuesto, el siempre protector manto de “secreto de seguridad nacional” impidió conocer muchos detalles de aquel generoso shopping del espionaje. Pero con el tiemp o algunas cositas trascendie­ron. Como por ejemplo que tras su intempesti­vo retiro Milani se habría llevado de recuerdo una camioneta especialme­nte equipada para tareas de seguimient­o y escuchas inconfesab­les. Clarín pudo saber que el general había firmado la compra de una docena de esos equipos, cuyo destino actual nadie puede decir sin temor a equivocars­e.

Fondos dulces, cero controles y falta de escrúpulos facilitaro­n primero el uso y luego el robo liso y llano de bienes y equipos que en muchos inventario­s ni siquiera existían. Y así estamos ahora. No se sabe qué hay, dónde está ni para qué sirve. Y lo que es peor. Cuánto falta.

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