Una vuelta por la casa de un fascista sensible
Desarrollada en tres actos, tiene grandes actuaciones. El director plantea un virtuosismo extraordinario.
En el prólogo de su primera serie de obras basadas en La mesa de los pe
cados capitales, de El Bosco, Spregelburd plantea que ante la imagen es
necesaria una actitud activa. “El cuadro - escribe- no se puede ver entero. Hay que fijar la vista en algún punto al azar dentro de él, luego elegir una dirección, rodearlo, girar alrededor de la obra hasta llegar nuevamente al punto de partida con la tarea de reciclar la información y decidir qué se ha visto”.
Este procedimiento pictórico, que fragmenta y despliega la simultaneidad de acciones y sentidos como unidad fundante, lo deslumbró a Spregelburd. De hecho, lo trasladó a su proyecto de siete obras. Y sobre todo a La terquedad.
Estamos en 1939, en Valencia, a pocos días que termine la guerra Civil Española. El comisario Jaume Planc ( Spregelburd) inventa una lengua, el Katak, y un diccionario basado en una correspondencia numérica por cada letra. Esto eliminaría la diferencias y errores entre lenguas. De hecho, sería el motor para un mundo mejor. Uno de los movimientos más interesantes de la obra es que el idealista comisario es un fascista consumado que, entre otras cosas, debe fusilar a varios “rojos”.
El espectador, por lo tanto, debería identificarse con esta nueva clase de fascismo humanizado, conciliador y preocupado por la lengua, por salvar las diferencias y apropiarse de la justicia. Sólo le falta algo al comisario: poesía. Y para ello contrata a un escritor, Sanchís, (Alberto Suárez). Se exhibe Jaume siempre con su cabo Riera (un brillante Lalo Rotavería) y refiere a sus hijas, una enfermiza con delirios místicos ( Pilar Gamboa) y otra comprometida con los socialistas (Analía Couceyro). También aparece un cura, Francisco (Diego Velázquez), oportunista de la fe. Hay dos ausencias que sobrevuelan el universo de Jaume: una hija muerta que todavía se comunica con los vivos y otro hijo fallecido en batalla.
Las situaciones son varias y se reproducen en distintos momentos de la casa. Cuando el espectador creer comprender una, la escenografía vira y surge lo sucedido mientras tanto en otro ambiente. Es decir, la misma unidad de tiempo en el que se desarrolla cada acto de la obra, alrededor de 65 minutos, acontece tres veces. Se debe elegir cómo completar el recorrido.
El autor/ director plantea un virtuosismo extraordinario. Genera una expectativa entre la lucidez del material literario y cómo, finalmente, logrará desenvolverlo en escena. Cada obra es un desafío consigo mismo. En ese marco, si al espectador no le resulta insoportable la omnipresencia de Spregelburd que escribió, dirige y protagoniza La ter
quedad, y se encarga de resaltarse a sí mismo en todos los aspectos posibles, hallará un espectáculo con actuaciones notables (Gamboa, Velázquez y Rotavería)
Por momentos, sobre todo en el primero de los tres actos, La terque
dad es un yoyo que sube y baja sobre un hilo que siempre es Spregelburd. De hecho, promediando las tres horas, discurriendo sobre la lengua su personaje dirá, a público: “Investiguen un poco, les estoy explicando demasiado”.
El final es lo que menos importa La historia y su devenir son hechos consumados, advierte La terquedad. Se sabe en qué desembocó el fascismo y sobre todo cómo renace. De ahí que sobre el cierre se acusen entre vecinos y Jaume lleve un chaleco de la Policía Federal Argentina. En ese caos sobresale una certeza: Dios abandonó la humanidad para refugiarse en un lenguaje que ya nadie puede develar y se perdió para siempre.