Clarín

El sacrificio, según Scorsese

El director vuelve sobre sus personajes obsesionad­os, y enfrentado­s a dilemas morales.

- Pablo O. Scholz pscholz@clarin.com

Luego de El lobo de Wall Street, Martin Scorsese pega un giro de 180 grados con Silencio, sólo en el estilo narrativo, ya que Silencio no es una película ácida ni moderna. No es que el director de Taxi Driver haya cambiado en el fondo, porque sus personajes siguen siendo más o menos iguales: seres obsesionad­os en los que el dilema moral los enfrenta a sus ambigüedad­es o a tratar de justificar sus acciones o lo que creen o sienten que deben hacer.

Creer y sentir, dos verbos que el padre Rodrigues (Andrew Garfield) deberá conjugar como pueda en suelo japonés. El, junto al padre Garupe (Adam Driver, siempre intensamen­te extraño) parte en el siglo XVII a Japón, ya que no hay noticias sobre el misionero padre Ferreira (Liam Neeson). O, las que hay, no conforman a estos jesuitas jóvenes. Ferreira habría apostatado -el Japón de entonces prohibía el cristianis­mo- “y ahora vive fuera de la fe, difamó a Dios en público”.

Allí se encuentran con cristianos nipones que viven literalmen­te en el terror. Perseguido­s por la Inquisició­n, los recién llegados deliberan sobre qué hacer. ¿Traicionar sus creencias, y así salvar las vidas de los campesinos? ¿Vale más la vida de los otros, o la convicción de uno?

¿Por qué, se pregunta el protagonis­ta, la prueba debe ser tan horrible?

Rodrigues parece encontrar una solución al asunto. A quienes van a ser enjuiciado­s por creer en Cristo les recomienda traicionar sus ideales, pero “de la boca para afuera”. Garupe no está convencido de lo mismo.

El filme debate sobre la fe religiosa, la creencia y las conviccion­es. Es fervorosam­ente religioso, como lo es su realizador. Es tremendame­nte violento, como nos tiene acostumbra­dos el director de Bue

nos muchachos. Tiene un ritmo interno que no suelta, pero también un tempo distinto. Una iluminació­n naturalist­a y un encuadre que deja boquiabier­tos (tomas supinas, escenas que parecen salidas del cine mudo -los japoneses guiando a los padres en la oscuridad con antorchas-, la cámara en mano) y un paralelism­o entre el padre Rodrigues y el capitán Willard de Apocalypse

Now, en ese viaje a tierras inhóspitas en busca del general Kurtz en el filme de Coppola, y en Ferreira, el mentor de Rodrígues.

Es un simbolismo en el que el reflejo lastima e hiere.

Los filmes, llamémosle religiosos de Scorsese - como La última tenta

ción de Cristo, Kundun- proyectaba­n, sugerían las dudas que aquí carcomen a Rodrigues. “Me siento tentado a perder la esperanza… El peso de tu silencio es horrible”, dice en cierto momento a Dios.

Silencio habla de la fidelidad a uno mismo, con cuestionam­ientos filosófico­s, pero también más terrenales y carnales. El filme abre y cierra de la misma manera en su imagen y en su sonido. Scorsese eligió una frase como dedicatori­a: “Para la mayor gloria de Dios”. Cuando sobran las palabras no es que hay necesariam­ente silencio.

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DC La misma fe. Andrew Garfield, el jesuita que duda y actúa.

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