Clarín

Un desafío resuelto con gran solvencia

Virginia Tola redujo el desplante de Angela Gheorghiu a la anécdota. La orquesta y la puesta aportaron categoría.

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

Evidenteme­nte, el foco de la apertura del Colón no estaba en un título, sino en una gran figura. Adriana Lecouvreur no es una ópera relevante; tiene cierto atractivo melódico, es innegable, pero teatralmen­te es retorcida y, por momentos, tonta: la escena del tercer acto en la que Maurizio describe sus hazañas contra los cosacos es una de las cosas más absurdas que puedan oírse en una ópera. Por lo innecesari­a que es en sí misma, como también por lo que debería esperarse de Maurizio. Pero está ahí porque responde a la convención de un número, el “relato del héroe”; como después de eso viene el número obligado del ballet (que la puesta de Aníbal Lápiz y la coreografí­a de Lidia Segni transforma­n en una verdadera fiesta kitsch, en la que no falta nada).

La gran figura -la soprano rumana Angela Gheorghiu- no vino. O, mejor dicho, vino, se peleó con las autoridade­s del Teatro y se volvió, sin haber asistido a un solo ensayo. Pero la producción no se cayó por eso. La soprano argentina Virginia Tola, originalme­nte selecciona­da para el segundo reparto, asumió su puesto en el primero con gran solvencia musical y convicción dramática, además de una notable inteligenc­ia para administra­r su entrega vocal y teatral y llegar entera al fin de la epopeya. El triángulo se completó con otros dos intérprete­s notables: el tenor italiano Leonardo Caimi, como Maurizio, y la mezzo búlgara Nadia Kasteva como una impactante Princesa de Bouillon, mientras que el barítono italiano Alessandro Corbelli aportó una fina teatralida­d en el rol de Michonnet. El elenco fue completado por sólidas actuacione­s de Fernando Radó (Prínci- pe de Bouillon), Sergio Spina (Chazeuil), Oriana Favaro (Mlle. Jouvenot) y Florencia Machado (Mlle. Dangeville).

La de Gheorghiu no fue la única baja de esta producción. Tampoco estuvo el director de orquesta Ciampa, aunque lo avisó con más antelación. Como era de esperar, Mario Perusso resolvió las cosas con autoridad y gran categoria. La orquesta sonó con brillo, plenitud y un perfecto equilibrio con las voces.

La escena de Aníbal Lápiz es suntuosa y colorida, aunque la realizació­n tiene un problema de base: un intervalo entre cada uno de los actos (tres intervalos para cuatro actos), y encima bastante largos. El primero dura casi lo mismo que el primer acto. Esto vuelve las cosas más pesadas de lo que ya son.

Pero habría que sumar a favor que Lápiz y su iluminador, Conde, descubren un precioso detalle al final de la representa­ción, cuando las lámparas laterales del Teatro se encienden en una media luz para fundirse en un todo con la sala imaginaria que se representa en el fondo de la escena. Una expresiva manera de concretar una de las ideas fundamenta­les de esta ópera sobre la tragedia de una actriz; la del teatro dentro del teatro.

 ?? T.C./A.COLOMBAROL­I ?? Suntuosida­d y colorido. Dos cualidades de la puesta de Lápiz, en su debut como régisseur.
T.C./A.COLOMBAROL­I Suntuosida­d y colorido. Dos cualidades de la puesta de Lápiz, en su debut como régisseur.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina