PASIONES ARGENTINAS
El rating, un dios tirano que no perdona
El monitor está ahí, implacable. Es de 32 pulgadas y muestra el rating de cada uno de los canales en prolijas columnas. Minuto a minuto, literalmente, como una gran planilla de Excel, pero más lindo.
Tiene algo de hechizante. Se actualiza solo, como por arte de magia, ajeno a la presión que ejerce sobre cada una de las personas que están ahora dentro del estudio de televisión. So- bre la conductora del programa y los productores, en los panelistas y hasta en algún invitado curioso. Ignora que es amo y señor, que sus pixeles que arman números generan dramas y alegrías, decretan premios o apuran renuncias. La pelea, en este caso, es décima a décima de punto. El premio, la punta de la franja horaria. A largo plazo, la supervivencia misma del programa.
El tema que se trata hoy es caliente, el país entero habla de eso. Pero no alcanza. Hay que mantener el interés del espectador o, al menos, no alentarlo a que cambie de canal. Sale al aire un móvil. El cronista entrevista a una persona que dice cosas interesantes, pero con una parsimonia algo exasperante. El rating baja. Minuto a minuto. De 6.9 a 6.8. A 6.7. Un horrible tobogán.
El productor no duda. Hace una seña a la conductora, pasando su mano sobre el cuello, simulando el movimiento de una cuchillo, un degüello. “Echalo”, le dice por el auricular, en una jerga precisa y desalmada.
Ella sigue las instrucciones. La charla vuelve al panel, que sabe de esto, y el tono se eleva. No se entiende bien qué se dice, pero se dice en voz cada vez más alta. El rating sube. Llega a 7.4. Qué alivio.