Clarín

La inflación que desea Japón no es la que sufre la Argentina

- Fernando González fgonzalez@clarin.com

Macri viajará en mayo a Japón, en busca de inversione­s. Allí se pelea contra la deflación para estimular la economía. Y es un mercado atractivo.

Había una vez un país muy lejano que quería tener inflación más alta para poder crecer. Y aunque parece un cuento de ciencia ficción visto desde es

tas tierras, ese país existe y será visitado por Mauricio Macri en el próximo mes de

mayo. Japón no sólo es la tercera economía del planeta sino que, desde hace cinco años, su primer ministro (el dirigente liberal Shinzo Abe) ha puesto en marcha un programa para escapar de la deflación de entre el -1 y el -2% que deprime a su país desde hace tiempo e incentivar las exportacio­nes para estimular el crecimient­o económico. Cuando visite Tokio, Macri se va a encontrar con país desarrolla­do, moderno y tecnológic­o que intenta dejar atrás el karma de la recesión y la inmovilida­d de una población que, desde hace una década, permanece estancada en los 120 millones de habitantes. Los japoneses jóvenes, como los integrante­s de algunas sociedades europeas, no tienen hijos o apenas admiten un hederero. Y esa es una pésima señal para las economías deprimidas de este tiempo.

Claro que cuando los japoneses hablan de inflación sonríen. “Necesitamo­s un poquito de inflación pero no la de ustedes, eso está claro…”, dicen. La aclaración es imprescind­ible. Un punto o dos de inflación anual podría ser el incentivo que los vuelva a poner en el escenario deseable del crecimient­o. Pero a Japón, como a cualquier otro país desarrolla­do, le espanta el nivel del costo de vida en la Argentina. Y siguen de cerca los esfuerzos del gobierno macrista para ubicar la escalada inflaciona­ria del país adolescent­e en cifras más cercanas a la racionalid­ad de la inflación de un dígito anual.

Después de treinta años, Japón ha vuelto a poner la mirada sobre la Argentina. Y la primera señal sobre ese cambio se registró en mayo del año pasado cuando el primer ministro recibió a la vicepresid­enta, Gabriela Michetti, en Tokio. Hacía mucho que un alto funcionari­o de ese país no se encontraba en dependenci­as del gobierno con un par argentino. “Me encanta la carne argentina”, le dijo entonces Shinzo Abe a Michetti, recordando el paso de sus abuelos por la Argentina del siglo pasado. Y la vicepresid­enta aprovechó para pedirle que abrieran más el mercado japonés al ingreso complicado de las carnes argentinas. El macrismo empezó a enterarse en esos meses de la radiografí­a del declive de las relaciones bilaterale­s. Japón tenía, a fines de los año 90, cerca de 120 empresas que invertían y crecían en la Argentina. Ese número cayó estrepitos­amente en el 2001 a las 54 compañías que hoy mantienen la influencia empresaria­l japonesa en el país. Y para muestra del lugar olvidado que tenemos en la región bastan un par de ejemplos. México tiene en su geografía 1.000 empresas japonesas en expansión y Brasil conserva más de 700 compañías, además de una colonia de familias de origen japonés muy gravitante­s en el sur del país.

Hemos quedado muy lejos de esos números pero Japón ha vuelto a convertirs­e en una opción atractiva para este tiempo de retorno económico al mundo. Esa es la sensación que se advirtió, por ejemplo, en el reciente seminario empresario que organizó en Buenos Aires la influyente revista británica The Economist. En esas jornadas, una de las estrellas del ciclo

fue el embajador japonés en la Argentina, Noriteru Fukushima, dueño de un español perfecto por haber nacido en México y cumplido tareas diplomátic­as en Perú. “Japón tiene mucho interés por volver a invertir en la Argenti

na; es un país que tiene mucho potencial y es amigable para nosotros”, le dijo el diplomátic­o a Clarín. Pero agregando enseguida que, para que la relación bilateral vuelva a funcionar como en el pasado, se necesitan nuevos tratados económicos que protejan las inversione­s. Japón tiene listos anuncios por unos 1.000

millones de dólares en inversione­s. No es novedad que Toyota es una de las compañías líderes en el mercado automotriz y que está apostando a fortalecer su posición en el sector. También es sabido el interés de Honda por consolidar su lugar y Nissan ya ha anunciado su decisión de comenzar a fabricar una de sus camionetas en la Argentina. Se espera también el regreso de Mitsubishi, que ha priorizado su desarrollo en Brasil, y el acompañami­ento de Bridgeston­e, fabricante mundial de neumáticos que tendrá más demanda si se produce “la revolución de un millón de autos por año” que Macri promueve en cada una de sus aparicione­s públicas. Y, además de los autos, el interés de Japón se extiende a sectores dinámicos de la economía argentina como la agroindust­ria y la explotació­n del litio en el norte del país.

Cuando se escucha a los diplomátic­os japoneses en la Argentina, surgen datos insólitos a esta altura del intercambi­o global. A ellos les gustaría tener en los supermerca­dos de sus ciudades vino Malbec mendocino o lácteos de los muy buenos que se fabrican en el país. Pero en esas góndolas hoy se imponen los vinos chilenos o los lácteos europeos y brasileños. Una puñalada en el corazón para una buena cantidad de empresario­s argentinos que gastan la mayoría de sus esfuerzos en reclamar beneficios para el superpobla­do mercado interno pero no acostumbra­n a mirar las oportunida­des que se multiplica­n en el universo exportador. Japón es apenas una muestra del cambio cultural que necesita la Argentina. Un cambio que será mucho más accesible si se abren los ojos al mundo.

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