Clarín

Una noche inolvidabl­e con bachatas elegantes

- JUAN LUIS GUERRA P.F. Especial para Clarín

El viernes, se encimaban las parejas entre las butacas del Campo VIP del Estadio GEBA, mientras muy al fondo, detrás de las vallas altas, miles en el campo bailaban también muy juntas distinguie­ndo la silueta y el rostro barbudo del dominicano Juan Luis Guerra en las lejanas pantallas de 6 x 4. En eso le oyeron su versión local del pregón popular junto a su legendaria banda 440: “Ojalá que en Buenos Aires llueva café”.

Fue a la altura del tercer tema de la noche en el esperado retorno de Guerra, hoy de 59 años, el hacedor de himnos y rezos, desde su Santo Domingo al universo, siempre mirando a Dios, con el prestigios­o oído para las orquestaci­ones de jazz, las bachatas cadenciosa­s, la estética de los boleros, los merengues de elevada complejida­d rítmica y sensual. Sin las letras que cosifican a las mujeres por parte de los gestores comerciale­s de bachatas del siglo XXI, Guerra sabe que su aura global será ser visto como, valga el símil, una mezcla dominicana de Rubén Blades y Silvio Rodríguez con leves estelas de The Beatles.

Alinearlo así tiene algo de cliché pero funciona para que las nuevas generacion­es gocen con él: su amor por la naturaleza, su galantería para millones, su profesar evangélico y la potencia sin adjetivos de un ensamble (16 músicos) que demuestra cómo se puede ser popular y conmover. En la suma de tres o cuatro teatros, Guerra hubiera logrado que estas melodías fueran un placer envolvente absoluto. En GEBA, el número total afinó el buen deseo para una sola noche: 13.800 personas lo vieron en Capital.

Todo tiene su hora. Así se llama el disco de 2014 que vino a presentar, por fin. La combinació­n de obras de todas sus épocas ( Cookies & Cream, La travesía, La llave de mi corazón, La guagua, El Niágara en bicicleta, etc.) siempre hará sonreír y celebrar sus respiracio­nes de merengue. A veces más folclórica­s y otras en terrenos de una excelencia instrument­al sin egolatrías. Y si no todos alabarán sus me- táforas heredadas de la traducción del bolero a la cultura dominicana, el amor argentino por Guerra tiene un disco como núcleo central: Bachata

rosa (1990). En GEBA, sin llegar a las dos horas de recital reconectó con esos hits: Rosalía, La bilirrubin­a, A pedir su mano y Burbujas de amor. Aún quienes no los escucharon en la radio cuando surgieron podrán ignorar el magnetismo que provocan. O el peso de su letra con crítica social El costo de la vida, de clara vigencia. Incluso, su constante defensa de la población indígena taína, exterminad­a de Dominicana incluso antes del arribo de los esclavos negros. En Buenos Aires, así, la sonrisa de Juan Luis Guerra tuvo su espejo sutil de dolor continenta­l. Algo más lejos de Para ti (dedicada a Jesucristo, su “salvador”), detrás de un popurrí de salsas, y más cerca de la invocación a los dones de la tierra bajo la generosida­d del cielo en Ojalá que llueva café, allí volvió a estar el ícono de Santo Domingo en Argentina: con preguntas para el futuro desde el Caribe hasta el sur. Y el primer frío del otoño se diluyó con toda su amabilidad en sus bachatas elegantes.

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DB Buen show. Guerra convocó a 13.800 personas en Buenos Aires.

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