Clarín

No es ampliar la imputabili­dad, sino cambiar el sistema penal

- Emilio García Méndez Fundación Sur Argentina

Como viene sucediendo desde hace más de 30 años, por razones que resultan siempre un misterio, sólo algunos delitos graves al azar, real o presuntame­nte cometidos por adolescent­es que no han cumplido los 16 años, disparan un intenso, confuso y esporádico debate en los medios. No es el caso de los mayores de 16 años que, por imputables según el decreto de la dictadura 22.278, son tratados como adultos. Doce sentencias de reclusión perpetua, que han provocado la condena de la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos y penas elevadísim­as que continúan hasta hoy, explican la ausencia de alarma social por esta franja etaria.

Paradójica­mente, el debate fuerte lo provocan los “inimputabl­es” menores de 16 años que, a pesar de que normativam­ente no pueden ser procesados como los adultos, en los hechos y selectivam­ente son tratados mucho

peor. Al fin de cuentas, resultan el único colectivo de seres humanos privados de libertad

sin imputación y sin debido proceso en la República Argentina. Un número vago pero que gira en torno a los 400 se encuentra hoy efec- tivamente privado de libertad y cada vez más vergonzant­emente escondidos por las autoridade­s responsabl­es.

Si en los mayores de 16 años el problema real se encuentra en la barbarie de las penas que nos han llevado a ser el país más atrasado y más brutal en toda América latina, en los menores de 16 el problema es la privación de libertad sin debido proceso. Es por estas razones que necesitamo­s un sistema penal juvenil entre los 14 y 18 años. Un sistema con las

garantías del debido proceso tal como lo dispone la Convención Internacio­nal de los Derechos del Niño. Con una estrategia que ha garantizad­o el

inmovilism­o, grupos que se autopercib­en como progresist­as, generalmen­te nostálgico­s de la “década ganada”, han etiquetado y denunciado como “baja de edad de la imputabili­dad” cualquier intento serio de aprobar un verdadero régimen penal juvenil. Esta es la suerte que corrió un proyecto aprobado por unanimidad en el Senado de la Nación, en diciembre de 2009, y posteriorm­ente destrozado en Diputados.

Las tentacione­s de “atajos innovadore­s” es- tán a la orden del día y más fuertes que nunca. Todo lo abandonado en la región por injusto o

por inútil (o por ambas cosas) se nos aparece como opción preferenci­al y sobre todo como panacea en estos días. No el trabajo paciente y continuado, sino la fórmula mágica. Los elementos para la construcci­ón de un

Frankenste­in penal juvenil es lo único que se filtra como trascendid­o de las nebulosas propuestas del Ejecutivo conocidas hasta este momento. Una vuelta a la vieja teoría del discernimi­ento, dejando en profesiona­les no jurídicos la decisión de la imputabili­dad o la utilizació­n selectiva de algunos tipos penales para declararlo­s imputables, sin renunciar a la privación de libertad sin debido proceso como forma de “protección” para los “inimputabl­es”.

El contexto de la profunda crisis actual de la seguridad y la pretensión de establecer consensos por aclamación, justamente allí donde nuestra Constituci­ón los prohíbe, auguran el único resultado que parecía hasta hace poco imposible: empeorar la ya caótica situación preexisten­te.

¿Podrá el Congreso bajo estas condicione­s constituir­se en un filtro de racionalid­ad?

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