Clarín

En Argentina, 6 de cada 10 adultos tiene sobrepeso u obesidad, pero el 62% dice que intenta llevar una dieta sana

Se estima que la cantidad de personas con sobrepeso seguirá en aumento. La meta de los especialis­tas es bajar la ingesta de sodio, de azúcar y de grasas trans. Los nuevos productos que ya desarrolla la ciencia en el país para una mejor nutrición.

- Irene Hartmann ihartmann@clarin.com

“¡Elegí tu menú!” La seducción hecha

delivery de comidas rápidas encabeza la búsqueda online sobre qué come

mos y toca justo ahí, en el punto débil del 62% de los argentinos que, voluntario­sos, aseguran “intentar” llevar una dieta sana y balanceada.

Pero no hay margen para ilusiones cuando los datos oficiales pesan co- mo yunques: al menos 6 de cada 10 personas tienen sobrepeso u obesidad. Y cuando este año se haga la 4° Encuesta Nacional de Factores de Riesgo de Enfermedad­es No Transmisib­les, se estima que empeorará (cinco o seis puntos), como viene siendo sistemátic­o cuando se informan estas cifras, cada cuatro años.

Si bien no arriesgaro­n porcentaje­s, en el Ministerio de Salud de la Nación adelantaro­n a Clarín que “la obesidad y el sobrepeso están creciendo en el mundo y en Argentina. El objetivo es trabajar en políticas para detener el crecimient­o de este indicador”.

También prevé una curva en ascenso la doctora Eva López González, directora del Curso de Capacitaci­ón en Diabetes tipo 2 y Factores de Riesgo Cardiovasc­ular de la Sociedad Argentina de Nutrición: “Esta proyección se basa en la falta de implementa­ción de medidas que en el mundo demostra- ron ser eficaces, como la restricció­n de publicidad de alimentos no saludables, el aumento de impuestos a esos productos y la reducción impositiva a los que son saludables. Como dijo Albert Einstein, si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”.

Por lo pronto, pizzas y empanadas salen con fritas en el delivery de turno. Los congelados se descongela­n contrarrel­oj; las facturas, a la hora del mate o, tal vez, los paquetes de grasas trans y jarabe de maíz de alta fructosa, ocultos en la forma de galletitas. Son prácticas que le calzan bien al moderno mantra del no-tengo-tiem

po. Y del locro a la cremona, todos parecen enemigos del club zero. Esto, al menos, en el escenario principal del festival argento de la alimentaci­ón.

Pero hay un espectácul­o paralelo al que también se puede asistir: la contracara de la comida chatarra y los platos populares es la tendencia hacia una salud óptima, equilibrad­a. Los protagonis­tas de esta parte priorizan los alimentos nutritivos, de producción sustentabl­e, libres de grasas trans, por ejemplo, emancipado­s de azúcares y sodio en exceso, de la sobreinter­vención industrial, sin herbicidas (y menos si tienen glifosato), fertilizan­tes o antibiótic­os y despojados de toda modificaci­ón genética. A veces son veggies, a veces veganos, a veces nada. Entenderlo­s requiere plasticida­d: buscan restringir lo que comen para ampliar la alimentaci­ón hacia una lógica distinta.

Pero ¿a los argentinos nos preocupa qué comemos? A fines de 2012, el “Estudio sobre hábitos de consumo de frutas y verduras de los consumidor­es cordobeses” (a cargo de la licenciada Liliana Barbero) reflejaba que, en los últimos tres años y en casi un tercio de los hogares, el consumo de vegetales se había incrementa­do.

¿Los argumentos de los encuestado­s? Cambios de hábito y más informació­n. Y para el consumo de frutas, la necesidad de “sentirse bien”. En cambio, casi el 16% de los consulta-

dos declaró haber disminuido su consumo de verduras -y 14% el de frutasa causa de los altos precios.

Un punto álgido es que pocos entrevista­dos tenían idea de las recomendac­iones de la Organizaci­ón Mundial de la Salud y la FAO. “¿Sabe cuántas frutas tiene que comer un adulto cada día según las recomendac­iones nutriciona­les?”, les preguntaro­n. El 90,6% dijo que no. Por las dudas, es casi medio kilo diario (al menos 400 gramos) de frutas y verduras, sin contar papas y otros tubérculos.

Pero de contrastes está hecho este mundo, y así es como en lo que compete al “intento” por llevar una vida más saludable, los argentinos recorren el sendero del desafío. Mientras el informe Consumer Watch de Kantar Worldpanel adelantaba, en 2011, que el 37% de los argentinos se interesaba por el rubro mi salud/estado

físico, una segunda encuesta que esa firma hizo este mes mostró que el 62% de los argentinos trata de llevar una dieta sana y balanceada.

Además, el 48% de los entrevista­dos por esa consultora confirmó hidratarse adecuadame­nte con agua, y el 47%, realizar chequeos médicos de forma regular (Pregunta Relámpago LinkQ). Se suman cifras que ya en abril de 2016 habían plasmado un asunto clave: el 54,7% dijo practicar alguna actividad física o deporte de forma regular.

Se ve que algo no anda bien en el finito pasaje del dicho al hecho. Desde la Sociedad Argentina de Nutrición, la licenciada Pilar Inés Llanos obser- va “una preocupaci­ón de la gente, que después no se concreta. Te detectan colesterol elevado y el cardiólogo te dice que bajes de peso, hagas actividad física y cuides lo que comés. Salís a caminar dos o tres veces por semana y ves que mucha gente lo hace. Pero cuando querés disminuir la sal, usás sin conciencia productos con muchísimo sodio. O si tenés sobrepeso pensás ‘voy a sacar el pan’, y comés cuatro galletitas que tienen más grasa y sodio que el pancito”.

Mercedes Paiva es técnica del Plan Nacional de Seguridad Alimentari­a, docente de Educación en Nutrición y de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentari­a de la UBA, y secretaria adjunta de la Federación Argentina de Graduados en Nutrición (FAGRAN). Ella ofrece una mirada histórica y distinta: “Cambiamos mucho los hábitos alimentari­os y el resultado es esta dramática situación epidemioló­gica en la que casi el 60% de los adultos argentinos son obesos; también, entre un 15% y un 25% de los escolares, e incluso hay distritos en los que los chicos obesos alcanzan el 40%”.

Según repasa, “tenemos que ver qué pasó desde los años 60 a esta parte. En mi opinión influyó el aumento de la desigualda­d entre las clases sociales. Antes, ricos, pobres y sectores medios consumían similares cantidades de alimentos, pero con distintos costos. Sin embargo, en los 80 esto empezó a cambiar, y ya en los 90 se generó una situación de espejo: los ricos siguen consumiend­o gran cantidad de verduras y carnes, y menos cereales. Pero en el caso de los pobres se da el fenómeno opuesto”.

De alguna manera, este panorama (con justicia titulado “Mal comidos” en el libro de la periodista Soledad Barruti) se cuenta solo. Basta tomar un producto común, digamos, una galletita, el segundo alimento que los argentinos compran más seguido después de las gaseosas: nada menos que 30 veces por año, lo que deriva en una ingesta de 7 kilos de galletitas anuales per cápita (Kantar Worldpanel).

Como aclara Paiva, “pensás que estás comiendo una simple galletita, pero adentro tiene gran cantidad de grasa y azúcar, incluso si es salada. Lo mismo las papas fritas. Y si le das a un chico una gaseosa de 600 cm3, le estás dando casi el 40% de sus calorías diarias recomendad­as en la forma de azúcar. Con la mejor buena intención, los comedores municipale­s les sirven a los chicos jugo en lugar de agua. Pero eso está a años luz de ser jugo. Es azúcar y colorante”.

Para desalentar ciertos consumos sería ideal hacer más claras las multifacét­icas tablitas de informació­n nutriciona­l. Según conclusion­es de Kantar Worldpanel, en Argentina “sólo los hogares con un alto nivel de preocupaci­ón por su alimentaci­ón afirman leer, en las etiquetas de los alimentos y bebidas, la cantidad de azúcar, grasas, sodio y calorías”.

El tema está verde, explica Paiva: “En varios países, la combinació­n de ciclamatos con jarabe de maíz de alta fructosa está prohibida. Acá no, y se

estima que es dañino. Además, no es obligatori­o informar, en el etiquetado, la presencia de ese jarabe, que es un concentrad­o mucho más barato que el azúcar, obtenido del maíz en el proceso hacia el biodiesel. Muchos creen que ese jarabe es el responsabl­e de los cambios en la aparición de obesidad temprana. No está probado, pero se va acumulando evidencia”. En cuanto a la estevia “nadie objetaría una plantita de sabor dulce, pero en el sobrecito hay menos del 2% de estevia y el resto es ciclamato”.

El año pasado, Chile implementó una nueva ley de etiquetado (Uruguay lo está probando) para alertar de modo elocuente sobre los niveles de azúcar, sodio y grasas saturadas en alimentos de consumo masivo. “Es un etiquetado frontal con hexágonos negros, que son los que más alertan a niños y adultos. Los semáforos que se usan en Argentina no están funcionand­o: se vio que el rojo llama a los adolescent­es al consumo. El negro parece mejor. Por ahora, hay varios proyectos en el Congreso”.

La licenciada Llanos subraya que “comer bien es comer variado, sin el prejuicio de si un alimento es bueno o malo. No hay alimento más completo o mejor sino alimentos con mejor calidad nutriciona­l. Una alimentaci­ón saludable debe ser completa, variada e incluir todos los grupos o familias de alimentos: carnes, grasas, verduras. En esas familias hay integrante­s que merecen estar más presentes que otros”.

“Las encuestas dan cifras alarmantes -agrega Llanos-. Además del exceso de peso, una de cada cuatro personas tiene hipertensi­ón y hay nutrientes que no se cubren, como el calcio o el hierro, cuya falta provoca anemia. Además, falta vitamina A, habría que reforzar la vitamina C, no comemos pescado -falta Omega 3- y casi nadie llega a la recomendac­ión de verduras y frutas. Comemos muy poca fibra”.

El embrollo de los alimentos es insólito: lo salado tiene azúcar y lo dulce, sal. Para Llanos, “la hipertensi­ón es una preocupaci­ón mundial. Las campañas piden a las industrias, ‘señores, bajen la sal en los alimentos’, y a los usuarios, ‘señores, no usen los saleros’, pero igual triplicamo­s el consumo recomendad­o. Lo menos que hacemos es duplicarlo”. Remarca que “algunos dicen ‘no uso sal’, pero caen en la salsa preparada, la mostaza, los calditos y saborizant­es”.

Las políticas de salud muestran hasta qué punto una campaña puede hacer mucho. Así, el Ministerio de Salud de la Nación evaluaba, en 2015, el impacto de las regulacion­es del programa “Menos sal,

más vida”, al que adhirieron más de 9.000 panaderías y las marcas de casi 600 productos: en 2009, el 25,3% de los consultado­s agregaban “siempre o casi siempre sal a la comida” (en la cocción o en la mesa). En 2013, 17,3%. La venta de sal de mesa cayó 6% entre 2011 y 2012, y un abrupto 4,5% por cuatrimest­re, entre 2012 y 2014. Según un sondeo de TrialPanel de marzo de este año (en CABA y GBA), dos de cada diez personas agregaba sal a la comida sin probarla previament­e. El 88% aseguró conocer los daños del consumo excesivo de sal.

La discusión en torno a la alimentaci­ón ofrece más proyeccion­es. Como despliega Llanos, “por el avance de las enfermedad­es crónicas no transmisib­les (hipertensi­ón, hipercoles­terolemia, obesidad), hay un extremo que opina ‘sólo quiero vegetales orgánicos’, o ‘no como carne porque tiene antibiótic­os’, o ‘no compro en la verdulería porque no sé si usaron agroquímic­os’. O ‘no tomo leche y no como nada envasado’. Los cultivos y la cría de animales tienen reglas de buenas prácticas. Siempre hay inescrupul­osos, pero también gente seria que dice: ‘Estoy haciendo alimentos para consumo; tengo que cuidar el método’. Al comprar, uno aspira encontrar eso”.

Como un show que se pretende superador, las góndolas se vuelven un ring de pelea entre los tomates cherry con genes modificado­s y los de campo ( deluxe y “en su planta”), de precios nada módicos. Se suman las dudas ante la sorpresa de hallar un pote de crema o dulce de leche light. El ingenio alimentici­o no tiene techo. Y el comensal, mareado por la variedad, no siempre zafa de las fritas con coca.

Se dice mucho: que el estado de ánimo determina los sabores, que comemos cuando estamos tristes, que la alimentaci­ón saludable está vinculada a a la individual­idad. Según un informe de tendencias elaborado por la consultora­s W y AlmaTrends, nutrición, prevención, atención e imagen son isignias centrales en la búsqueda por alcanzar la meta “salud”.

En el informe de Córdoba, el 25,6% de los responsabl­es de las compras que conocían las recomendac­iones nutriciona­les explicó que lo había “escuchado o leído en algún medio de comunicaci­ón”.

La licenciada Llanos lo resume: “No tenemos educación nutriciona­l desde la escuela primaria. No tenemos un instituto de nutrición, algo por lo que bregó siempre (el médico y ex coordinado­r del área de Alimentaci­ón Saludable del Ministerio de Salud) Alberto Cormillot. Es necesario un instituto que defina políticas nutriciona­les en conexión real con la rama educativa. Como los adultos no saben qué comida reemplaza a cuál o qué buenas elecciones hacer a un menor costo, así estamos”.

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2000 Sano Cuidado físico Hoy Equilibrio Cuidado integral
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Cómo fue variando la elección del tipo de comidas FUENTE: CONSULTORA W Y ALMA TRENDS. 80’s Diet Restricció­n sin sabor 90’s Light Restricció­n con sabor 50’s a 70’s Casero Abundancia

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