Clarín

El veneno macrista

- nobo@clarin.com Eduardo van der Kooy

El diseño de campaña de Mauricio Macri empieza a insinuar sus primeros trazos principale­s. Apuntan más que nada a un refresco de la memoria colectiva: el pasado, la herencia y la corrupción. Veneno para el kirchneris­mo. Las líneas finitas tendrían, en cambio, vinculació­n con el presente. Un poco de buenos modales, esfuerzo por la contención social y alegorías de la obra pública. Ahora mismo se anuncia la inauguraci­ón del Metrobus en La Matanza, meollo del Conurbano, como si se tratara de la dimensión del subte de París. Tampoco habrá que restarle valor. De otro modo, el peronismo lugareño no disputaría, como lo hace, la supuesta paternidad del emprendimi­ento. Todo, al fin, indica el grado de abandono eterno al que han sido sometidos los sectores humildes bonarenses.

El Gobierno se ocupa de sacar los actores y el libreto a la escena. El Presidente habló del Estado como un aguantader­o. Apuntó además a la década errada en materia de política energética. Carolina Stanley, la mi

nistra de Desarrollo Social, opinó que la persistenc­ia de los piquetes representa­n

también la grieta en la sociedad. Guillermo Dietrich, el ministro de Transporte, recordó con dureza que Julio De Vido “es un delin

cuente”. Fue el ex ministro de Planificac­ión con Néstor y Cristina Kirchner. María Eugenia Vidal, al comunicar exámenes toxicológi­cos a policías bonaerense­s, afirmó que puede hacer lo que hace “porque no somos

parte de la mafia”. Correo para Aníbal Fernández. Leída en clave, la declaració­n de la gobernador­a pudo incluir un subtexto dirigido a Elisa Carrió. La diputada acostumbra a sembrar dudas sobre un racimo de ministros bonaerense­s. Pero tal incordio pertenece sólo a la vida interna de Cambiemos.

El rumbo de la campaña macrista se definió luego de laboratori­os sucesivos donde tallaron los de siempre: Macri, Marcos Peña, el jefe de Gabinete, Mario Quintana, uno de los ministros coordinado­res, Horacio Rodríguez Larreta, el jefe porteño, y Vidal. También, por supuesto, el gurú ecuatorian­o Jaime Durán Barba. Hubo espacio para la voz de los radicales Mario Negri, jefe del interbloqu­e en Diputados, y Ernesto Sanz, influyente sin cartera. En una conclusión central habrían convergido todos ellos. El Gobierno detuvo su caída, se estabilizó y atisba un repunte porque la oposición, en sus heterogéne­as expresione­s, salió a desa

fiarlo. A prepotearl­o. Eso significar­on las siete marchas y los dos paros (CTA y CGT) durante marzo y los primeros días de abril. Como broche, la irrupción espontánea de miles de personas para respaldar al oficialism­o.

Una interpreta­ción ladina y de ficción podría señalar que Macri se enfrentarí­a a problemas muy serios, tal vez, si la oposición se replegara. Si no asomara siempre sólo como una amenaza. Imposible que suceda en un año electoral. La dificultad terrible para el Gobierno sería quedar enfrentado, sin aditamento­s, a la realidad y a su gestión.

Aquella hoja de ruta se conformó también con guías consistent­es. Al menos dos de ellas aportadas por la consultora Isonomía. En un tópico sobre el pasado y la herencia kirchneris­ta se desmenuzar­on estas revelacion­es. A 16 meses de iniciada la experienci­a macrista el 53% de los consultado­s opinó que el peso del legado dejado por Cristina continúa siendo mucho. Un 44% sostuvo que poco. En el

97% del universo, más allá de las ponderacio­nes, sigue estando presente aquella herencia.

Esa percepción podría engarzar con la visión de futuro que los argentinos poseen ahora. Un 48% apuesta a que será mejor. Un 30% a que empeorará. Un 19% cree que el paisaje se mantendrá sin alteracion­es.

El tercer ítem evaluado para moldear la estrategia de campaña macrista tiene vínculo con la corrupción. Aquí asoman algunos datos sorprenden­tes recogidos por Isonomía. Que ayudarían a explicar la profunda división que subsiste en la sociedad. Como si se tratata de países distintos. Que convierten a la política en una geografía de elevada hostilidad. De acuerdo con el trabajo de la consultora, el 36% de los argentinos estima hoy que el gobierno de Macri es corrupto. Valdría de manera relativa, por lo visto, la dilución del caso de los Panamá Papers, la marcha atrás por el Correo o el sobreseimi­ento de la vicepresid­enta Gabriela Michetti en la causa por una suma de dinero robada de su domicilio. Lo llamativo resulta la composició­n del juicio social. Entre los simpatizan­tes de Macri sólo un 10% repara en la corrupción. Pero la acusación crece al 71% entre los votantes kirchneris­tas. Hay una cosecha de 28% entre los adherentes al Frente Renovador de Sergio Massa.

Por otro lado, el 83% de los ciudadanos estarían convencido­s de que la administra­ción de Cristina fue corrupta. Para los macristas ese guarismo treparía al 96% y para los massistas al 87%. Existe también un 58% que remite su identidad política a la ex presidenta. Quizá forme parte del controvert­ido clásico político nacional acerca de que “roban pero hacen”. Una muletilla que también justificó al ciclo menemista. El enigma consiste en saber cómo esa imagen tan extendida se traducirá a la hora de votar.

Tal panorama podría explicar dos cosas recientes. La decisión de Macri de zarandear el nido existente en el INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisua­les). Además, la gigantesca marquesina política de Carrió. No sólo por la ratificaci­ón de su candidatur­a por la Ciudad para octubre.

El kichnerism­o supo en su época anclar con fuerza en el mundo de la cultura y el espectácul­o. Des-

de allí, antes que desde la política, arreciaron al amanecer los cuestionam­ientos a Macri. Nada para objetar. El conflicto radica en el pasado. Desde el ministerio de Cultura –antes secretaría-- y el propio INCAA se usaron fondos públicos para proyectos artísticos imposibles de explicar. Fue tan asi que se apeló a vericuetos impensados: dineros del Ministerio de Planificac­ión ($ 1 129 millones) que, tercerizad­os con universida­des bonaerense­s, se evaporaron en obras, series y películas fantasmas.

Macri felicitó al ministro Pablo Avelluto por su determinac­ión de querer llegar a la raíz de las oscuridade­s en el INCAA. Esa maniobra incluyó la separación de Alejandro Cacetta, ya ex titular, empinado por el propio macrismo. Nadie puso en duda la honradez del funcionari­o. Sí, en cambio, cierta timidez para escarbar en la corrupción de las capas geológicas. Las dudas que quedaron sobre el reemplazo fueron acerca del procedimie­nto. De la pericia demostrada. O de la impericia: de arranque produjo una alianza en aquel mundo entre los manifiesto­s kirchneris­tas y quienes nunca lo

fueron.

Cacetta había llegado con el paraguas protector del director de cine, Juan José Campanella y de Adrián Suar. Ninguno de los dos fue consultado antes de que fuera promovida la salida de Cacetta. El macrismo quedó a la intemperie y pagó, a lo mejor, un costo innece

sario. El malestar alcanzó un hervor que obligó a la mediación de Peña. El caso de Carrió constituye un fenómeno pocas veces visto en la Argentina. Que podría fundamenta­rse a través del estado líquido de los partidos y de la política. La sociedad suele aferrarse, muchas veces de modo circunstan­cial, sólo a las personas. Valdría reparar en el último recorrido de la líder de la Coalición. En la interna presidenci­al de Cambiemos, en 2015, obtuvo apenas el 2,3% de los votos (513.147), por debajo de Sanz y lejisimo de Macri. En este presente, según Isonomía, es la se

gunda dirigente con mejor imagen únicamente superada por Vidal. Y encima del Presidente. Tal reubicació­n transformó a Carrió en

una pieza crucial de Cambiemos. Para la gobernabil­idad y la campaña. Rebasando con su personalis­mo el modesto poder estructura­l del PRO y de la Unión Civica Radical. La diputada es la líder de la Coalición. Y la Coalición es ella misma. Sin que eso implique restar mérito a otros integrante­s que reman, como Fernando Sánchez.

Carrió ha sido un certificad­o de inmunidad cada vez que una denuncia sobre corrupción estremeció al Gobierno. Pero se concede margen para sus propias batallas: denunció y solicitó el juicio político para el titular de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti. Nadie la puede detener. Macri usa el recurso de la toma de distancia y Michetti el de la defensa personal del juez. Se asiste al pleito más grave que enfrenta el Poder Ejecutivo.

La diputada también decidió el ordenamien­to electoral sin aguardar ninguna movida de Cristina. No desembarcó en Buenos Aires, se quejó de Vidal e interpuso antes un veto: el de la candidatur­a de Jorge Macri, intendente de Vicente López. En el fondo de su deseo, a Carrió no le agradaba lidiar en la Provincia. Aunque dejó su huella antes de partir. El terreno quedó liberado para la gobernador­a. Ella pretende hacer pesar su popularida­d en la campaña que no hubiera podido compartir –más por razones personales que políticas-- con la líder de la Coalición. Su candidatur­a en la Ciudad resultó una bendición para el macrismo. Rodríguez Larreta le soltará toda la cuerda. Además, se ocupó rápido de dispararle a Martín Lousteau. El economista dejó la embajada en Washington –para disgusto presidenci­al-- con el objeto de disputar una banca. Pero deberá hacerlo por afuera de Cambiemos y en contra de la volcánica Carrió.

Lousteau, ante el dilema, podría estar cavilando algún atajo. ¿Presentar una lista corta para la Legislatur­a porteña y acoplarse a la postulació­n de la diputada en el orden nacional? Sería quizás una forma oportuna de amarrar en la Ciudad. Y adiestrars­e para intentar destronar a Rodriguez Larreta en sólo un par de años.

El 83% de los argentinos opina que el gobierno de Cristina fue corrupto. Un alto porcentaje también se identifica kirchneris­ta.

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Jefe de Gabinete, Marcos Peña.
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