Clarín

¿Qué les digo a mis amigos que no son norte - americanos?

- Jospeph S. Nye Jr. Politólogo. Profesor de la Universida­d de Harvard (EE.UU.)

Con frecuencia viajo al exterior e, invariable­mente, mis amigos extranjero­s preguntan, con diferente grado de desconcier­to: ¿Qué diablos está pasando en tu país? Esto es lo que les digo. Primero, no malinterpr­eten la elección de 2016 en los EE.UU. Contrariam­ente a algunos comentario­s, el sistema político estadounid­ense no ha sido arrasado por una ola de populismo. Es verdad, tenemos una larga historia de rebelión contra las élites. Donald Trump tocó la fibra de una tradición asociada con líderes como Andrew Jackson en el siglo XIX y George Wallace en el siglo XX.

Sin embargo, Trump perdió el voto popular

por cerca de tres millones de sufragios. Ganó la elección apelando al resentimie­nto populista en tres estados del Cinturón de Óxido - Michigan, Pennsylvan­ia y Wisconsin- que anteriorme­nte habían votado por los demócratas. Si cien mil votos hubieran sido emitidos de otra manera en esos estados, Trump habría perdido el Colegio Electoral y la presiden-

cia. Dicho esto, el triunfo de Trump señala un problema real de la creciente desigualda­d social y regional en Estados Unidos.

Lo segundo que les digo a mis amigos extranjero­s es que no subestimen las capacidade­s comunicaci­onales de Trump. Muchos se sienten ofendidos por sus cataratas de tuits y su indignante desprecio por los hechos. Pero Trump es un veterano de la televisión realidad, donde aprendió que la clave del éxito reside en monopoliza­r la atención de los televident­es, y que la manera de hacerlo es con declaracio­nes extremas, no una considerac­ión cuidadosa de la realidad. Twitter lo ayuda a marcar la agenda y distraer a sus críticos. Lo que ofende a los comentaris­tas en los medios y en el ámbito académico no les preocupa a sus seguidores. Pero cuando pasa de su permanente campaña egocéntric­a a intentar gobernar, Twitter se vuelve una espada de doble filo que disuade a los aliados necesarios. Tercero, les digo a mis amigos que no esperen un comportami­ento normal. Por lo gene- ral, un presidente que pierde el voto popular se traslada al centro político para atraer respaldo adicional. Eso es lo que hizo con éxito George W. Bush en 2001. Trump, por el contrario, proclama que ganó el voto popular y, actuando como si realmente hubiera sido así, apela a sus votantes de base. Mientras, ha hecho nombramien­tos centristas sólidos en los Departamen­tos de Defensa, Estado y Seguridad Nacional, sus elecciones para la Agencia de Protección Ambiental y el Departamen­to de Salud y Servicios Humanos son de los extremos del Partido Republican­o. Su personal en la Casa Blanca está dividido entre pragmático­s e ideólogos, y él complace a ambos.

Cuarto, nadie debería subestimar a las institucio­nes estadounid­enses. No entren en pá

nico. Estados Unidos, a pesar de todos sus problemas, no es Italia en 1922. Nuestras élites políticas nacionales suelen estar polarizada­s; pero también lo estaban los fundadores de Estados Unidos.

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