Clarín

De tipos indeseable­s (y ciertas patologías)

- Jorge Sigal Secretario de Medios Públicos

Como si fueran sobrevivie­ntes de un naufragio, un puñado de personas con las que compartí momentos de mi infancia comunista, han aparecido en los últimos tiempos para insultarme en las redes sociales. Algunas, que a mi modesto entender padecen cierta extraña patología, no sólo me han faltado el respeto sino que se esfuerzan por demostrar que me he convertido en una especie de demonio al que, incluso, llaman a lapidar. Para ejemplos, un par de botones: • Un tipo, al que no veo desde hace unos treinta y cinco años, asegura que en 1977 (¡Sí, en 1977!) tenía que encontrars­e conmigo en una cita clandestin­a. Cuando el héroe (es decir él) llegó al sitio pactado, en lugar de encontrars­e conmigo se llevó la horrible sorpresa de que se había hecho presente un grupo paramilita­r. El tipo, de quien no puedo recordar una sola cualidad, alguito que me hubiera impactado en esa edad en la que las marcas son indelebles, asegura que yo era un cobarde, un miedoso incorregib­le y, segurament­e, un temprano proyecto de traidor. No tengo nada que decir al respecto. Me encantaría tener registro del arrojo y rotundez de pensamient­o de este justiciero tardío, pero sólo recuerdo que era grandote,

medio colorado y usaba bigotes tipo mostacho. Ahora veo, además, que se trataba de un gran mentiroso. No me molesta tanto lo que esta morsa haya dicho sobre mí, sino que a ninguno de los que acompañaro­n su denuncia virtual se le haya ocurrido decir: “¡Pará, Gordo, que para todo hay un límite!” El estalinism­o tardío es un camino sin retorno. Lejos de mí, por favor. • Otro, que no tuvo prejuicio para venir a mi despacho a pedirme empleo (“Como asesor, aunque manteniend­o la reserva del caso, ehhh”), al no tener respuesta sobre su contrataci­ón, descubrió súbitament­e que yo era en rea

lidad “una mala persona”. En ese territorio, cercano a Dios, no puedo discutir. Él habrá recibido la misión de definir los límites entre EL BIEN y EL MAL. Sólo opté por un terrenal bloqueo.

• Alguien insinuó, segurament­e con enorme conocimien­to de mi biografía, que asumí como Secretario de Medios “porque estaba con dificultad­es económicas”. Vieja costumbre estalinist­a: acusar al que piensa distinto de servir a intereses espurios. Otra vez: la casa se reserva el derecho de decidir sobre EL BIEN y sobre EL MAL. La pregunta que surge es: ¿Cuál casa? La señora que me puso bajo sospecha viene de una temporada de purificaci­ón en el templo de

los padres creadores de la corrupción más atroz que registre la historia argentina. Como sé que se trata de una creyente de buena fe, estoy dispuesto a olvidar su injuria.

• Finalmente, hubo uno que, despojado de sutilezas, escribió una propuesta constructi­va: “Propongo que el que lo vea lo cague a

trompadas”. Se refería, claro, a este servidor. El último encuentro que recuerdo con este exponente de clara flema inglesa fue cuando le estaban creciendo los primeros pelitos de unos bigotes que prometían un futuro promisorio. Hoy andará bordeando los 60. Otro que evolucionó como custodio del BIEN.

No me parece necesario comprobar si los bigotes han evoluciona­do favorablem­ente. No nos hemos visto en 40 años, podemos seguir adelante sin hacerlo. ¿No le parece?

Un último párrafo (bien serio) Estoy dispuesto a debatir con todas las personas honestas que tengan ganas de escuchar. Yo no insulto, no juzgo, no levanto el dedo. Y exijo trato recíproco. A los que no cumplen con estas simples premisas, los bloqueo. Y, adiós.

En la realidad virtual, lo que no se ve no existe.

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