El largo viaje de la familia Bergoglio
Carlos Fuentes, ese mexicano desmesurado que integró el boom y teorizó sobre la nueva novela hispanoamericana, alguna vez mapeó la geografía emocional entre América Latina e Italia: “¿Ausencia? ¿Indiferencia? ¿Lejani a? ¿Olvido? Cuando se invocan estas palabras para describir la relación de Italia y la América Latina me siento movido a recordar que un genovés fue el primer europeo en poner pie en el hemisferio occidental; que un florentino, entre ‘multitud de pájaros’ y sintiéndose en el paraíso terrenal, le dio su nombre a América; que un veneciano exploró el Río de La Plata y el Paraná hasta las alturas del Paraguay”, dijo Fuentes hace años en un aniversario del IILA, la actual Organización internacional italo-latinoamericana que, para celebrar sus 50 años, inauguró una muestra sobre inmigración que rescata la historia de una familia: la del Papa Francisco.
La apertura, el viernes, de la exposición Génova-Buenos Aires, sólo ida. El viaje de la familia Bergoglio a la Argentina y otras historias de emigración contó con la presencia de la canciller argentina, Susana Malcorra, quien visitó la sede de la organización fundada en 1966 aquí, en Roma, para institucionalizar la colaboración entre Italia y 21 países de América Latina.
“El tema de la muestra es más que oportuno - dijo Malcorra antes de su visita privada al Vaticano, donde se reunió con el Papa-. En un mundo en el que mucho se habla de la inmigración, pero mucho se le teme.”
La muestra inicia con cifras. Se señala que, entre 1861 y 1985, 24 millones de italianos emigraron a América, Australia y Europa occidental. De ellos, 2,9 millones llegaron a la Argentina cuyos descendientes representan hoy entre el 40 y el 50 por ciento de la población. La exhibición reproduce documen- tos y guías que el gobierno italiano distribuía: Manual del emigrante italiano en la Argentina, Guía para el que emigra a la Argentina, ¿Qué es la Argentina? Pregunta que, tantas décadas después, podría haber respondido Octavio Paz, con una de sus humoradas, cuando nos definió: “Los argentinos son italianos que hablan español y se creen ingleses”. En medio de polaroids añejas del puerto de Buenos Aires y el Hotel de los Inmigrantes a inicios del siglo pasado, despuntan retratos de los Bergoglio -Mario, papá del Pontífice, y los abuelos del Papa, Giovanni y Rosa, originarios de la provincia de Asti (Piamonte)-, que el 1° de febrero de 1929 se embarcaron en Génova en la nave Giulio Cesare. Habían comprado pasaje en tercera clase y sólo de ida. Luego de dos semanas, los Bergoglio desembarcaron en Paraná, donde tres hermanos del nonno Giovanni, que habían emigrado antes, habían montado una pequeña empresa de pavimentación.
Años después levantaron allí el Palacio Bergoglio, primer edificio de la ciudad de cuatro pisos -uno para cada hermano- que contaba con ascensor. Mario, que llevaba la contabilidad del emprendimiento que entró en crisis en el ’29, se mudó a Buenos Aires en 1934. En diciembre de 1935 se casó con Regina María Sivori. Un año después nacería el actual Pontífice.
La muestra -sigue hasta el 19 de mayo- rescata una confesión de Bergoglio: “Sueño una Europa en la cual ser migrante no sea un delito”.