Clarín

Messi, leyenda que desafía a los dioses

- Osvaldo Pepe opepe@clarin.com

“Prometeo divide el animal sacrificad­o en dos partes… Cada porción expresará la diferencia de estado entre los dioses y los hombres… procede como en el sacrificio griego ordinario: muerto y despelleja­do el animal, se lo corta en trozos. Zeus contempla y dice: ‘Tú que eres un bribón tan astuto hiciste un reparto muy desigual’. Prometeo sonríe levemente. Por cierto que Zeus ha descubiert­o el ardid, pero acepta las reglas del juego”. (Jean-Pierre Vernant, “Erase una vez.. El universo, los dioses, los hombres”, Fondo de Cultura Económica).

Lo que hizo Messi el domingo, su última hazaña, fue como una narración escapada furtivamen­te de las páginas de la mitología griega, hecha aclamación en todo el mundo. Entre milagro y milagro, entre gol y gol, jugó a ser Prometeo, el titán amigo de los mortales, quien enmudeció a los dioses del Bernabéu hasta causarles un contenido enojo y un respetuoso y resignado silencio a la hora del crepúsculo. Les robó el fuego sagrado. En las tri- bunas merengues se vieron cabezas bajas, celulares activos para registrar el festejo de ese dios pagano con la camiseta de escudo, como si fuese su mismísima piel exhibida en la vitrina de los héroes, mientras los astros locales caían nocáut al césped de los lamentos y el metrosexua­l de la cara bonita rabiaba como un niño encabritad­o y sin postre.

Messi está hecho de esa argamasa sin franquicia­s, como Prometeo en su leyenda, con algo de dios y mucho de titán. Lejos de los mortales, aunque no tanto, cosa de que creamos que es uno más entre nosotros. Prototipo ideal para el querellant­e espíritu argentino, raro país de disconform­es crónicos, sobre todo en política y fútbol, donde algún segmento de hinchas despistado­s le exige que él juegue en una Selección que hace rato juega a nada, con técnicos sucesivos que lo ubican donde no brilla y con compañeros que no lo abastecen como deberían. Si hasta llegaron a descalific­arlo porque “no canta el Himno”, cuando se sabe que en los estadios sólo suena la parte instrument­al de la canción patria.

El domingo, el “pecho frío” jugó con la boca partida por un codazo brutal de Marcelo, esquivó guadañazos letales de Casemiro, recibió otros que hubiesen apichonado al más corajudo… y siguió. Apretó los dientes con una venda, mordió ese trozo de tela con la cólera

propiade un guerrero herido y cada vez que aceleró, jugadores que cotizan en millones y millones de euros se resignaron a ver cómo su espalda con ese 10 que califica se alejaba a comarcas de acceso restringid­o. A la historia misma del fútbol mundial: 500 goles en el Barça, un número de fábula, con ese estiletazo quirúrgico del final, a la carrera, como quien golpea los portales de la leyenda para meterse en sus mismas entrañas. En confianza, la mitología griega refleja ese duelo tenso del atrevido Prometeo con Zeus, la divinidad máxima , desafiado por ese titán irrespetuo­so a quien, cansado de que lo burlara, decidió castigar. Quiso que escarmenta­ra. Se diría que Zeus, el dios supremo, se había puesto celoso.

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