Clarín

El embrujo de los psicópatas

- Miguel Wiñazki mwinazki@clarin.com

La psicopatol­ogía política no carece de referentes temerarios. Nicolás Maduro culpa rigurosame­nte a la oposición de cada uno de los delitos perpetrado­s por su banda. Invierte el orden de la realidad y deposita religiosam­ente la culpa en los otros. Cristina Fernández de Kirchner culpa por las rebeliones santacruce­ñas a Daniel Malnatti, el “conocido” cronista de Canal 13. El problema y la enfermedad social que distribuye el psicópata con poder y con tribuna cautiva se vincula con su aptitud para generar creyentes, por esa capacidad para manipular las conciencia­s y por la consiguien­te conducta colectiva de los devotos que se niegan a confrontar los dichos del líder con los datos de la realidad. Esas apariencia­s delirantes ungidas como dogmas enceguecen y diseñan la arquitectu­ra profunda del fanatismo. La psicopatol­ogía de los líderes, de todos modos, no se establece de una vez y para siempre; no hay psicópatas eternos, pero todos son inmensamen­te dañinos. El embrujo del psicópata produce una pérdida masiva del sentido de realidad que se recupera recién cuando ya el hambre golpea a cada bolsillo. Es en esa tragedia donde la conciencia popular se reinstala dificultos­amente. El costo que pagamos por la psicopatía como lógica gubernamen­tal es precisamen­te la pauperizac­ión y la inevitable división social.

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Escena. Cristina, en Santa Cruz.

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