El embrujo de los psicópatas
La psicopatología política no carece de referentes temerarios. Nicolás Maduro culpa rigurosamente a la oposición de cada uno de los delitos perpetrados por su banda. Invierte el orden de la realidad y deposita religiosamente la culpa en los otros. Cristina Fernández de Kirchner culpa por las rebeliones santacruceñas a Daniel Malnatti, el “conocido” cronista de Canal 13. El problema y la enfermedad social que distribuye el psicópata con poder y con tribuna cautiva se vincula con su aptitud para generar creyentes, por esa capacidad para manipular las conciencias y por la consiguiente conducta colectiva de los devotos que se niegan a confrontar los dichos del líder con los datos de la realidad. Esas apariencias delirantes ungidas como dogmas enceguecen y diseñan la arquitectura profunda del fanatismo. La psicopatología de los líderes, de todos modos, no se establece de una vez y para siempre; no hay psicópatas eternos, pero todos son inmensamente dañinos. El embrujo del psicópata produce una pérdida masiva del sentido de realidad que se recupera recién cuando ya el hambre golpea a cada bolsillo. Es en esa tragedia donde la conciencia popular se reinstala dificultosamente. El costo que pagamos por la psicopatía como lógica gubernamental es precisamente la pauperización y la inevitable división social.