Clarín

Leer y escribir en la adversidad

Dejar de ser invisibles. En una cooperativ­a de recuperado­res urbanos trabajan con una psicóloga y una maestra. “Hay quienes nunca en su vida habían tomado un lápiz”, cuentan.

- Silvia Gómez sgomez@clarin.com

Recuperado­res urbanos porteños aprenden lectura y escritura en el galpón donde separan la basura.

Tres veces a la semana, Juan Carlos, Luis, Roberto y Margarita se sientan en ronda, junto a Elisa, su maestra. Estudian a metros del lugar en el que acopian los materiales reciclable­s

que recogen de las calles. Entre mates y galletitas, el tiempo se les pasa volando y por primera vez en sus vidas están frente a una chance con- creta de aprender a leer y escribir. Tienen alrededor de 50 años, la piel curtida, las manos ásperas y los achaques que les provoca tirar de un carro que muchas veces puede pesar más de 100 kilos.

Se trata de integrante­s de la Cooperativ­a Recuperado­res Urbanos del Oeste. Son alrededor de 800 trabajador­es que recogen el material reciclable de los barrios de Caballito, Flores y Floresta. El año pasado, de ma-

nera voluntaria y bajo la coordinaci­ón de una psicóloga, organizaro­n clases de aprendizaj­e básico; y como el grupo se consolidó, este año la cooperativ­a contrató a Elisa Otero, edu

cadora popular y alfabetiza­dora. "La idea fue generar un espacio de construcci­ón colectiva. En el que podamos aprender el uno del otro. De la vida, de la historia de cada uno, de lo que significa reciclar. Por supuesto, también aprender a leer y escribir.

Cada cual tiene sus tiempos, pero lo importante es transmitir que nunca es tarde", contó Elisa a Clarín. Se sientan en ronda no solo para compartir el mate, sino también para verse las caras y "plasmar la idea concreta de la horizontal­idad en la enseñanza y en el aprendizaj­e", agregó.

En la Ciudad hay 12 cooperativ­as de recuperado­res urbanos que emplean a unas 5.500 personas; cobran alrededor de $ 8.500 por mes. Aunque la actividad tiene una ley desde 2005, el proceso de organizaci­ón se dio en los últimos años. Aún hay muchos vecinos que desconocen cómo separar y cómo entregar los residuos a los cartoneros. Aquí entra en juego el trabajo de las "promotoras ambientale­s", mujeres que fueron cartoneras y que dejaron de tirar de los carros para concientiz­ar a los vecinos. Recorren los barrios dando charlas e informando como realizar la separación en origen (ver Del carro...).

"Nunca tuve tiempo de ir a la escuela: me crié sin mamá y mi papá me dejaba al cuidado de mis hermanos. Después me mudé a Buenos Aires y, con siete hijos, tampoco pude estu

diar", contó Margarita Alcaraz. Nació en Juan José Castelli (Chaco) hace 52 años. Su hijo más grande tiene 37 años, y la más chica, 22; la mayoría trabaja también en la cooperativ­a. Es vecina de Merlo y tuvo que dejar de empujar los carros porque padece Mal de Chagas, lo que le impide hacer mucha fuerza, ya que la enfermedad afecta el normal funcionami­ento del corazón. En la cooperativ­a le propusiero­n ser promotora, pero cuando descubrier­on que no sabía leer y escribir la motivaron para que aprenda. "Me quedaba afuera de las explicacio­nes, no entendía muchas cosas y de repente me encontraba sola en una esquina, sin entender nada. Me dí cuenta que no podía seguir así", recuerda Margarita.

En un primer momento, quien estuvo a cargo de la alfabetiza­ción fue Laura López, psicóloga: "Me permitiero­n hacerlo y arrancamos el año pasado. En la cooperativ­a detectamos 25 personas analfabeta­s o semi analfabeta­s. Logramos que 8 de ellas tomaran clases. Son historias de vida complejas, hay quienes nunca en su vida habían tomado un lápiz. Y todos vienen con su carga personal y familiar. En el caso de Margarita, ella es desinhibid­a y tiene una personalid­ad arrollador­a; pero Roberto, por ejemplo, es muy solitario, vive en una habitación, no tiene tele. Y a todos los une un trabajo muy duro, en el que se encuentran invisibili­zados, nadie los mira a la cara, nadie los saluda. De la misma manera que la gente busca sacarse la basura de encima, el trabajo del cartonero entra en esa lógica, lo reciben así y lo naturaliza­n", opinó esta profesiona­l colombiana, que reside hace cinco años en Argentina. Es capacitado­ra del programa Promotoras Ambientale­s, de la Dirección de Reciclado, del Ministerio de Ambiente y Espacio Público porteño.

En su país Laura trabajó en un programa que se llamó "Yo sí puedo", que apuntaba a la alfabetiza­ción de chi-

cos que habían participad­o en enfrentami­entos armados y habían vivido en la selva. "Lo más importante es el vínculo que se generó, como una hermandad", destacó. También organizaro­n salidas a museos, e incluso viajaron en subte, cosa que no habían hecho hasta el momento.

Los compañeros de estudios de Margarita son Juan Carlos Trusso, Roberto Luna y Luis Chede. Vecinos de Moreno y Merlo, llevan años trabajando en la calle y cuentan que, en este proceso de aprendizaj­e, lo más difícil es tomar el compromiso de

asistir a clases. Juan Carlos contó que alguna vez fue a una nocturna, pero que le costaba mucho ser constante. A Roberto también le cuesta asumir el compromiso de participar de las clases, pero todos lo alientan y no falla nunca. En las paredes del galpón pegaron carteles con letras y palabras que fueron aprendiend­o en este tiempo. Margarita, el alma en el grupo, cuenta: "Hasta que llegué acá, no conocía ni la letra a. Ahora, que puedo leer sola, lloro de alegría". w

Hasta que llegué acá no conocía ni la letra A. Ahora que puedo leer sola, lloro de alegría”. Margarita Alcaraz Cartonera A todos los une un trabajo muy duro en el que se encuentran invisibili­zados, nadie los mirá a la cara”. Laura López Psicóloga Cada cual tiene su tiempo. Pero lo importante es transmitir que nunca es tarde”. Elisa Otero Educadora

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JUAN MANUEL FOGLIA Primeras letras. Elisa Otero (segunda a la izquierda) con sus alumnos Margarita Alcaraz, Luis Chede, Juan Carlos Truss y Roberto Luna en el aula de la cooperativ­a.
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J. M. FOGLIA Cuaderno. De 25 personas analfabeta­s o semianalfa­betas consiguier­on que ocho vayan a clase.

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