Clarín

La tragedia venezolana o la estupidez de buscar sólo el abismo

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi

Una Bioy frase Casaresque se recomienda­le atribuye te-a ner análisisen cuentala anchuraen cualquierd­e la estupidez humana. Es un consejo sabio y particular­mente efectivo en el caso del drama venezolano. Nicolás Maduro cometió precisamen­te dos errores políticos graves que caben en aquella caracteriz­ación. Quizá tres, si se añade haber utilizado para su propósito dilatorio la mediación del Vaticano maltratand­o de un modo único un contacto que en algún momento requerirá mucho más que ahora.

Uno de aquellos dos fallidos fue el golpe judicial con el que pretendió derrumbar lo que queda del Congreso. Se ha especulado que esa medida, de la que debió retroceder a los tumbos en apenas 48 horas, pretendía quitar del medio a un jugador molesto cuando el régimen negocia acuerdos petroleros con Moscú que involucran a la estatal Pdvsa y la rusa Rosfnet. Es exagerado. Ese vínculo existe, ciertament­e. El Kremlin es un poderoso acreedor del país caribeño con posibilida­des de quedarse con el control de la filial de la estatal venezolana Citgo Petroleum que posee tres refinerías en los estados de Texas, Illinois y Luisiana, y una red de autoservic­io de combustibl­e de unas 15.000 estaciones de servicio en todo EE.UU. Citgo fue usada como garantía en 2016 para recibir financiaci­ón precisamen

te de la empresa rusa. Como esa firma le ha prestado a PDVSA hasta 5.000 millones de dólares de dudosa devolución, Citgo podría acabar en manos del Kremlin, alternativ­a que estremece las espaldas del duramente anti ruso Legislativ­o norteameri­cano. Pero si esos datos son ciertos, también es constatabl­e que el Legislativ­o estaba ya inerme antes de esa acción prepotente y nada impedía al Ejecutivo avanzar por donde se le ocurriera como lo ha hecho hasta ahora. El manotazo, en realidad, fue un gesto para mostrar fortaleza y marcar límites en medio de una interna que se agudiza en la cúpula con voces que se multiplica­n desde el oficialism­o contrarias al extremo autoritari­smo que está tomando el régimen.

El segundo derrape grotesco fue la inhabilita­ción por quince años para actuar en política del líder opositor Henrique Capri

les. Los argumentos para esa carga importan poco, fueron construido­s en la misma fragua que los que se usaron para enviar a la cárcel al otro notorio dirigente disidente, Leopoldo López. La intención en aquel momento, muy nítida, es que si la presión de la calle por liberar las urnas se hiciera inevitable, Maduro y sus acólitos acariciaba­n la idea de que la oferta electoral pudiera ser armada a su medida, con fuerte amputacion­es y la instalació­n de figuras que cuadren con las necesidade­s de superviven­cia del régimen. La estupidez, para seguir con la mirada de Bioy se hace más evidente cuando las intencione­s no son realistas. Ambas medidas fueron un pulmotor para la coalición opositora Mesa de Unidad Democrátic­a, que resolvió en una lucha unificada sus diferencia­s internas aceleradas durante las negociacio­nes mediadas por la Curia.

¿Es posible incluir en ese rango también a la última aventura del régimen con su llama

do a una reforma constituci­onal? Ese paso encierra una maniobra transparen­te para obligar a los partidos políticos a entrar en el juego del régimen que lograría de ese modo airearse y, de paso, anular el Congreso esta vez sí definitiva­mente hasta que haya una nueva Carta Magna, y borrar a la disidencia interna. En esa dimension, el blanco definido es la Fiscal General Luisa Ortega, que ha sido una voz crítica desde la cúpula precisamen­te marcando el riesgo de los excesos. No sólo rechazó la ofensiva sobre el Parlamento. También cuestionó en declaracio­nes al Wall Street Journal la maniobra constituye­nte. Aclaremos que no hay alas moderadas en la actual etapa de la arquitectu­ra chavista. Quienes protestan desde adentro es porque comprenden que la autonomía del régimen está en cuestión y quieren evitar los escombros sobre sus hombros. Todo en algún momento termina. “No podemos exigir un comportami­ento pacífico y legal de los ciudadnos si el Estado toma decisiones que no están de acuerdo con la ley”, declaró al diario norteameri­cano hace un par de semanas atrás. La cita tiene cierta resonancia de los discursos del aliado presidente cubano Raúl Castro con su insistenci­a de que no se puede pedir lo que no se da, respecto a exigir conciencia revolucion­ario a jóvenes que ganan centavos como salarios. Puro realismo.

El desastre, que se ha agigantado, tiene las huellas de estos gestos desesperad­os. La convocator­ia a una constituye­nte requiere un referéndum que la propia Constituci­ón chavista vigente dispone que sea con elecciones libres y universale­s. Ese paso no fue tenido en cuenta porque el Gobierno entiende con claridad que cualquier cosa que haga con las urnas le irá en contra. De modo que propone que los constituye­ntes sean designados a dedo entre las bases cautivas del régimen, 500 dice Maduro porque así se le ha ocurrido.

Esa “asamblea popular” estará por encima de todos los poderes del Estado, lo que incluye al Congreso y, por supuesto, a la fiscal de las críticas. Es un armado ridículo pero audaz cuyo objetivo determinan­te es poner un límite al riesgo electoral. Si antes se buscaba la forma de amañar los comicios, ahora simplement­e se los deja a un lado en la banquina hasta que en un lapso desconocid­o pero que se calcula puede extenderse a dos años al menos, se desarrolle la Constituye­nte “de la legalidad” según la palabrería del gobierno.

En el mismo blanco congelado quedan las elecciones de alcaldes, de gobernador­es, y, segurament­e también, la presidenci­al de 2018. Maduro ha propalado, con el tono que le es caracterís­tico, que si la oposición quería votar ya tienen donde hacerlo, en alusión a sus 500 constituye­ntes. Posiblemen­te el delfín del difunto Hugo Chávez no haya considerad­o, como en tantos otros casos, los riesgos de esta operación que ha disparado un alzamiento aún más agudo en las calles y muy difícilmen­te, lo que era su aspiración, haber abierto una expectativ­a de cambio en el país.

Es difícil no preguntars­e a quién se pretendía engañar. Pero sería ocioso porque así ha sido siempre el manejo de este modelo. Los anclajes reales están muy lejos de esa retórica o las acrobacias de maquillaje institucio­nal. Se deben buscar las respuestas en lo que el régimen realmente intenta proteger y el caudal

y calado de esos intereses. Son esas oscuridade­s las que explican que toda una gran estructura internacio­nal, incluida la propia iglesia del Papa Francisco, haya podido negociar con el poder cubano para abrir ese país a inversione­s y habilitar una etapa de modernizac­ión, pero que esa alternativ­a no exista de ningún modo en la Venezuela chavista. Es así porque cualquier transforma­ción golpearía al núcleo que controla los negocios que el país abrumado aun permite. El régimen no tiene capacidad de cambio porque no hay nada que ganar si se transforma el status quo. No es complicado entender ese andamiaje, pero sí es dramático. Ahi reside el enorme desafío de la región. Que bascula entre evitar por todos los medios un aislamient­o y ahogo que acabe en una insurreció­n o un golpe interno que acabe

con el régimen y fortalecer el único camino posible que es el de adelantar elecciones y volver a convertir a Venezuela en una República, como sucedió con las otras formas autoritari­as que conoció la región en un pasado que no está tan lejano como para olvidarlo. w

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“El mundo atribuye sus infortunio­s a las conspiraci­ones y maquinacio­nes de grandes malvados. Entiendo que se subestima la estupidez”. (Bioy)

El desastre, que se ha agigantado, tiene las huellas de los gestos desesperad­os. El único camino posible es el de adelantar las elecciones Sabios consejos. Adolfo Bioy Casares.

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