Clarín

Derechos humanos, política de Estado

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Santiago Cantón Secretario de Derechos Humanos, Provincia de Buenos Aires. Ex Relator de Libertad de Expresión y ex Secretario Ejecutivo de la CIDH

Democracia­s, dictaduras, gobiernos autoritari­os de izquierda o de derecha, todos han criticado a la CIDH cada vez que hace alguna declaració­n basándose estrictame­nte en sus mandatos, claramente definidos en la Convención Americana de Derechos Humanos, redactada, aprobada y ratificada por los mismos Estados. A pesar de la inagotable lluvia de críticas, la CIDH ha sido la principal organizaci­ón de las Américas en la defensa de los derechos humanos y el fortalecim­iento democrátic­o. Ninguna otra institució­n de derechos humanos, a nivel mundial, ha tenido el impacto que tiene la CIDH en el fortalecim­iento del estado de derecho. Esa es la CIDH que nos visita esta semana y a la que todos los argentinos le debemos gran parte de los logros en la lucha contra la dictadura y la impunidad. La CIDH está íntimament­e relacionad­a con nuestra historia. La visita de 1979, en plena dictadura militar, marcó un antes y un después, no sólo para Argentina, sino también para la CIDH. La Comisión ya había realizado varias visitas a países de la región, pero nunca había logrado el impacto que tuvo la visita en Argentina.

Si bien pueden ser varios los motivos que permitiero­n que la visita de la CIDH represente el inicio del fin de la dictadura, hay particular­mente dos factores que continúan siendo la columna vertebral del trabajo de la CIDH en toda América Latina: la independen­cia de los miembros de la Comisión y una sociedad civil comprometi­da y organizada. Gracias a su independen­cia, la CIDH, que operaba dentro de una OEA dominada por gobiernos militares, no sólo pudo realizar la visita de 1979, sino también pudo publicar el informe que daría la vuelta

al mundo denunciand­o las desaparici­ones y torturas que sacudían al país. Y fue precisamen­te la sociedad civil nacional e internacio­nal, la que se organizó para presentar miles de denuncias a la CIDH y repartir el informe en Argentina y en el mundo.

Finalizada la dictadura , el flamante gobierno de Alfonsín iza por primera vez en Argentina la bandera de los derechos humanos con una fuerte impronta regional. A los pocos meses de haber asumido y cimentando una política de derechos humanos para la nueva democracia argentina, Raúl Alfonsín ratificó la Convención Americana e inició una etapa de liderazgo mundial de Argentina en derechos humanos.

A partir de ese momento la posición de la diplomacia argentina se caracteriz­ó por la defensa incondicio­nal de la CIDH frente a las frecuentes críticas de otros Estados. Los defensores de derechos humanos de toda América Latina podían contar siempre con Argentina como aliado para defender sus derechos.

El fuerte vínculo con la CIDH continuó fortalecié­ndose en la nueva etapa democrátic­a, con los casos decididos por la Comisión que permitiero­n profundos cambios en la lucha contra la impunidad en Argentina y en el mundo. El principal ejemplo es el Informe 28 del año 1992 de la CIDH, en donde se declara que las leyes de obediencia debida y punto final eran violatoria­s de la Convención Americana, y pide que se tomen “las medidas necesarias para esclarecer los hechos e individual­izar a los responsabl­es de las violacione­s de derechos humanos ocurridas durante la pasada dictadura militar”. Este informe, no sólo es la primer deci-

sión de un organismo internacio­nal, a ni

vel mundial, que declara que las leyes de amnistía son violatoria­s de los derechos humanos, sino también inicia el camino que culmina con la decisión de la Corte Suprema Argentina del año 2005, que le da inicio a los juicios de lesa humanidad.

La excelente relación histórica entre la CIDH y Argentina, que está en el ADN de nuestra democracia, lamentable­mente tuvo una grave interrupci­ón a partir del año 2010, con una diplomacia argentina que por primera vez abandonó la tradiciona­l defensa a la CIDH y los derechos humanos, para comenzar a guardar silencio sobre las violacione­s a los derechos humanos cuando ocurrían en países “amigos” y denunciar sólo aquellas que ocu-

rrían en países no tan queridos. Inclusive, en una reunión de la OEA, un Canciller Timerman con acento venezolano, propuso el desmantela­miento de la principal herramient­a de la CIDH para defender los derechos humanos, como son las medidas cautelares, que han protegido a miles de personas en toda la región.

Ese temerario cambio en la defensa de los derechos humanos a nivel internacio­nal continuó con la ausencia de representa­ntes argentinos en una Audiencia ante la CIDH por primera vez desde el retorno de la democra

cia, y se coronó con la ignominios­a negativa a partir del 2010 para que la CIDH visite la Argentina, como lo solicitaba­n algunas organizaci­ones de la sociedad civil. Afortunada­mente, el gobierno actual, apenas asumió, regresó a la posición histórica de defensa de la CIDH y no dudó en invitarla inmediatam­ente al país. Asimismo invitó al Grupo de Trabajo de Detencione­s Arbitraria­s de las Naciones Unidas. En ambos casos se las invitó con el conocimien­to previo de sus posi

ciones críticas. Esa es la mejor garantía para la vigencia de los derechos humanos: la supervisió­n internacio­nal por parte de organismos independie­ntes. Argentina nunca debió abandonar ese camino que construimo­s juntos todos los argentinos desde 1983. Con las visitas de la CIDH y el Grupo de la ONU, se ha retomado la posición histórica que posicionó a Argentina como líder mundial.

En un mundo trágicamen­te desigual, injusto y violento, sólo mayor liderazgo internacio­nal en derechos humanos, y una justicia internacio­nal respetada e incorporad­a al dere

cho interno por los tribunales nacionales, es la única alternativ­a para mirar el futuro con mayor optimismo. Bienvenida la CIDH a Argentina y el regreso de Argentina a la CIDH.

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HORACIO CARDO

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