Clarín

Oídos sordos: una ley para no enloquecer por el ruido urbano

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Norma Morandini Ex senadora nacional. Directora del Observator­io de Derechos Humanos del Senado de la Nación

El silencio es salud” se leía en inmensos carteles colocados junto al Obelisco en los tiempos de la dictadura. Como pusimos en duda, protestamo­s y negamos todo lo que el

terrorismo de Estado nos había dañado, interpreta­mos el silencio como el de los cementerio­s y, por contraposi­ción, hicimos ruido, tocamos bocinas, pusimos la música alta como señal de vida. La sociedad democratiz­ada debía ser ruidosa, vital, caótica, para liberarnos del cha

leco de fuerza con el que nos había maniatado la dictadura. Las normas se relajaron, cuando no fueron eliminadas, las fábricas se levantaron donde las personas duermen y los reclamos fueron domesticad­os por ese argumento simplista de que esas críticas atentan contra el desarrollo.

Cuarenta años después ya no hay dudas: el silencio es salud. Y las fábricas deben levantarse donde no dañen. Hoy, a nadie se le ocurriría tildarnos de autoritari­os por venir reclamando desde hace

ya una década por una ley que nos garantice

la salud para no enloquecer por el ruido, especialme­nte urbano. La medicina viene a fortalecer nuestros argumentos porque ya está probado que la depresión, las alteracion­es cardíacas, el mal dormir y la irritabili­dad pueden producirse por los efectos noci

vos del ruido. Para no hablar sólo de nuestros jóvenes tempraname­nte sordos por causa de los decibeles musicales. Este estruendo electrónic­o que cuesta criticar sin correr el riesgo se ser tildado “de otro tiempo”.

Sin embargo, otro silencio hace ruido. Hace diez años que no conseguimo­s que el Congreso de la Nación apruebe una Ley de Presupuest­os Mínimos de Protección de la Calidad Acústica, que presentó por primera vez la entonces diputada Martha Maffei, luego la diputada Verónica Benas y que retomamos durante mi mandato como senadora, asistida siempre, por los expertos acústicos argentinos, que nos dieron todos los argumentos técnicos para obligar a que en las grandes ciudades, donde habiten más de 50 mil habitantes, se zonifique la organizaci­ón urbana para que los ruidos necesarios -por ejemplo, el de las fábricas- no convivan en el mismo lugar geográfico donde las personas viven y descansan.

A lo largo de todos esos años constatamo­s que se usa como argumento para resistir algunos proyectos un federalism­o

mal entendido: no se termina de comprender que el derecho al ambiente sano -consagrado por nuestra Constituci­ón en el artículo 41 y por la Ley General del Ambienteco­mo derecho humano que es, no admite fronteras y debe ser cumplido.

Se trata de responsabi­lidades concurrent­es entre los municipios involucrad­os y la Nación, que se comprometi­ó a asistir técnicamen­te a las jurisdicci­ones que lo necesiten. Los argumentos sobran. Resta ahora que los diputados no hagan más oídos sor

dos a la aprobación de una ley por la calidad acústica cuya tramitació­n ya lleva diez años.

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