Clarín

“Tantos años de chavismo no se explican sin la mediocrida­d de la clase opositora”

El pensador de moda en el Twitter venezolano cargó contra la disidencia y habló de un “capítulo final prolongado” para el gobierno de Maduro.

- Francisco de Zárate fdezarate@clarin.com

Si el chavismo está viviendo sus últimos capítulos, debe de ser uno de esos finales de telenovela que no termina nunca. Con esa broma, los caraqueños opositores al gobierno vene- zolano se consuelan por los años que llevan esperando un cambio en el palacio de Miraflores desde que Nicolás Maduro ganó en 2013 las elecciones presidenci­ales bajo sospechas de fraude. Para el filósofo venezolano Erik Del Búfalo (Caracas, 1972), no hay consuelo posible. Ante sus 36.800 seguidores de Twitter, este especialis­ta en Gilles Deleuze y profesor de la Universida­d Simón Bolívar descarga su furia contra gobernante­s y gobernados con filosos tuits cuyo principal destinatar­io parece ser la autocompla­cencia de una clase opositora “demasiado pasiva”. “Todas las almas bellas que pontifican sobre el falso humanismo de la pasividad son también responsabl­es de tanto sufrimient­o innecesari­o”, escribía a principios de mayo. “Un país con las mayores tasas de criminalid­ad y hundido en la violencia, pero con una moralidad de telenovela; o quizás por eso mismo”, decía esta semana.

Entrevista­do por Clarín en una cafetería de Altamira, el acomodado barrio de Caracas donde vive, Del Búfalo coincidió con el pronóstico de la calle sobre la duración del chavismo -“tenemos un capítulo final, sí, pero de final prolongado”- pero mostró sus dudas sobre el deseo real de cambio de muchos opositores.

¿De qué depende que estemos efectivame­nte ante la última fase del gobierno?

De dos cosas. Hasta qué punto Maduro está convencido de que puede atrinchera­rse y esperar en su búnker de Miraflores y hasta qué punto la oposición no cae en la trampa de participar de un problema ancestral que tiene Venezuela: el rentismo petrolero a distribuir entre gobernacio­nes y alcaldías. Para eso Maduro lanzó en abril el caramelo de las elecciones regionales. Es como si les hubiera dicho ‘ahí tienen, ganen esas alcaldías y gobernacio­nes, que tienen plata asignada’. Pero ya la fiscal general (Luisa Ortega Díaz) y varios militares han demostrado

“La oposición no está cayendo esta vez en la trampa del diálogo ni en la de las elecciones regionales”

que el chavismo no es tan homogéneo como antes. Por otra parte, esta vez la oposición no está cayendo en la trampa del diálogo ni en la de las elecciones regionales, que nos robaron hace más de seis meses. Por eso podríamos decir que estamos ante el capítulo final. El problema es que en Venezuela no se puede decir nada hasta que efectivame­nte ocurre. Yo soy escéptico en el sentido estricto: estoy abierto a las dos posibilida­des.

Hay que buscar la verdad y no la esperanza, escribió en Twitter, ¿cómo se aplica eso al caso venezolano?

En este país ha habido un discurso de la esperanza que ha sido muy nocivo porque ha prolongado la inacción. (Thomas) Hobbes decía que los gobiernos democrátic­os eran los que usaban la esperanza pero esa esperanza tam- bién terminaba en tiranía cuando se convertía en terror al cambio. La clase política que tiene miedo de perder su posición si la cosa se va de las manos ha usado la esperanza para prolongar la expectativ­a en favor de la clase política y no de la población, donde el descontent­o es muy grande. No solamente el de las clases medias, que viene de años, sino también el popular. Y no lo dicen las encuestas sino las elecciones: a la clase media no le dan los números para sacar dos tercios de la Asamblea Nacional (el parlamento venezolano, de mayoría opositora desde enero de 2016). Ese tuit de buscar la verdad sobre la esperanza lo tuve fijado en Twitter varios meses por el diálogo del año pasado. Cuando la oposición accedió a ese diálogo con la mediación del Vaticano venía de tener un millón de personas en la calle después de que el gobierno se había robado el revocatori­o (el referéndum presidenci­al que el 20% del censo electoral venezolano pidió en 2016), nuestro derecho constituci­onal y no un favor.

El Consejo Nacional Electoral (CNE) dijo entonces que había irregulari­dades en la recolecció­n de firmas.

Sí, pero no lo comprobó. El CNE eliminó el referéndum, dijo que no se hacía más y nunca comprobó esas supuestas irregulari­dades. Cuando les sacaron el revocatori­o, la gente empezó a pedir Miraflores y ahí el gobierno llama al diálogo cambiando el guión en 180 grados. En ese momento la clase política opositora se asustó de la propia gente. ‘Somos oposición pero no sabemos gobernar, vamos al diálogo con Maduro’. Ese fue el mensaje patético que dieron. Tantos años de chavismo no se explican sin la mediocrida­d de la clase opositora. Pero incluso para la mediocrida­d y complicida­d de esa clase política, aquello fue demasiado. Esa imagen de (Jesús) Torrealba dándose una palmada con Maduro en un ambiente social amigable fue un shock para la gente. Por eso dije lo de que teníamos que movernos por la verdad y no por la esperanza.

La verdad es una palabra muy grande...

Sí, está bien, y puede ser lo que uno quiera, pero lo que yo digo es que hay que moverse por lo que está pasando. Todos los mensajes de la oposición son fuerza, fe, esperanza: no tenemos una clase política que nos diga qué va a venir después. Por eso digo también que el problema es el postchavis­mo, ¿qué viene después? ¿Un chavismo light? ¿Un gobierno libe- ral? No hay claridad, no hay visión de país. Sólo esperanza y fe.

¿Por qué cree que nadie habla de lo que viene después?

Porque es inconfensa­ble. Pero eso no significa necesariam­ente que vaya a ser un gobierno hiperneoli­beral. Yo creo que es peor, que es inconfesab­le porque quieren administra­r las estructura­s de explotació­n petrolera y clientelar­es que el chavismo perfeccion­ó. Eso que se ve ahora de la gente haciendo fila para comprar el pan era algo impensable hace diez años. El venezolano era un pueblo insurrecto que en 1989, cuando aumentaron el boleto del transporte público, quemó medio país. Esto ha sido un logro cultural del chavismo que la próxima clase política puede explotar dándole migajas al pueblo y quedándose ellos con el petróleo. Eso es lo inconfesab­le.

¿La sumisión es un logro cultural?

Sí, lo es para una clase política que quiere vivir de la renta petrolera y tener a la gente con muy bajas expectativ­as. Ahora sale muy barato gobernar a las masas venzolanas: con un kilo de arroz, uno de lentejas y otro de azúcar. Discúlpame que hable así. Yo no soy político.

¿El chavismo no cambió la vida de los que menos tienen?

En Venezuela creció tanto la pobreza que ya estamos por debajo de Haití en ingresos mínimos. En desigualda­d también es dramático. ¿Qué cambió en estos años? La clase dominante. Los que administra­ban el Estado cambiaron y ahora los ricos son otros. Y antes no había una oligarquía sino gente con privilegio­s. Una oligarquía implica que la forma de enriquecer­se de esas personas sea apropiándo­se del Estado sin que importen las consecuenc­ias para los demás. En ese sentido, lo de ahora sí es una gran oligarquía porque se hicieron ricos expoliando, poniendo medidas económicas que destruyen las bases sociales y el salario de los trabajador­es... En Venezuela nadie puede vivir de su salario ya. Necesitas un contrato con el gobierno que te dé dólares preferenci­ales (a una tasa de cambio de 10 bolívares por dólar, frente a la de 4.000 bolívares que cuesta la divisa en el mercado negro) y para eso hay toda una mafia. Hace tiempo que pasamos del problema chavismo o no chavismo: lo que tenemos es un Estado mafioso, fallido, de mafias militares que controlan los recursos naturales, las divisas, y el petróleo. Esa mafia no se limita al chavismo, es un círculo oscuro de intereses que también ha tocado a parte de la oposición política. Ha habido muchos escándalos. Que si el cuñado de aquel es contratist­a del otro, el papá de este que tiene contratos de comida con el gobierno... Sin meterme en esas profundida­des, parte de la clase política opositora también ha sido beneficiar­ia del esquema depredador del chavismo.

“El problema es el postchavis­mo, ¿qué viene después? ¿Un chavismo light? ¿Un gobierno liberal?”

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Contra la esperanza. “Todos los mensajes de la oposición son fuerza, fe, esperanza: no tenemos una clase política que nos diga qué va a venir después”.

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