Venezuela y Cuba, temas clave en la reunión de Trump con el Papa
Visita. El presidente de EE.UU. estará el miércoles en el Vaticano. Francisco insistirá en el diálogo como salida a la crisis venezolana, que repercute en la isla comunista.
La crisis venezolana puede causar graves daños a la economía de Cuba, que cayó en 2016
La grave crisis venezolana y las repercusiones negativas en Cuba, que pueden llegar a ser desastrosas si cae el régimen de Nicolás Maduro, estarán presentes en el diálogo entre el Papa y el presidente estadounidense Donald Trump en la audiencia prevista el próximo miércoles a las 8.30 (cinco horas menos en Argentina) en el Palacio Apostólico vaticano. Las crisis entrelazadas Venezuela-Cuba, y la voluntad explícita de Trump de intervenir, las convierte en el peor riesgo desestabilizador para América Latina, en un convidado de piedra que condicionará cualquier diálogo regional entre Jorge Bergoglio y el inquilino de la Casa Blanca.
“Lo escucharé”, dijo el Papa. Si Trump no plantea la cuestión porque la charla se mantiene en el olimpo de los grandes temas globales mundiales, habrá que ver si no es el pontífice el que sugiere al líder norteamericano afrontar con espíritu de diálogo y no por el camino de la injerencia y la fuerza el caso venezolano, que vive en un clima de prólogo de una guerra civil, además de la perspectiva de “revisión de la política hacia Cuba” prometida por el mismo Donald, plena de sombríos castigos.
El gobierno de Maduro busca desesperadamente que el Papa tome otra vez una concreta iniciativa de diálogo con la oposición, hostil a sentarse en la mesa de negociaciones. La Iglesia venezolana es enemiga del régimen chavista. Mientras tanto, en el país siguen la creciente pobreza y escasez de todo, las manifestaciones en las calles y las secuelas de muertos, que oscilan en el medio centenar.
Trump promete hacer “lo que sea necesario”, que quiere decir: para terminar con el régimen de Maduro. Pero es en Cuba donde la crisis podría provocar los peores daños. Caracas es el principal socio comercial, y mucho más, del régimen castrista. Las dificultades que difunde el abismo venezolano impactan en un momento especial: el relevo de Raúl Castro como presidente, previsto para febrero de 2018, que llevará al demorado cambio generacional en las cumbres del poder y a un aumento de los forcejeos entre los realistas que siguen a Raúl y los más dogmáticos que se inspiran en las rigideces doctrinarias del fallecido líder Fidel. ¿Qué ritmo deben tener las reformas económicas y sociales, que pueden acercar
a la Cuba revolucionaria al capitalismo? En la respuesta está implícita la supervivencia del castrismo. Cuba ha concluído el 2016 con una
caída del 0,9% de su economía, y en 2017 y 2018 no se esperan mejoras significativas. Peor aún, si cae el régimen chavista venezolano y otro socio importante como Brasil no decola, la recesión se profundizará en forma alarmante. Tal vez no a los niveles del temido Período Especial, que sobrevino en los años ’90 tras el hundimiento de la Unión Soviética, derrumbando el PBI en un 38% y cau- sando una oleada de descontento popular. Pero hoy la sensibilidad social es mayor en los cubanos y si las protestas se repitieran, ya no estará Fidel para enfrentar con su misma presencia y disolver el “Maleconazo”, las manifestaciones contra el régimen del 5 agosto de 1994 en La Habana.
Los sismos sociales resultarán inevitables y es evidente que “este país no soportará otro drama como el de los ‘90”, explica el economista cuba-
no Pavel Vidal, profesor en la Universidad de Cali, Colombia.
Venezuela reemplazó a la URSS como el dador de sangre negra petrolera que Cuba necesita como el oxígeno para afrontar su déficit de energía. La crisis redujo los envíos a precios especiales de 115 mil barriles diarios en 2008 a 40 mil barriles. Desde el verano del año pasado comenzaron las medidas de austeridad en Cuba para reducir el consumo energético.
En plena recesión, el régimen enfrenta la lentitud de las reformas prometidas de la estructura productiva cubana, que en 2016 no produjeron ninguna noticia. En el Congreso del partido único comunista en 2011 se aprobaron 311 medidas, de las cuales se llevó a cabo el 21%. En el congreso del año pasado se aprobó un nuevo paquete de reformas que también se mueven apretando el freno.
Las inversiones extranjeras llegan con neta insuficiencia, en parte por el saboteo interno de la burocracia (como denunció el mismo Raúl), que las considera sinónimo de veneno capitalista. A frenar las reformas contribuyó hasta su muerte, en noviembre pasado, el mismo Fidel.
De los 400 pedidos de empresas foráneas en el proyecto Mariel han logrado ser aprobados en dos años solo nueve, por menos de 200 millones de dólares. Tras su prevista renuncia como presidente de la República tras dos mandatos de cinco años, en febrero próximo, Raúl Castro, que en junio cumplirá 86 años, continuará como secretario general del partido a controlar y mandar en las cuestiones esenciales. Pero la separación de los cargos ya introduce un elemento de debilitación del castrismo. En casi seis décadas de gestión, los hermanos Castro han mantenido las riendas del poder absoluto. En febrero la presidencia pasaría al actual vice, Miguel Díaz Canel, un ingeniero eléctrico de 57 años que nació cuando ya gobernaba la Revolución. No es un militar, detalle importante porque no solo los Castro eran los principales uniformados, sino porque el poder de las jinetas en Cuba ha sido extendida a muchos sectores económicos y burocráticos desde la crisis de los ’90. Los militares controlan, por ejemplo, todo el sector del turismo, que produce los mayores ingresos de divisas.
Como alternativa a Díaz Canel, en las listas informales de candidatos a la presidencia el mejor colocado es Alejandro Castro Espín (54), hijo de Raúl y coronel que maneja los hilos de los servicios secretos. Pero Alejandro no integra el Comité Central del partido, mientras que Díaz Canel no ha sustituído a José Ramón Machado Ventura, uno de los históricos capitanes guerrilleros de la Sierra Maestra, como vicesecretario del PC.
Raúl deberá manejar su sucesión presidencial con cuidado y en medio de una crisis que proyecta un gran cono de sombra sobre el futuro del régimen cubano. Ante todo porque el embargo de EE.UU. está garantizado por años gracias a la llegada al poder de Trump, que promete revisar los acuerdos que Castro firmó con Barack Obama, con la bendición expresa del Papa Francisco, gestor principal de la reanudación del vínculo entre Washington y La Habana.