El café, un camino para resurgir del conflicto armado en Colombia
Regreso. Un pueblo que había sido tomado por paramilitares dejó atrás la guerra. Ahora trara de renacer.
“Los paras eran los que mandaban aquí, tenían bases en los cerros y veían todo. Uno no podía salir después de las 6 de la tarde porque te pegaban un tiro”
Llegar a La Secreta, un caserío colombiano que forma parte del municipio de Ciénaga, supone en sí mismo un desafío. Enclavado en plena Sierra Nevada de Santa Marta y frente al mar Caribe, la única forma de llegar hasta allí es un sendero pedregoso, que serpentea por la montaña.
Sus habitantes, víctimas de esas sordas tragedias que tiene la historia latinoamericana, encontraron nuevamente en el cultivo del café la forma de volver a echar raíces en ese pue
blo que se vieron obligados a abandonar por la violencia del conflicto armado que sacudió Colombia durante décadas.
Ocultas entre el follaje emergen las humildes viviendas campesinas de las que salieron sus casi 600 habitantes entre el 12 y 13 de octubre de 1998. Hasta allí habían llegado los paramilitares de las temidas Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Sin contemplaciones, asesinaron a una veintena de personas sembrando el pánico.
“Los paras eran los que mandaban aquí, tenían bases en los cerros y divisaban todo lo que uno hacía; tanto así que uno no podía salir después de las seis de la tarde o le pegaban un tiro”, recuerda Luz Marina Charry, cuyo esposo fue asesinado en la masacre.
Las AUC impusieron su ley asesinando a quienes acusaban de colaborar con los grupos guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y del Ejército de Liberación Nacional (ELN).
El fenómeno del paramilitarismo en Colombia comenzó en la década de los setenta con el fin de combatir a los grupos guerrilleros de extrema izquierda. En sus comienzo fueron integrados por ex miembros de la policía, de los diferentes cuerpos militares y de los servicios de inteligencia: una organización cuyos jefes admitieron haber sido responsables de 30.000 crímenes.
Eran financiados por ricos hacendados y sectores industriales. En la década de los noventa los diferentes grupos conformaron una entidad mucho mayor a la que llamaron Autodefensas Unidas de Colombia. Poco a poco se convirtieron en bandas sin ley ni control que domi
naron amplias franjas territoriales. Se impusieron con la fuerza de las armas y esgrimiendo una crueldad brutal. Cometieron actos atroces contra la población civil. Masacres y expulsión a las que llamaron “desplazamiento forzado”.
Rápidamente se asociaron a narcotraficantes de la zona para financiar sus actividades. Impulsado por el gobierno colombiano, entre 2002 y 2006 se realizó un proceso de desmovilización de los paramilitares. Sólo quedaron bandas emergentes. Muchos de sus máximos jefes terminaron con pedido de extradición por el gobierno de los Estados Unidos por sus vínculos con el tráfico de drogas.
Expulsados por la violencia de las AUC, los vecinos de La Secreta se fueron a vivir a Ciénaga y a la vecina San Pedro de la Sierra. El 15 de julio de 2003, cuando el gobierno firmó un acuerdo de paz con los paramilitares de la AUC, los habitantes de ese paraje colombiano encontraron una oportunidad de regresar a su tierra.
Entre 2004 y 2005, siete años después de la masacre, la gente empezó a regresar temerosa a La Secreta para recuperar su vida y comenzó a hacer lo que mejor saben: cultivar café, ese café tan legendario de Colombia.
La tierra es fértil y generosa, una auténtica mina de café que rápidamente dio resultados y en la que vuelven a brotar las casas que siguen ocultas en ocasiones por el intenso follaje de la montaña.
Los habitantes de la aldea cuentan que, para retomar sus cultivos, fue clave la llegada de organismos europeos que los ayudaron. Entre ellos el Consejo Noruego para Refugiados y la Organización de Naciones Unidas (ONU). También contribuyeron la Unidad de Restitución de Tierras (URT) y la Unidad para las Víctimas.
“Con la llegada de estas instituciones retomamos el cultivo de café y empezamos a gestionar una asociación que teníamos planeada desde hace años. Fue ahí cuando el Consejo Noruego y la Unidad de Restitución nos orientaron a buscarle valor agregado al producto”, explica Silver Polo, líder comunitario de La Secreta.
Con la ayuda de estas instituciones, Polo creó en 2014 la Asociación de Agricultores Orgánicos de La Secreta (Agrosec), a la que se unieron 66 familias para cultivar café orgánico y exportarlo. Para comenzar, fue fundamental el apor-
te de 24 millones de pesos (unos 8.217 dólares) que entregó el Gobierno a cada familia.
El esfuerzo dio sus frutos y las familias de La Secreta exportan ahora a Estados Unidos, Ja
pón, Bélgica y Australia, entre otros países. Actualmente, esas 66 familias vinculadas a Agrosec poseen unas 500 hectáreas de cultivos de café y están trabajando para vincular 200 más que fueron sembradas hace un año por otras 40 familias.
A pesar de que todavía no abarca “ni siquiera un 1 % de la exportación total de café en Colombia”, los miembros de Agrosec destacaron que la organización presenta un crecimiento interno anual del 50 %, lo que les ha llevado a crear un nuevo objetivo a futuro: convertirse en una marca simbólica de café en Colombia.
“Yo estoy muy agradecida con el Gobierno porque La Secreta se estaba volviendo pura montaña cuando llegamos, pero ahora con estos proyectos productivos recuperamos nuestra vida y por eso le doy gracias a Dios todos los días, pues yo estoy viva de milagro”, dice Gledis Ríos, una de las afiliadas a Agrosec que perdió a parte de su familia en la masacre de 1998.
Las familias de La Secreta reconocen que la ayuda del Gobierno colombiano ha sido clave en este proceso que les permitió alejarse del dolor de la violencia. Ahora son ejemplo de que “sí se pueden” dejar atrás los fantasmas de una violencia que se desvanece poco a poco, como dicen muchos de ellos.