Clarín

Mayor dependenci­a y la necesidad de cuidado, el costo de vivir más años

La esperanza de vida de los argentinos ya llega a 76,3 años. Pero vivir más tiempo tiene una cara oculta: la soledad al enfrentar las largas enfermedad­es crónicas.

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Silvina Heguy sheguy@clarin.com Mariana S. empuja la silla de ruedas de su madre por el patio de comidas de un shopping de Palermo. En la plaza seca unas cincuenta familias pasan el domingo de otoño. Ella, con un saco de lana más grande de lo normal, lleva instalada una mueca como son- risa. Tiene 56 años y, aunque no parezca, de lunes a viernes es una mujer poderosa de una importante empresa. Pero el fin de semana se ve como una adolescent­e desvalida paseando a su mamá de 89 años. Ellas no son las únicas en la Argentina que conocen el lado oscuro de lo que significa vivir más.

El país, dicen las estadístic­as, ha envejecido como pocos en el mundo. Pero el sueño de vivir cada vez más puede tener un costado doloroso y que permanece en el ámbito privado cuando se trata del cuidado de los adultos mayores con enfermedad­es crónicas propias de la edad.

Datos: la esperanza de vida en la Argentina aumentó 10 meses en los últimos cinco años, según la Organi- zación Mundial de la Salud y supera la media mundial de 71,4. El promedio argentino pasó de 75,5 años en 2010 a 76.3 el año pasado. En las mujeres es aún mayor: 79,9 años, siete años y dos meses más que los varones.

La tendencia histórica hacia una sociedad envejecida se consolidó en la última década y se afianza hacia el futuro. Entre 1947 y 2010, la población argentina creció 2,5 veces. Pero en ese mismo lapso, el grupo demás de 60 años se sextuplicó mientras que el de los mayores de 75 se multiplicó por diez. Entonces según el Censo de 2010, el 14,9 por ciento de la población total de Argentina son personas mayores de 60 años. Representa­n unos 5.725.838. Y hacia el 2020 serán más.

“El envejecimi­ento de la población tiene una cara buena: se vive más años, la cara complicada es que para garantizar la calidad de vida para esos años adicionale­s hay que duplicar o triplicar las políticas activas. A más vejez, más dependenci­a. Situados en ese grave problema estamos hoy. Es una de las razones por las que entran en crisis el sistema de salud, el sistema social y se reparte el hambre entre los adultos mayores”, explica Eugenio Semino, Defensor del Pueblo de la Tercera edad.

Las estadístic­as de la Organizaci­ón Mundial de la Salud también indican que la edad promedio mundial de una persona para permanecer sana es 63,1 años. A partir de ahí múltiples factores, desde la nutrición hasta el lugar donde se vive, influyen para determinar cómo serán los siguientes años de vida. Cuando una enferme-

dad crónica llega, el problema esencial es que la mayor carga de los sistemas de cuidado depende de la familia. El dato lo confirma la Encuesta Nacional de Calidad de Vida de los Adultos Mayores que deja en evidencia que el cuidado recae en las familias, vecinos o amigos y en menor medida en cuidadores especializ­ados y no especializ­ados en la temática. Según datos oficiales, se estima que en la Argentina hay 30 mil profesiona­les capacitado­s para acompañar a una persona enferma en su casa.

”Los cuidados cuando están solo en manos de la familia fracasan o son frustrante­s –agrega Semino--. Y es una de las formas de sometimien­to de la mujer en el siglo XXI. Tanto la cuidadora formal o informal en el 90% de los casos es una mujer que queda anclada a esa dependenci­a. Y como las enfermedad­es de la vejez son progresiva­s con una terminalid­ad incierta, puede ser un proceso largo de hasta de diez años”.

Ese lapso final modifica la dinámica de la vida familiar. “Los familiares se transforma­n en gerenciado­res de recursos humanos en medio de una crisis emocional por el hecho de tener un ser querido enfermo. Mientras asumen la nueva situación deben cuidar y, en caso de que su situación económica se lo permita, selecciona­r, organizar y contratar personas que se encarguen del cuidado”, explica Mónica Lupani, psicogeren­tóloga, docente de la especializ­ación en Psicogeren­tología de la Universida­d Maimónides.

Lupani es una de las encargadas de brindar cursos gratuitos para la formación de cuidadores domiciliar­ios. Como la universida­d Maimónides existen diferentes organizaci­ones que han comenzado a ofrecer formación ante una demanda cada vez mayor. Algunos son pagos y otros gratuitos. El déficit de la agenda para el cuidado de los adultos mayores es tal que el Estado argentino reaccionó y en marzo de este año creó un Registro Nacional de Cuidadores al que se puede consultar por la web (Ver “Un registro...”).

“Lo esencial para una familia que atraviesa esa situación es la informació­n. El impacto emocional ante un diagnóstic­o crónico es grande. En los hijos cambia la función. Deberán atender otra casa y a los padres desde otra manera. Se habla de la sobrecarga emocional de la situación. Por eso es importante cuidar de sí, del adulto mayor y de la persona que se ocupa de asistirlo”, agrega Lupani.

“En el caso de que se trate de una pareja, es importante que el que se ocupe del cuidado tenga en claro que debe poner límites”, agrega la especialis­ta.

Ante una sociedad envejecida ya se habla de un nuevo paradigma del envejecimi­ento activo. En él aparece como esencial la informació­n para la familia, la necesidad de consulta e incluso formación o apoyo de los involucrad­os en el cuidado además del apoyo grupal a los familiares. “En ese proceso es esencial favorecer la economía e independen­cia del adulto mayor en la medida de las posibilida­des de cada persona. Quizás pase tiempo frente al televisor pero si eso dispara un diálogo o cierta estimulaci­ón ayuda. Por eso un profesiona­l es esencial”, dice Lupani.

María Angeles Durán Heras es una socióloga española pionera en estudios de género y del trabajo invisibili­zado de la mujer. Para trascender la academia, donde tiene la marca de haber sido la primera en ser titular de una cátedra en España, terminó inventando un personaje a partir de una noticia que conmocionó a su país.

“La malvada Dorotea” es la supuesta responsabl­e del abandono de un anciano en su silla de ruedas ante la puerta de un hospital público al comienzo del verano. El hecho provocó que la Policía y la Guardia Civil se lanzaran en la búsqueda de la responsabl­e del abandono.

Fue cuando Durán Heras lanzó el nombre de quien sería la hija de aquel hombre. Una mujer adulta que debía seguir cuidando de su padre mientras el resto de sus hermanos partían de vacaciones y cuando el hogar de día al que lo mandaban había cerrado sus puertas por el receso. “Y ahí iba ‘la Malvada Dorotea’ perseguida por las fuerzas del orden para ser disciplina­da mientras intentaba tener unos días de vacaciones. Lo que intento decir siempre con este ejemplo es que la agenda del cuidado es un trabajo invisibili­zado que recae en las mujeres sin cuestionam­iento. Mostrar esta situación es el comienzo para entender de qué se tratan las pequeñas violencias”, dice Durán Heras (Ver “La vulnerabil­idad...”).

El ejemplo de “la Malvada Dorotea” muestra que un aspecto de la salud de los adultos mayores parece haberse convertido en una circunstan­cia individual: los cuidados domiciliar­ios no son cubiertos por la mayoría de obras sociales y prepagas y las que lo hacen entregan un monto mínimo.

Es esa soledad del cuidado de los adultos la que también alimenta a la gerascofob­ia, el miedo al envejecimi­ento, un signo también de esta época.

“Justifica gran parte de los comportami­entos fanáticos en determinad­os sectores juveniles y adultos. No se acepta envejecer. Es el espejo en el que no te queres ver porque si lo hacés te verás enfermo, viejo, pobre, nadie te va a cuidar o te transforma­rás en una carga- dice Semino-”. Como si el paso del tiempo se pudiera detener.

Lo esencial para la familia de un mayor con una enfermedad crónica es la informació­n

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HINTERHAUS PRODUCTION­S/TAXI/GETTY IMAGES Acompañar. El nuevo paradigma del envejecimi­ento activo es buscar informació­n, apoyo y dar al adulto mayor herramient­as para la dignidad.

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