Las vidas que no se honran como merecen

Cada uno sabe el tenor de los demonios que lo habitan. Desde afuera cada quien apreciará según su propia mirada, en función de sus carencias, sus deseos, sus aspiraciones. Verá un reflejo de aquello que está esperando encontrar. En otras palabras, verá lo que quiera, o lo que pueda ver. Quizás coincida con la realidad; quizás esté casi en las antípodas. Las más de las veces, probablemente, guarde alguna relación con ella. Alguna, tal vez no más que eso. Detrás de la imagen de un matrimonio feliz y en apariencia muy bien avenido puede esconderse la historia de años de infidelidad y miseria , que la cobardía y no el amor se encarguen de dejar a salvo y preservar, en apariencia, intacto.

La imagen desafiante de esa adolescente súper producida, eternamente sonriente, mostrando escenas de diversión envidiable en Facebook o Instagram puede enmascarar apenas la tremenda inseguridad de quien necesita sumar likes con la misma desesperación con que retrata cada instancia de su vida, esperando de afuera la aprobación que ella misma no se otorga. ¿Cuántos de aquellos que suman seguidores en las redes sociales están imposibilitados, en la vida real, de abrir su corazón a un amigo capaz de darles un abrazo humano y no plantarles un mero emoji que lo simule? Paradoja de las paradojas, ¿acaso no se suicidó la inmensa Violeta Parra, que deslumbraba cantando Gracias a la vida? “Cada uno pone su paraíso en el infierno del otro”, desliza Alberto Moravia en su novela “La romana”. Frase que acude y repica en mi memoria, es una extraordinaria y más que certera reflexión.