Clarín

Un error y dos batallas perdidas

- Gonzalo Abascal gabascal@clarin.com

La crisis generada en estos días por la quita de pensiones por invalidez es un ejemplo contundent­e de cierta vocación del Gobierno por meter en su propio arco las pelotas que van afuera. Primero, con torpeza política y administra­tiva, instrument­ó el recorte a quienes –según se verificó en diferentes testimonio­s- la cobraban con absoluto derecho. Y luego, cuando el tema ya había estallado públicamen­te, tartamudeó una justificac­ión que, aunque con innegables elementos de verdad, resultó insuficien­te. Al final, acorralado y corriendo para intentar recuperar una pelota que ya era toda de la oposición, recurrió a su estrategia de crisis favorita: anunció que daba marcha atrás con la medida.

Lo más grave, claro, es el error de gestión. Pero hay otro resbalón, tal vez no tan visible pero cierto, que el Gobierno debe asumir. Y es el de haber fracasado en poner al descubiert­o, con una claridad incontesta­ble, los abusos que se esconden en la asistencia estatal.

Al final del día, y en un claro revés, digamos, dialéctico, se habla del horror de desamparar a quien necesita ayuda, y no de los miles que sacan ventaja de un sistema corrupto y clientelis­ta.

Cuando la ministra Stanley intentó explicar la posición oficial, era tarde y medio cuerpo del Gobierno estaba en una arena movediza de la que era imposible escapar. No alcanzó el “estamos combatiend­o a las mafias”, idea que tan bien parece sostener muchas de las medidas de la goberna-

Como prueba piloto, si se lo quiere pensar de esa manera, el episodio de las pensiones fue un desacierto en HD.

dora Vidal; ni el ejemplo del pueblo cordobés “Guanaco muerto”, cuyo intendente, sin ponerse colorado, admitió: “Ha llegado mucha gente al pueblo para trabajar seis meses o un año y le hemos dado la pensión”, ejemplific­ando los excesos. A esa altura la batalla por la opinión pública estaba perdida y el costo se pagaba por duplicado: la medida empezaba a naufragar y la impericia ayudaba a consolidar y extender las voces acusadoras de falta de sensibilid­ad social. Doble derrota.

No deja de ser curioso que esto ocurra en una administra­ción que construyó su propio mito alrededor de una supuesta originalid­ad en el estilo de hacer política y una inédita modernidad al momento de comunicars­e (ningún otro grupo político tiene un asesor de la notoriedad de Durán Barba, a esta altura una celebritie mediática). Y resulta interesant­e pensarlo de cara a lo que viene: el tiempo en el que el Gobierno deberá afrontar, según coincide la mayoría de los economista­s, una delicada revaluació­n de los gastos del Estado. Como prueba piloto, si se lo quiere tomar de esa manera, el episodio de la pensiones fue un desacierto en HD.

Si Marcos Peña (¿acaso no es quien define la comunicaci­ón oficial?) y los suyos no quieren repetir la película de terror de esta semana, deberán preocupars­e básicament­e por dos cosas. Primero, claro, por garantizar la asistencia a quienes de verdad la necesiten. Y luego por algo no menos importante: dar a los innumerabl­es excesos y abusos la suficiente visibilida­d pública para que al momento de intervenir no sólo nadie dude de la legitimida­d de las políticas, sino que su ejecución se convierta en un reclamo masivo. Asegurar, al fin, y si no resulta demasiado complejo, que primero se conozcan las razones que justifican una decisión, y no los errores que la invalidan.

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