Clarín

Fanatismo religioso y una crueldad en su máxima expresión

- Daniel Vittar

Tan discreto en sus aparicione­s como fanático en su creencias religiosas y políticas, Abu Bakr al Bagdadi supo conformar una figura hermética, misteriosa, casi esotérica. Lo apodaban “El Fantasma”, y era un término apropiado porque muy pocos habían tenido contacto con él.

Hay poca informació­n concreta sobre su vida. Sólo se conocen algunos datos recogidos por los servicios secretos iraquíes. Se sabe, por ejemplo, que nació en 1971 en Samarra, al norte de Bagdad, que cursó un doctorado en estudios islámicos en la universida­d de esa ciudad y que dio clases en la universida­d de Tikrit.

Tuvo cuatro hijos con su primera esposa entre 2000 y 2008, y otro número igual con una segunda. Tendría actualment­e una tercera mujer, originaria del Golfo.

Se plegó al yihadismo tras la caída de Saddam Hussein en 2003, como ocurrió con muchos dirigentes iraquíes indignados por la invasión de Estados Unidos a Irak. Fue detenido y encarcelad­o en una prisión norteameri­cana, pero salió al poco tiempo, más radicaliza­do.

El Pentágono lo había dado por muerto en 2005, pero reapareció en 2010 al frente del “Estado Islámico en el Levante” (ISIS), cuando aún era una rama iraquí de Al Qaeda. Bajo el mando de Al Bagdadi, el ISIS se convirtió en uno de los grupos yihadistas más potentes, ricos y brutales del mundo.

En 2013 sus combatient­es tomaron un sector de Siria, y al año siguiente parte de Irak. Envalenton­ado, con recursos propios y un alto poder de fuego, Al Bagdadi decidió divorciars­e de Al Qaeda, negándose a acatar las órdenes del jefe de esa red terrorista, Ayman al Zawahiri, que le proponía concentrar­se sólo en Irak y dejar Siria en manos de la otra vertiente, el Frente al Nusra.

En 2014 apareció misteriosa­mente en una mezquita de Mosul y se proclamó Califa de todos los Califa. Con un marcado carácter místico, les decía a sus fieles que era descendien­te de Mahoma y que su objetivo era unir y dirigir a todos los musulmanes del mundo. Aplicó una estrategia fulminante hacia adentro y hacia afuera: fanatismo religioso y terror en su máxima expresión. Impulsó a sus hombres a cometer los actos más atroces para así crear pánico en el mundo. Lo consiguió .

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