Sombras y luces de la vida: al día siguiente de la muerte de mi papá nació mi primera hija
Del pésame a la felicitación. Así eran los mensajes que se entrecruzaban. Los primeros meses Raúl postergó el duelo porque debía privilegiar el futuro de la beba sobre su tristeza. Después, sí, lloró.
Luego de permanecer inconsciente por 14 días como consecuencia de un ataque cerebro vascular mi papá de 63 años murió exactamente 24 horas antes que naciera mi primera hija. El hecho de convertirme yo mismo en padre luego de regresar del entierro del mío, modifica de manera sustancial el significado de las relaciones, del amor filial, de las vinculaciones, del sentido que adquieren las despedidas definitivas y de los felices encuentros. Un camino que finaliza. A la vez, una vida que se proyecta. Y la sensación del tiempo futuro que tendrá una ausencia eterna y de alguien que, por el contrario, lo colmará todo y para siempre.
Así fueron los días de hace 19 años que tengo presente. Los hechos y los meses posteriores en que se entremezclan emociones a veces parecen como si pertenecieran o le hubieran ocurrido a otra persona aunque conozca todos sus detalles. Solo digo dos líneas sobre mi padre para sugerir una imagen aproximada. Se llamaba Jorge Alberto Martínez, era un hombre de contextura grande. Peinado siem
pre con gomina hacia atrás. Sin barba ni bigote. Tenía un rostro serio pero era divertido. Nunca levantaba la voz ni en aquellos momentos en que su reto podía ser algo terrible y hacía crujir lo que hubiera entre el suelo y el cielo. Si estuviéramos en otra época lo calificaría como un “buen tipo”, no se si se utiliza hoy ese término. Tenía una mirada melancólica que se perdía en un punto indefinido que podía estar a unos metros o a kilómetros de distancia.
Creo haber heredado su altura, cierta melancolía y un gusto por el silencio que he podido poblar con una abundante lectura. Era médico y su especialidad fue la dermatología aunque había abrazado apasionadamente la práctica homeopática en la que creía como debe hacérselo, con fe sagrada. Me decía una y otra vez:
- Si la enfermedad está en la naturaleza su cura está ahí.
Qué extraño que es hoy en día poder recordar todo ello dicho con su propia voz. Mi hermana continúa creyendo sinceramente en su práctica, yo en cambio nunca la adopté.
Yo era el hijo mayor, Claudia a quien le llevo 2 años es la del medio, actualmente es madre de Bautista, Valentín, Felipe y Juanita. Y Alberto, hijo de un matrimonio posterior al que le llevamos varios años de diferencia, es estudiante de comunicación social y un lector
apasionado de Jorge Luis Borges. Como todas las noticias inesperadas, ocu
rren y nunca hay un momento adecuado para ellas. Por ejemplo se pueden recibir un miércoles a las 4 de madrugada o un jueves a las 18
horas; es lo mismo.
El bolso que se prepara para la internación y los días posteriores al nacimiento ya estaba listo para utilizarlo en los próximos días. Ya nos encontrábamos en la semana prevista del parto y se lo podía requerir en cualquier momento. A pesar de planificarlo todo, nunca ocurren las cosas como se las imagina. A veces hacemos planes, preparamos frases, practicamos diálogos ficticios o fantaseamos encuentros. Creamos conversaciones en donde
somos el exclusivo y único interlocutor. Los acontecimientos se dan la mayoría de veces de forma imprevista. Seguramente un filósofo dirá que es la carga de nuestra condición humana. El peso de no conocer el destino y la incertidumbre de un tiempo venidero desconocido. Tal vez sea así, yo no lo sé.
Todo futuro padre pasa por la inexperiencia, el nerviosismo y la expectativa de darle un rostro a un cuerpo. Yo había visto fotos y videos en ecografías o escuchado latir su corazón en los estudios regulares a tanta velocidad e intensidad como nunca había oído alguno. Todo eso estaba próximo a convertirse en un ser real en mis brazos. Recuerdo en uno de los primeros estudios de la ecografía que el doctor nos preguntó si teníamos decidido el
nombre y dijo:
- Hoy escucharán latir por primera vez el corazón de Catalina.
Si hoy en día tengo alguna imagen de la vida misma es el sonido de ese corazón latiendo.
Catorce días antes del nacimiento y ante el llamado imprevisto, había debido salir con urgencia hacia otro sanatorio luego del mensaje en que me indicaban que a mi padre le había dado un pico de presión. El panorama
era peor de lo que uno se podía imaginar. Durante los días siguientes hubo análisis, tomografías, interconsultas, neurólogos, clínicos y demás especialistas que daban el mismo pronóstico. En terapia intensiva vi en el monitor los latidos de su corazón con menos intensidad. Si tengo una imagen de lo que significa la muerte es ese sonido.
El resto de los días de la internación transcurrieron tan lentos como ninguno otro que haya pasado en mi vida. Mientras, esperaba en cualquier momento el llamado para ir al otro sanatorio. Siempre he creído que a aquellas personas apasionadas con lo que hacen, y a lo que le han dedicado su vida, posiblemente encuentren el final en su puesto de batalla. Cuando mi padre tuvo la aneurisma estaba atendiendo a un paciente. El estado irre-
versible que lo postró por 14 días fue un sueño del que nunca despertó.
A la tarde del 11 de junio fue el entierro y regresamos a casa con quien era mi esposa, Agustina. Por la noche comenzaron las contracciones de parto. Había llegado el día en que me convertiría en padre. Recuerdo que comencé a contar las palpitaciones y el ritmo de la respiración. La expectativa e inexpe
riencia te hacen sentir útil haciendo cosas banales. Así me quedé dormido y pasadas unas horas salimos para el sanatorio. Catalina nació el 12 de junio del 1998. Les he contado a mis hijas una y otra vez y hasta el cansancio y más allá también cómo viví ese nacimiento. La sensación indescriptible del primer llanto, del rostro real de un cuerpo. Y la emoción de repente de convierte en padre, todo se corporiza en aquello que se había imaginado. Ahora es real y ahí está la vida proyectándose. Sonando su corazón con tanta intensidad.
Cuando volvimos del sanatorio recuerdo que en el contestador del teléfono tenía mensajes entremezclados de felicitaciones y pésame. No sé si es posible hacerlo deliberadamente, tampoco si es lo más inteligente o tonto o tan solo uno utiliza las formas de protección que dispone a mano en cada circunstan-
cia; mi mente y corazón levantaron una barrera con el pasado vivido horas antes, sabía que debía focalizarme en mi hija. Uno saca fuerzas inimaginables para hacer frente a determinadas circunstancias. Tantos años después puedo decir que postergué el duelo. Sentía que el futuro era más inminente e im
portante que lo pasado. Recuerdo que recién lloré a los dos meses del nacimiento cuando encontré por casualidad una nota que me había escrito mi padre en ocasión de realizar mi primer viaje a Europa. En ella me deseaba un próspero camino, de aventuras, felicidad y descubrimientos. Y que al regreso a casa habría alguien esperándome.
Sentí que estaba emprendiendo como padre un viaje mucho más complejo, rico y apasionante que el que se pude realizar hacia otro continente. Era el augurio de una nueva vida en familia y como padre y me lo estaba diciendo él, ya muerto. La idea nuevamente del legado, de la responsabilidad por lo venidero, por la crianza, la educación y la formación de una nueva vida estaba delante. Todo mezclado en un remolino de sentimientos que con el tiempo se fue aplacando, dando lugar a sueños y expectativas que superan enormemente el dolor. Nada más adecuado que el
pensamiento de Fernando Pessoa cuando dice que Lo que se siente exige su momento; pasado este, hay un volver la página y la historia continúa. Durante las primeras semanas cuando me levantaba por las noches y paseaba por la casa a Catalina en brazos para intentar conciliar un sueño huidizo, recordaba todos los hechos que habían pasado y sentía que lejos de un sentimiento de bronca me había convertido en padre. Que uno tiene que tomar el lugar en que la vida lo coloca, sean las circunstancias previstas o no. Había que actuar y que eso era lo que valía. El resto era cuestión de tiempo, y tal vez por ese mismo tiempo es que me he tomado casi dos décadas para después relatarlo.
Hoy cuando camino por la calle me imagino teniendo con mi padre diálogos, viviendo circunstancias o comentándole sobre personas que conozco como si él estuviera a mi lado. Me lo imagino en las cenas que compartíamos con Claudia, mis sobrinos y Alberto y sonrío sin motivo alguno. Y fantaseo deliberadamente que conversamos juntos con mis hijas Catalina y Lucrecia compartiendo diálogos imposibles sobre los temas de la vida: comidas, lugares de vacaciones, planes de futuros posibles, pienso en ellas contándole sobre las cuestiones y anécdotas en sus escuelas y con sus profesores, o pensando en situaciones rutinarias de la vida corriente. Es extraño pero recuerdo que las mejores conversaciones que teníamos eran en silencio. Una mirada suya bastaba para decirlo todo. Yo en cambio me diferencio de él en eso, trato de conversar de todo, tal vez los tiempos han cambiado para que esto suceda o deliberadamente me aparté de esa herencia.
Lo recuerdo hoy en día no con un sentimiento de tristeza sino en un parámetro de inexplicable lejanía y sin ningún punto de referencia alguno. Siempre me resultó curiosa la diferencia que existe entre herencia y lega
do. La primera es el conjunto de bienes, derechos u obligaciones que se trasmite a una persona. El legado tiene un peso más mítico e incluso posee un significado religioso ya que es aquello que se deja o transmite a los sucesores, sea una cosa material o inmaterial. Prefiero lo segundo como continuidad de una historia y del peso que conlleva la vida, también del significado de algo que permanece y sigue de otra forma.
Veo hoy crecer a mis hijas y en el actual rol de padre, disfruto que la vida se proyecta de una forma u otra, es así como lo entendí cuando ocurrió todo esto hace tantos años y en la actualidad estoy aun más convencido. A veces solos, respaldándonos en seres próximos, en ideas o creencias, de la manera que podemos, lo intentamos y seguimos adelante. Eso es lo que importa. En la vida pasan cosas de todo tipo y mag
nitudes. La mayoría de nuestros días ocurren acontecimientos sin sentido. Como en los sueños: algunos son olvidables y otros no lo serán. En la vida sucede todo tipo de acontecimientos y lo importante es aquello que hacemos luego de que esas cosas ocurran. Si somos el resultado de los sucesos que nos depara un destino predeterminado o un azar cruel o feliz no lo sabemos; en familia, solos o acompañados, mezclando celebraciones, encuentros y separaciones. Nuestro pasado, la niñez, el amor recibido de nuestros padres, los diálogos, dejamos como legados recuerdos inolvidables, tal vez sólo unas líneas para conformar la imagen que será un relato y que formará parte de las generaciones venideras y de las personas que hoy amamos. Que misterio sigue siendo la vida.
Hace muchos años cuando mi hija menor Lucrecia comenzaba a escribir redactó esta nota en el colegio para el día de los abuelos: Jorge. Te quiero. Yo no te conocí. Yo no tengo mucho para escribir porque no te conocí, pero papá habla de vos. Yo solo te vi en fotos pero no se ven muy bien. Daría un montón por conocerte y seguro que fuiste un gran abuelo. Te quiero mucho mucho aunque no te conocí. Sos uno de mis ángeles. Te quiero tu nieta.