UNA HISTORIA
Maqui, como le gusta a ella que le digan, un día juntó valor, entrevistó a los protagonistas, a los amigos y a su familia, y se metío en la trama para saber más de su padre. Reconstruyó historias, detalles, juntó pedazos de la vida como si fuera un rompecabezas y, de a poco, fue tallando en la memoria esa figura ausente, que anhelaba descubrir.
“Mi papá se llamaba Arturo Rivero Benard, descendiente de catamarqueños y franceses. En la foto estamos en La Granja, Córdoba. Yo tenía un año cuando él murió en un accidente de auto, y él 37”. Hasta acá la lectora nos cuenta los datos mínimos de su recuerdo, pero la familia fue acobijando las remembranzas y se las fue trans
mitiendo a Maqui. Arturo era “todo un personaje”, según cuentan, “un tipo muy amiguero, disfrutador de la vida, de la música. Le gustaba mucho leer, escribir, y bailar chacareras. A veces era volado y aventurero, a mamá la ponía un poco loca. No sé porqué de chica me molestaba que todos me dijeran la típica: ‘No sabés lo divertido que era tu padre’. ¡Ahora daría lo que sea por escuchar esa carcajada!”. Uno puede tener fotos, recuerdos, pero “raramente el timbre de la risa queda inmortalizada. Sin embargo, mi familia y sus amigos se encargaron de que él viva en mi memoria como lo que era, ... un tipo cariñoso”. Maqui también pudo reconstruir una anécdota que le quedó grabada: “Una vez, parece que mamá escuchó una bocina, y cuando se acercó al balcón lo vio a mi papá en una estanciera que había comprado, aparentemente porque iban a empezar a repartir carne. Típico emprendimiento de él y sus amigos. Parece que no prosperó, y habrán comido carne por siglos. Así era él, un soñador empedernido, algo que sospecho haber heredado”.