Clarín

Francisco, el Papa autoexilia­do

- Ricardo Roa

esde que inició su papado hace poco más de cuatro años, Francisco viajó mucho. Visitó 25 países. Entre los grandes, el más grande: Estados Unidos. También Francia. Y medianos y chicos, una legión para todos los gustos. De centro, de derecha, de izquierda y populistas. Entre ellos México, Cuba, Turquía, Armenia, Uganda, Corea, Israel, Jordania, Egipto, Sri Lanka, Albania y Bosnia.

Ya estuvo cerca en Brasil, Bolivia, Paraguay y Ecuador. Y acaba de anunciar que pronto volverá a la región: irá a Colombia, Chile y Perú. Adivinen qué le falta: le falta nada menos que su país, la Argentina. Nadie sabe cuándo piensa venir. Ni siquiera si alguna vez piensa venir. Es raro ¿no?

Francisco hace en Roma cosas que hacía acá como seguir de cerca la vida política y la vida interna del peronismo. Lee y pregunta todo el tiempo sobre lo que nos ocurre. Y busca siempre el contacto, el lazo directo. Practi

ca el acercamien­to. Saluda por cumpleaños, mantiene correspond­encia con compañeros de la secundaria, llama a víctimas de abuso y da empuje por mensajes de texto a los que luchan contra la trata. Habla con palabras y con gestos. Y con ges

tos que lo definen como político. Puede enviar un rosario a Milagro Sala y oficiar de Perón: enviar a cada uno cartas con lo que sabe quieren y esperan que él les diga. Cualquier parecido con el General no es pura coincidenc­ia. Ahí vuelve a ser el padre Jorge, el peronista compañero de ruta de la agrupación Guardia de Hierro.

También sigue siendo aquel padre Jorge cuando habla mucho y atiende mucho a dirigentes del kirchneris­mo que lo habían despreciad­o hasta después de ser ungido Papa y cuando habla poco y se mantiene incómodo y con cara de pocos amigos ante Macri.

Cuatro años sin volver a su país pueden parecer pocos o pueden parecer muchos según se mire. Aquí son muchísimos años esperan

do a nuestro Papa. Finalmente se trata de una decisión de Bergoglio. Debe haber una explicació­n para tanta demora. Cuesta encontrarl­a. En todo caso sólo él la conoce.

Una posible, del lado de Francisco, es que quiere evitar cualquier favoritism­o: no vino con Cristina presidente y tampoco vendrá con Macri presidente. Aunque podría venir y

ver a los dos: sería un modo de equilibrar los tantos. Pero si eso no pasa y Macri llega a ser reelecto ¿entonces no vendría nunca?

Otra explicació­n del mismo lado del Papa es que si viene en medio de la grieta corre el riesgo de ser usado por alguno de los bandos en pugna. También podría pensarse al revés: que con su enorme popularida­d y prestigio Francisco podría contribuir a atenuar el conflicto. Y de paso ayudar al Episcopado en sus esfuerzos por moderar la política argentina.

Afuera el Papa puede terciar en el enfrentami­ento de Cuba con Estados Unidos y de Colombia con la guerrilla. Y puede rezar en silencio ante el Muro de los Lamentos y abrazarse allí mismo a un rabino argentino y a un dirigente musulmán también argentino. Ser pontífice significa justamente eso que ha hecho: tender puentes. Pero hasta ahora ha renunciado a hacerlo con los argentinos.

Fuera de aquí, el Papa trabajó para cerrar grietas y para acercar confesione­s que es además cuidar su Iglesia y su tarea en el mundo. Y esa parte del mundo también debe estar preguntánd­ose por qué no va a su país. No puede ser que no sepamos qué hacer para que Francisco venga. Pero pasa. Ni decir que sólo él y Dios saben por qué no viene.

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