Clarín

En la mafia ya aceptan los “cuernos”

- Osvaldo Pepe opepe@clarin.com

“Un hombre que no pasa tiempo con su familia nunca puede ser un hombre de verdad…”. (Diálogo de ficción entre el mafioso Don Corleone con Johnny Fontane, un cantor fracasado, en la ficción de la novela “El Padrino”, de Mario Puzzo y en la trilogía del mismo nombre, llevada al cine por Francis Ford Coppola)

El asalto a sábanas privadas del futbolista Diego Latorre repuso en el centro de la escena mediática un tema tan añejo como la humanidad. Infieles hubo y habrá siempre. Desde las cortesanas de los tiempos monárquico­s, a las “queridas” de las épocas cumbres del machismo más retrógado, sin embargo hoy se sabe y se acepta en igualdad de condicione­s que la mujer también puede dejarse llevar por la tentación de sucumbir al deseo “no oficial”. Superada por antigua esa discusión, lo que ahora se debate es si esa deslealtad debe o no perdonarse. Si la indulgenci­a con el engaño y la consiguien­te ruptura de un contrato emocional y espiritual en una pareja merece o no una se- gunda oportunida­d del damiificad­o/a.

La cuestión de “los cuernos” viene de muy lejos. Según cuenta Luis Melnik en “Diccionari­o Insólito”, Morgana, bruja y hermana del rey Arturo, principal figura de la leyenda celta y asturiana, le envió al rey un cuerno que tenía una virtud única: ninguna dama podría beber del cuerno si no fuese servida por su real esposo. Si otras intentasen beber, derramaría­n el contenido. Se hizo la prueba ante la Corte con cien damas. Noventa y seis derramaron el contenido. El aboroto en la Corte fue descomunal y parece ser que desde allí ha quedado consagrado el oprobio de los cuernos.

Lo singular en la era del periodismo chimentero, que le quita cada vez más clientes al periodismo político, es que, más allá del affaire del matrimonio Latorre, esta molesta e intrigante cornamenta que lesiona tantos orgullos mal digeridos, ha llegado a permear en los códigos rígidos y sacramenta­les de la mismísima mafia. Desde que alumbró la organizaci­ón, los ma- fiosos más célebres, diestros en el arte de la traición, han eliminados a jefes de clanes rivales. Quien sobrevive a las matanzas pasa a ser el capi di tutti li capi. Y han sido sagaces para hacer buen matrimonio con la política. Sus ancestrale­s códigos de honor, que no consentían y hasta condenaban a muerte sumaria los amoríos prohibidos, se han acomodado a las licencias de los tiempos. La monogamia, y con ella la familia, siempre fueron reconocido­s “valores mafiosos”. Pero los tiempos cambian. El diario “La Repubblica” reveló, en base a las escuchas de carabinero­s de Monreale (Palermo, capital de Sicilia) que un influyente “padrino” miró para otro lado ante la infidelida­d de la esposa de un jefe de clan que se había convertido en la mujer de otro capo más poderoso. Y consagró el adulterio. En confianza, el “respeto” de Vito Corleone por los vínculos familiares, no hubiesen tolerado semejante pecado de modernidad en las bandas criminales. Mundo loco. En cuestiones de alcoba ya ni en la mafia se puede confiar.

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