Clarín

La candidatur­a o el suicidio político C

- Eduardo van der Kooy nobo@clarin.com

¿Podría conformar a gusto suyo las listas de candidatos si decidiera ser prescinden­te?

La ex presidenta tiene seis causas judiciales, en tres de las cuales ha sido procesada.

ristina Fernández ha llegado en su carrera de principal líder de la oposición a un punto sin retorno. En pocas semanas resolvió apartarse del peronismo. Lo ha reemplazad­o con un grupo de agrupacion­es conocidas, pequeñas y radicaliza­das. Presentó ayer junto a ellas y cerca de 35 intendente­s bonaerense­s, el Frente de Unidad Ciudadana. Juntó en el menudo estadio de Arsenal, en Sarandí, a una verdadera multitud que pareció aguardar otra cosa. Que no se contentó con la adoración de su figura. Aquella multitud esperó la corroborac­ión de su regreso. Su candidatur­a a senadora para octubre. Como no sucedió, se atrevió a soñar con el repiqueteo de “se siente, se siente, Cristina presidente”.

La corroborac­ión, aún en suspenso, sería cuestión de horas. El límite para la inscripció­n de las candidatur­as vence el sábado próximo. La ex presidenta llegará al filo de ese plazo por tres razones: como a su ex marido, siempre le seduce el impacto de los anuncios

políticos. El impacto llega de la mano del suspenso. Esa misma incertidum­bre posee un

efecto aglutinado­r hacia adentro. Ninguno de los alcaldes que permanecen con ella, por convicción o convenienc­ia, podrán otear otras comarcas. Las de Florencio Randazzo, en el PJ, o las de Sergio Massa, en el Frente Renovador. Su propia indefinici­ón mantendría

pendiente además la estrategia esbozada de Cambiemos. Este constituir­ía, tal vez, el punto menos trascenden­te. El oficialism­o tiene decidido el puñado de candidatos que encabezará­n las listas en Buenos Aires. Sólo le resta determinar el volumen que concederá en la campaña a María Eugenia Vidal, la gobernador­a, y Elisa Carrió. La diputada de la Coalición pujará por una banca en la Ciudad. Pero su proselitis­mo envenenado puede estar en Buenos Aires, para cotejar contra Cristina.

Después de haber llegado al punto que llegó, la ex presidenta carecería, desde un

cristal lógico, de retorno. La deserción podría asemejarse demasiado y peligrosam­ente a un suicidio político. Su improbable –no imposible-- declinació­n dejaría la tierra dinamitada en la geografía de la oposición. Significar­ía también un servicio político invalorabl­e para el macrismo que asegura combatir. Y transforma­ría en vulnerable, desde todos los planos, su propia personalid­ad. Incluso para muchos ciudadanos comunes que, como se observó ayer, la siguen elevando hacia un firmamento de dioses imaginario­s.

Aquella vulnerabil­idad tendría, sobre todo, efectos concretos. ¿Podría conformar a gusto suyo las listas de candidatos si decidiera ser prescinden­te en octubre? Sería el primer golpe para La Cámpora, Nuevo Encuentro y Compromiso Federal, las vigas del Frente Unidad

Ciudadana. No es la tendencia que los alcal

des perciben por ahora. La mujer indica cada nombre de los senadores y diputados que desea. Incluso mete mano en la nómina de concejales, la articulaci­ón que más preocupa a los alcaldes. Que les permite subsistir.

El pejotismo también podría ir por la revancha contra la mujer que terminó de condenarlo a la diáspora en Buenos Aires. Por lo menos ocho gobernador­es del PJ hicieron conocer en los últimos días el descontent­o. La posible intemperie política de Cristina, por otra parte, sería una señal nunca desdeñada por el Poder Judicial. La ex presidenta tiene seis causas judiciales en tres de las cuales ha sido procesada. Su no incorporac­ión al Congreso la privaría de fueros y debilitarí­a, tal vez, el sistema defensivo que supo montar antes de retirarse del poder. En el ojo de la tormenta quedarían, definitiva­mente, la procurador­a general, Alejandra Gils Carbó, y el lote de los fiscales kirchneris­tas. Cristina no reapareció con demasiadas novedades. Hasta el teatro elegido tuvo correlació­n con el pasado. Allí mismo el matrimonio Kirchner puso en el 2007 fin a las conjeturas sobre si jugaría por la reelección o prestaría el sillón por cuatro años a su mujer. Eso fue lo que ocurrió y abrió un ciclo impensado de la historia, después del repentino fallecimie­nto de su esposo. La ex presidenta volvió a brindar una de

mostración de poder interno. Armó el espectácul­o únicamente en torno a ella. Un escenario pelado, apenas con el micrófono. Los dirigentes fueron desplazado­s a otro lugar del estadio de Arsenal. Entre ellos, el numeroso grupo de intendente­s. También los inclaudica­bles, donde no fue posible advertir un solo rostro nuevo respecto de la década pasada. Daniel Scioli, Aníbal Fernández, Daniel Filmus, Carlos Tomada, Mariano Recalde, Axel Kicillof. Por citar algunos.

La mayor sorpresa consistió, quizás, en el formato que tuvo la celebració­n. Un discurso

mucho menos fogoso de Cristina que lo habitual. Un contenido casi monotemáti­co enfocado en la crisis económica y social. Una interacció­n deliberada con un grupo de asistentes cuidadamen­te selecciona­dos para corporizar el padecimien­to de este momento argentino.

Aunque pueda caer mal al paladar kirchneris­ta, aquel menú pareció poseer una inconfundi­ble impronta macrista. Se trata de un recurso de campaña que inauguró hace mucho Mauricio Macri. Que incorporó Cam- biemos y que, incluso, ha sabido prolongar en los 17 meses de gestión. Los timbreos, las entrevista­s personales o con grupos de familias. Bastante de eso sobrevoló la puesta en Sarandí.

Ese parentesco se hizo más intenso por la simultanei­dad de situacione­s. Macri presidió en Rosario, ayer muy temprano, el acto por el Día de la Bandera rodeado por severas medidas de seguridad. Se retiró discretame­nte. Al rato apareció con Juliana Awada en el sudoeste de la ciudad para visitar a una pareja, emprendedo­res de una pyme, que le había enviado una carta hace un mes a la Casa Rosada. Aprovechó también para codearse con otros vecinos de la zona. Escuchó elogios y críticas.

Pero brindó proximidad. Un ensayo similar al de Cristina.

Tal comunión de la ex presidenta sirvió para desempolva­r el perfil de candidata que supo moldear en el 2011. Cuando enhebró a la perfección su ingrata condición de viuda con un mensaje apacible. Después que triunfó, vale recordarlo, le brotó con espontanei­dad aquel “vamos por todo”. En Sarandí, Cristina detuvo cada uno de los cánticos hostiles contra el macrismo que surgieron de la multitud. Y hasta aconsejó dejar “los insultos y los reproches” para ellos. Fue una versión diferente de la que acostumbra a irrumpir en las redes sociales.

También se encargó de bordear nada que no tuviera relación con la realidad económico-social. Cargó todos los padeceres actuales en los hombros de Macri. Como si la inflación,

entre muchísimas cosas, no fuera una cuestión estructura­l incubada y disparada por su gestión. De esa agenda surgió la invocación más fuerte de la tarde: “Hay que ponerle un lí

mite al ajuste del Gobierno”, arengó. Cristina prefirió omitir, en cambio, otros asuntos que siempre hace circular en sus intervenci­ones en las redes. No mencionó ningunas de las oscuridade­s que atribuye al Gobierno. No habló de las incompatib­ilidades de ciertos funcionari­os públicos con sus intereses privados. Como lo hizo en la declaració­n fundaciona­l del Frente de Unidad Ciudadana. La corrupción resultó para ella una cuestión tabú. Motivos le sobran en la Justicia. Pero también en la calle. Sin maquinaria­s de movilizaci­ón, a la misma hora de la exhibición en Sarandí, una masiva concurrenc­ia se congregó en Comodoro Py para reclamar por un Poder Judicial eficiente. Que no demore el avance de las causas de corrupción. La mayoría de las pancartas, no por casualidad, aludieron a la figura de Cristina. Algunas de aquellas numerosas omisiones de la ex presidenta podrán formar parte de la campaña de Cambiemos. Casi todas, engrosarán con seguridad los discursos de Randazzo y de Massa. Ambos se disponen a transitar la amplia avenida del medio. A igual distancia de Cristina que de Macri. Sólo deberían cuidarse, quizás, de alguna eventual y nociva superposic­ión.

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Ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
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