¿Cambió el ciclo político en la región? C
El populismo no pasa sin dejar huellas Kevin Casas Zamora Diálogo Interamericano. Ex vicepresidente de Costa Rica
ambió el ciclo populista en América Latina? Si por “ciclo populista” entendemos los días de gloria del Socialismo del Siglo XXI, cuando Hugo Chávez amasaba imitadores y clientes por toda la región, es obvio que
esos días se han ido. El experimento quedó sepultado entre las ruinas del precio del petróleo y el descenso al infierno de Venezuela, donde el modelo autoritario y estatista fue llevado hasta sus últimas consecuencias.
Cierto es que permanecen en el poder algunos de sus imitadores más directos, pero hoy son pálidas copias de sus días más rutilantes. La Revolución Ciudadana de Rafael Correa ha entrado en su fase vegetariana, mientras Evo Morales ya no luce capaz de imponer a Bolivia sus sueños de perpetuación en el poder. En Nicaragua, lo de Daniel Ortega no es una criatura del siglo XXI sino una copia demorada de la experiencia dinástica y cleptocrática de Somoza.
En otros países, bajo el peso de distintas combinaciones de irresponsabilidad, autoritarismo y venalidad, gobiernos vagamente afines al chavismo fueron dando paso –por las buenas y también por las malas— a opciones políticas centristas o conservadoras. Así fue en Honduras, Paraguay, Argentina y Brasil. Sin embargo, la idea de que el derrumbe del chavismo implica el desvanecimiento del ciclo populista en la región es un espejismo.
El populismo nunca pasa sin dejar huellas y esas huellas no son todas negativas. Las recientes experiencias populistas de izquierda –hoy venidas a menos—cambiaron la dinámica política latinoamericana, poniendo el reflector en fracturas sociales latentes.
Quizá el efecto más obvio de esto sea el inédito énfasis conferido por todos los gobiernos de América Latina durante las últimas dos décadas a políticas sociales vigorosas, capaces de hacer una diferencia en los niveles de pobreza y desigualdad. Ese énfasis debe más de lo que usualmente admitimos a Hugo Chávez, en algunos casos por imitación de sus políticas y en otros por la preocupación de prevenir brotes populistas similares.
La inversión pública en rubros sociales creció en América Latina de un promedio de 13% del PIB en 1990 a más del 19% hoy. Esa es una de las causas de que la pobreza (también la desigualdad, aunque en menor grado) haya disminuido visiblemente en la región y que ni aún la desaceleración económica regional haya resultado en un desplome de los indicadores sociales.
Hay un segundo sentido en el que el fin del experimento bolivariano no implica el fin del populismo. En la historia latinoamerica-
na este último es una criatura proteica, un estilo político nada ligado a una ideología determinada. Esa criatura prolifera en las miasmas de la desigualdad y la insatisfacción con
las instituciones. El populismo es un síntoma de fracturas sociales y políticas profundas. La apelación al resentimiento contra una élite rapaz y al abandono de instituciones republicanas creadas para limitar el poder nunca atrae una audiencia en una sociedad satisfecha consigo misma.
Es aquí que hablar del fin del ciclo populista en América Latina resulta autocomplaciente
y peligroso. Con todo y los avances sociales, de acuerdo con cifras del Barómetro de las Américas, para el año 2015 casi tres cuartas partes de la población latinoamericana estimaba que la distribución de la riqueza era injusta en sus países, en tanto que más de dos tercios manifestaban estar convencidos de que el gobierno toma sus decisiones para favorecer a los poderosos. Un magro 38% estaba satisfecho con la democracia. Esas son las sociedades que deben resistir los cantos de sirena de los redentores populistas.
En muchos países no los resistirán en el futuro como no los resistieron en el pasado. ¿Fin del ciclo populista? Ahí está Andrés Manuel López Obrador, que conoce como nadie la partitura del resentimiento, encabezando las encuestas en México.
No nos engañemos: no hay un “ciclo populista” en América Latina. Hay una tentación populista permanente nacida de injusticias acumuladas, crónicas debilidades institucionales y canonjías nacidas al amparo del poder. Por esa ruta, la democracia vive peligrosamente. Y el accidente invariablemente llega. w
La tendencia se definirá en el 2018 Rosendo Fraga Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría
Si América Latina está saliendo o no del ciclo populista o de centro-izquierda iniciado en la primera década del siglo XXI, es un interrogante que puede tener respuesta recién el año próximo. En 2014, las elecciones presidenciales que tuvieron lugar en América del Sur, se caracterizaron por las reelecciones. Las lograron Dilma Rousseff en Brasil, Evo Morales en Bolivia, Tabaré Vázquez en Uruguay y Juan Manuel Santos en Colombia. Los cuatro que se presentaron, fueron reelectos y como la mayoría eran en términos generales de centro-izquierda, -la excepción era Santos,- pareció confirmarse el rumbo político que tomó la región desde 2002, cuando fue electo Lula por primera vez en Brasil y que había anticipado la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela a fines del siglo XX. Pero terminado 2015, el triunfo de Mauricio Macri en la Argentina inicio un cambio de ten-
dencia, en el sentido que los oficialismos deja
ron de ganar y gobiernos de centro-derecha los fueron sustituyendo.
Semanas después, la victoria de la oposición venezolana en las elecciones legislativas, lo confirmó. En 2016, el triunfo de Kuczynski en Perú en 2016, la derrota de Evo en Bolivia en un referéndum para obtener un tercer mandato consecutivo, la destitución de Dilma en Brasil y victorias de fuerzas de centro-derecha en elecciones municipales que tuvieron lugar en dicho país y en Chile, acentuaron la tendencia de cambio político.
Sobre el fin de ese año un presidente populista, Daniel Ortega , logró un tercer mandato consecutivo en Nicaragua . Y al comenzar 2017, otro ganó en Ecuador: Lenin Moreno.
Esto plantea la cuestión de si la tendencia de cambio iniciada con el triunfo de Macri continúa o no. La respuesta a esta pregunta podrá darse recién en 2018. Es que el año próximo, eligen presidente los países que tienen los tres electorados más grandes: Brasil, México y Colombia. Reúnen el 70% de los votantes de América Latina.
Como anticipo, en noviembre de este año tendrá lugar la elección presidencial en Chile. Los sondeos muestran que el candidato del centroderecha, el ex presidente Piñera, está primero en las encuestas. La coalición de centro-izquierda que gobernó el país cinco de los seis periodos presidenciales desde el reestablecimiento de la democracia, se dividió. Pero es un país con elección de segunda vuelta y la intención de voto por los candidatos de izquierda y centro-izquierda sumados supera a Piñera.
En mayo del año próximo, tendrá lugar la elección presidencial en Colombia. No aportará demasiado para responder a la pregunta de si la tendencia de cambio iniciada a fines de 2015 se confirma o no, porque la elección probablemente estará entre dos fuerzas de centro-derecha en la segunda vuelta.
Pero en agosto será la elección presidencial en México, el segundo país de la región en población y PBI. El candidato que representa el populismo en este caso es Andrés López Obrador. El sistema electoral no contempla segunda vuelta y se gana por un voto. Competirá con el candidato oficialista- gobierna el PRI un partido populista que ha girado al pragmatismo,- y otro de centro-derecha.
En octubre, serán las elecciones presidenciales en Brasil. Pese a la fragilidad de la situación política del país, es poco probable que se adelante elecciones, porque ello requiere reformar la Constitución, proceso políticamente complejo, que requiere mayorías calificadas en el Congreso y ratificación de las veintiséis legislaturas estaduales. Hoy los sondeos muestran que Lula está primero, pero que puede perder en la segunda vuelta. Además está amenazado por denuncias judiciales. Los principales candidatos de las fuerzas de centro-derecha se encuentran en análoga situación y se registra la irrupción de figuras de la anti-política, ajenas a las fuerzas tradicionales.
En el ínterin probablemente la crisis de Venezuela tendrá algún tipo de definición, que la región necesita sea lo más pacífica posible.
America Latina está integrada por veinte países, pero México y Brasil sumados, son aproximadamente dos tercios de la población y el PBI. En consecuencia, esas dos elecciones presidenciales definirán el rumbo político de la región, más allá de los matices, diferencias y ambigüedades que muestran los procesos políticos regionales y mundiales.