PASIONES ARGENTINAS

No arriar jamás las ilusiones más sagradas

De grande comprendió que no podía vivir sin ilusiones. De chica deseaba y pensaba que las alcanzaría. De adolescente se enojó. De joven probó. De adulta vivió. Sintió tristeza. Fracaso. Se rindió. De vieja comprobó que sus sueños seguían intactos. Tan necesarios para existir. A pesar de todo, creía. En las mañanas bellas. En una conversación que no se termina. En las madrugadas de velas. ¿En el amor?

Se dio cuenta de que se fabricaba situaciones desopilantes. Vivía a la medida de sus fantasías. Creía en sus ideales. Un amigo atribuyó semejante obsesión a su signo del horóscopo. La vecina, a la carta astral. Su familia, a su extraña personalidad. Pero ella pensaba que en realidad nadie la conocía.

Vivía desenfocada, le había comentado un analista. Pensó en abandonar el juego. En que era imposible encontrar ese suelto par. Pensó que los años la habían olvidado. Pensó tanto que se durmió.

Esa noche soñó que remontaba como barrilete. El sol le pegaba de frente. Súbitamente su piel se volvió dorada. Volaba tan alto. En peligro. En abismo. De lejos. De cerca. En el aire su pulso latía fuerte. Como nuevo. Se vio trepada a la bici. Enfrentaba el viento. El vacío.

Cruzaba un río. Escudriñaba las piedras. De repente, levantó la vista. Le pareció alcanzar más lejos. El horizonte parecía una línea verde todavía por escribir. Tembló. Algo se movió bajo sus pies. Se cayó. Tragó saliva. Inspiró. Se puso de pie. Se tomó el pulso otra vez. Todavía latía. Dejó a un costado del camino la mochila. Siguió andando. Tenía tiempo.

Antes de que anocheciera. Todavía podía fabricarse otra ilusión.