Clarín

Nuevo look por fuera, la misma por dentro

- Ricardo Roa

e pronto Cristina dejó de ser Cristina: colgó las ropas caras, se subió a un escenario austero y a la altura de la gente y en medio de la gente y cambió gritos y crispacion­es por tonos y modales casi amables. En realidad, Cristina no cambió: quiere ha

cernos creer que cambió. La que pretende ser y no es, es la que le aconsejan que sea para seducir o para intentar seducir a votantes de sectores medios desencanta­dos con Macri. Y aunque el acto en Sarandí haya tenido el mismo guionista no tuvo el mismo guión.

Nada de los escenarios teatraliza­dos a lo Hollywood como los que le habían montado para festejar el Bicentenar­io con la fiesta post moderna de Fuerza Bruta. Esta vez no hubo

lugar para megalomaní­as. Tampoco hubo lugar para nada que recordara o acercara al peronismo. Ni fotos de Perón ni fotos de Evita ni pancartas de agrupacion­es o de intendente­s. Solamente banderas argentinas y algunos carteles.

También mandaron a la platea, en este caso a las primeras filas de las tribunas, a incondicio­nales de siempre o a impresenta­bles de siempre: Aníbal, Sabbatella, Moreau, Recalde, Conti, Kicillof. Otros fieles no necesitaro­n ser escondidos, impedidos de participar por razones judiciales.

Ningún primer plano ni ningún plano de las cámaras propias para Boudou o De Vido. A D’Elía, echado, lo dejaron en la calle. El mensaje detrás del mensaje fue: Cristina se las arregla sola. Eso sí: reinando y moviéndose en la tarima con la artificial­idad de una bailarina. Y copiando parte de la receta de Durán Barba y parte del Pare de Sufrir de pastores evangélico­s. No sólo desde el Pro aportan frivolidad y efectos especiales a la política. Para la misma operación Aparentar Cercanía, Cristina llamó y colocó a su lado a quie- nes presentó como víctimas del ajuste macrista. Y ofreció sus testimonio­s prometiend­o los milagros que los salvarán para siempre. O sea, los milagros que ella producirá cuando vuelva al poder. Porque volver al poder es finalmente la cuestión: lo que puede salvarla a ella misma.

Cristina ya ha probado no aparecer como Cristina. Lo ensayó en 2007 cuando se presentó sucediendo a su marido y ganó con el 45% de los votos. Llevó a un radical, Julio Cobos, de vice y usó como eslógan continuida­d con cambio. Aquella vez el cambio duró tan poco como duró Cobos y el eslogan fue reemplaza-

do por el de Vamos por Todo. El eslogan hoy sería: cambio para continuar. O mejor: para intentar continuar.

Sarandí mostró todo eso y mostró otra cosa: que Cristina conserva capacidad de movilizaci­ón y conserva capital político. También que la polarizaci­ón promovida por los estrategas del Gobierno le devolvió a ella un protagonis­mo mayor al que el Gobierno buscaba. Cristina se ha hecho más fuerte donde el Gobierno luce más débil: el GBA. Es donde se definirá la elección clave. Tan fuerte se ha hecho que hay decisiones empresaria­s que es

perarán a octubre. Como se ha hecho saber a la Argentina antes de pasarla de mercado de frontera a mercado emergente.

Subidas al mismo tren van otras definicion­es que complican al Gobierno. Quintana y Triaca habían convenido reunirse ayer con dirigentes de la CGT por el aumento del salario mínimo. Tuvieron que suspenderl­o: Cristina se autoprocla­ma defensora de los pobres contra el ajuste de Macri y se achicó la avenida del medio y se achicaron los márgentes de negociació­n. Nada más ni nada menos.

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