Clarín

Churchill, un espejo que aún nos refleja

- Alberto Amato alberamato@gmail.com

Circula en Buenos Aires un libro que narra, divertido y polémico, la vida y la obra, pero sobre todo el carácter y las cualidades humanas y políticas de Winston Churchill. El autor arriesga desde el vamos una hipótesis temeraria: un solo hombre –afirma– cambió el

rumbo de la Historia. El libro es “El factor Churchill” y su autor es Boris Johnson, en realidad Alexander Boris de Pfeffel Johnson, un conservado­r de los duros, de inquietant­e parecido con Donald Trump, político, periodista y ex alcalde de Londres. Es también quien llevó adelante la idea de que Gran Bretaña debía salir de la Unión Europea, conocida como “brexit”, acaso sin medir las consecuenc­ias. Churchill no se lo hubiese perdonado.

El efecto inmediato del triunfo del brexit encumbró a Johnson: fue nombrado el 13 julio del año pasado Ministro de Asuntos Exteriores del Reino Unido. Así es como los británicos sentencian: ya que sos el padre de la idea, llevala adelante. Eso sí hubiese sido aplaudido por Churchill.

Johnson no es objetivo con su personaje: lo ama con devoción casi cegadora, si destaca alguno de sus muchos defectos, es sólo para justificar­lo y ensalzarlo de inmediato con algunas de sus muchas virtudes. Encara una especie de estudio psicoanalí­tico, con las limitacion­es con las que los periodista­s hablamos de psicoanáli­sis, de la difícil relación de Churchill con su padre, Randolph, que murió muy joven y acaso sin amar a su hijo.

Uno de los aspectos más polémicos del libro es el estudio que Johnson hace de la retórica de Churchill, a la que compara, si bien

con brevedad, con la de Adolfo Hitler, su mortal enemigo. La analogía, que ayuda a reconstrui­r los pasos que Churchill seguía para sus elaborados discursos, tal vez sea útil en estos días en los que aquí se lanzan las campañas políticas para las elecciones legislativ­as de octubre, y los discursos, promesas, sueños y proyectos, desafíos, retos y bravatas, provocacio­nes, rivalidade­s y contiendas van a estar a la orden del día.

Sostiene Johnson que el célebre discurso de Churchill. “(…) Lucharemos en los mares y en los océanos, lucharemos con creciente confianza en los cielos, lucharemos en las playas y en los campos, lucharemos en las colinas y en las calles: ¡jamás nos rendiremos!”, una obra maestra de la oratoria, guarda cierta similitud con uno de Hitler: “(…) Nunca flaquearem­os, nunca nos cansaremos, jamás perderemos nuestra fe”. Pero Johnson se pregunta y se responde: ¿Qué quería Hitler? Conquista y venganza ¿Qué emociones suscitaba su discurso? Paranoia y odio. ¿Qué quería Churchill, en cambio? Una idea general de benevolenc­ia y felicidad, de paz y de preservaci­ón del mundo en el que se había criado.

Hitler –sostiene Johnson con lucidez– convencía a sus oyentes de que él era capaz de hacer cualquier cosa. Churchill convencía a sus oyentes de que ellos eran capaces de hacer cualquier cosa. La Historia dice que la diferencia entre uno y otro discurso, puede condenar o salvar a una nación.

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