Clarín

Mi nombre es todo lo que tengo

Aquí menos estereotip­ado, Loach aborda las dificultad­es de un carpintero por conseguir una pensión.

- Pablo O. Scholz pscholz@clarin.com

El cine de Ken Loach es de denuncia social. El director de Pan y rosas viene quizá repitiendo la fórmula, salvando algunas películas como El viento

que acaricia el prado, pero Loach lo ha dicho; hace 50 años que filma la misma película. Algo así como hacen los hermanos Dardenne, con su cámara en mano y sus personajes también trabajador­es.

En Yo, Daniel Blake, vuelve a mostrar las desigualda­des e injusticia­s que debe afrontar la clase obrera inglesa. Siempre tienen buen corazón, salidas ingeniosas, humor pese a las dificultad­es, y si hay que hacer una división, no una grieta, entre los malos y los buenos, ya se sabe de qué lado están. Y de qué lado está Loach. Pero esta vez todo pareciera menos estereotip­ado.

Blake es un carpintero. 59 años, viudo, sufrió un ataque cardiaco y el médico le recomienda que cese de trabajar. Daniel se acerca, entonces, a Seguridad Social para conseguir un apoyo, una pensión. E ingresa en un laberinto burocrátic­o que atenta contra su salud, no sólo cardíaca, sino mental y espiritual.

“Soy un ciudadano”, esgrime en un momento como su mejor defensa.

Nada, pero nada podrá modificar su conciencia ni sus principios. Daniel Blake es, sí, un personaje arquetípic­o de Loach. Si hay que luchar, se lucha. Hasta cuando se pueda, o más.

Pero Yo, Daniel Blake tiene otro personaje que la está pasando mal, tal vez peor que el protagonis­ta. Es Ka- tie (Hayley Squires), madre de dos criaturas que debió mudarse de Londres a Newcastle, donde vive Blake, y así y todo no puede dar un paso adelante.

Loach no confronta sino que empareja a los personajes y sus situacione­s. Porque una cosa es llegar casi a los 60 y no tener dónde caerse muerto, y otra es ser joven, con hijos a cargo y estar en la misma encrucijad­a.

Como si Inglaterra no previera ni se preocupara por el cuidado y el mantenimie­nto de su sociedad. Bo- rren el “como si” y no utilicen el potencial.

Tal vez la Palma de Oro en Cannes ayudó a que Yo, Daniel Blake tuviera una respuesta entusiasta por parte del público británico, ya que lo que cuenta es sumamente doloroso y el cine de Loach no suele ser, en términos de taquilla, popular. Pero el filme está contado con tesón, firmeza, ardor y buenas intencione­s, y todo eso salta de la pantalla hasta la platea.

A excepción de la escena en la que Katie ingresa al banco de alimentos, y donde el director de Como caídos del

cielo “aprieta” más el lápiz (la cámara) y remarca innecesari­amente. Y cierto desenlace de un personaje ,que se siente como un mazazo.

Dave Johns, un comediante que viene prácticame­nte de la TV, es el motor, el propulsor del filme. Dice lo que Loach siempre ha dicho, actúa como un vecino, se hace querible hasta en sus berrinches. El director más que pintar su aldea, no sólo muestra su país, sino la sociedad en la que muchos vivimos alrededor del mundo.

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MONT BLANC Dave Johns. Interpreta a Blake, en lucha por su honor.

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