Clarín

Un postre con inequívoco sello italiano

- Marcelo Guerrero mguerrero@clarin.com

La bien calificada oferta gastronómi­ca de Buenos Aires se nutre, además de los autóctonos, de diversos aportes: mediterrán­eos, europeos centrales, rioplatens­es, andinos, asiáticos... ¿Jamones españoles o quesos suizos? ¿Empanadas criollas o árabes? ¿Sushi japonés o ceviche peruano? La variedad da para todos los paladares, aunque ciertament­e algunos precios no sean para todos los bolsillos.

Donde no hay discusión posible es en el rubro helados. Ahí se impone la procedenci­a italiana por goleada. ¿Quién no ha saboreado un cucurucho de vainilla y dulce de leche granizado en una Venecia, ya sea en el conurbano bonaerense, en el interior de la provincia de Buenos Aires o en una avenida patagónica?

Varese, Piave, Milano, Cadore, Scannapiec­o, Saverio, Nápoles o Maggiore son nombres que remiten a la península y, de inmediato, a locales tradiciona­les, donde uno pide chocolate con almendras y sabe que las almendras serán, muchas, grandes y crocantes.

Por supuesto que si uno quiere comer una tortilla con chorizo colorado o un guiso de mondongo tiene que acudir a un restaurant de origen hispano, ¿pero a quién se le ocurriría pedir un vasito de sambayón en un negocio llamado Galicia o El Andaluz?

De igual modo, uno puede tentarse con las croissants o la patisserie de una confitería de estilo parisino. Sin embargo, si se trata de llevar un kilo de gustos sencillos y rendidores a casa de un amigo, nadie entraría a una sucursal denominada La Maisson o el Bois de Boulogne. Como las pastas y los salamines, el helado tiene dueño. Los tanos son capo di tutti

capi a la hora del postre.

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