Otro ejemplo de la inoperancia de la OEA en defensa de la democracia
La Organización de Estados Americanos (OEA) ha exhibido ante la situación en Venezuela la misma esterilidad en defensa de la democracia que le ha llevado a tolerar en su seno desde las dictaduras militares en Chile y Argentina al actual régimen en Nicaragua, gemelo del enquistado en Caracas. La propia tenacidad de Luis Almagro frente a Venezuela, tan inédita en un secretario general de la OEA como infructuosa, contrasta con su indiferencia ante la situación que se vive desde hace años en Nicaragua bajo Ortega.
Desde la entrada en vigor de la carta de la OEA en 1951, este organismo, de pomposo y vasto aparataje con sede en Washington y unos 90 millones de dólares de presupuesto anual, solo ha tomado dos decisiones realmente ejecutivas que hayan afectado a alguno de sus miembros: las sus- pensiones de Cuba en 1962 y Honduras en 2009.
La de Cuba, que dejó de ser efectiva en 2009, fue justificada por los lazos del régimen con la extinta Unión Soviética y con China, que se consideraron desleales con los intereses americanos que representa la OEA.
La de Honduras, tras el golpe de Estado que derrocó al entonces presidente Manuel Zelaya, y también sin efecto desde 2011, fue resultado de la consecuente aplicación de la Carta Democrática que la OEA había apro- bado como instrumento interno en 2001.
Es la aplicación de ese instrumento lo que Almagro ha invocado sin éxito frente a la situación que vive actualmente Venezuela.
Las transgresiones del régimen de Maduro al Estado de Derecho, la propia Constitución y a los derechos fundamentales son cuando menos las mismas que las de Ortega en Nicaragua.
Durante su historia, la OEA ha acogido sin inmutarse a regímenes tan brutalmente dictatoriales como los de las juntas militares en Argentina o el de Augusto Pinochet en Chile. Tampoco se conmovió ante las dictaduras de los Somoza en Nicaragua, de Stroessner en Paraguay o ante la de Trujillo en República Dominicana.
Durante los sangrientos conflictos sufridos en Centroamérica hasta casi finales del siglo pasado, el desempeño de la OEA brilló por su inoperancia, salvo cuando ya estaban resueltos.
Ya asentada la democracia en el continente, al menos formalmente, la gestión del antecesor de Almagro –el chileno José Miguel Insulza– se caracterizó por las misiones de observación electoral lideradas por ilustres personajes que bendecían todo resultado.
El propio Insulza, por ejemplo, lideró la observación y avaló los resultados en los comicios presidenciales de Haití en 2006, en los que, entre otros despropósitos, poco después de cerrados los centros de votación los periodistas podían observar urnas derramadas y que-