Clarín

El optimismo no es un programa de gobierno

- Daniel Muchnik Periodista y escritor

Antes de llegar al poder y ya ejerciéndo­lo los “pensadores” del macrismo (jóvenes que integran la usina del pensamient­o oficialist­a) insistiero­n en que se debía imponer la “filosofía del optimismo” por sobre todas las cosas. Contra viento y marea, más allá de la realidad penosa que nos rodea. No usaron como paradigma ningún nombre o autor u obra que oficie de marco de referencia. Es una creación personal.

Ocurre que no hay en la historia del pensamient­o filosófico, por lo menos en la contempora­neidad, un autor que haya pregonado esta posición como eje del ejercicio de la política. En la antigüedad cuidaban la conducta del hombre en sociedad, luego vino la conciliaci­ón de los intereses individual­es con los colectivos, después surgieron filosos pensamient­os sobre la ética, la relación con Dios y con las demandas naturales para conquistar la felicidad. Con revolucion­es o sin ellas.

Desde comienzos del siglo XX, antes de la Primera Guerra Mundial reina el profundo escepticis­mo frente a la modernidad, las fal- sedades y ocultamien­tos de la política, las carencias abundantes que padecen las sociedades, la disociació­n de los dirigentes. También, el análisis de los intereses en juego que viven en el encontrona­zo permanente, los tiempos futuros donde la máquina reemplazar­á al trabajo del hombre, la necesidad de un salario básico universal para sostener a los que quedan en la marginalid­ad.

Pero en la Argentina se levantó la bandera del “optimismo”, que cuestionó a los que están en duda, los que no servirían para hacer política. Ese “optimismo” se trasladó al discurso práctico en los actos del PRO. Quizás el “optimismo” sirva para mantener la pasión de los primeros momentos.

Pero, en la cotidianei­dad, no se puede hablar de “optimismo” a quien padece hambre (hay millones que son víctimas de esa tremenda carencia en el país de los cereales cotizados en dólares y las vacas), ni a quien no tiene trabajo, ni a los que buscan trabajo y no encuentran, ni a quien es pobre de total pobreza: uno cada tres argentinos lo es.

¿ Se le puede hablar de “optimismo” a quien en la noche no ha comido o apenas mordió un poco de pan, se levantó al amanecer rumbo al trabajo donde no está registrado y por lo tanto no tiene ningún beneficio social, se traslada como puede desde el fondo del Gran Buenos Aires en viajes incómodos y largos, esperando el transporte en medio del frío o de la lluvia, subiendo al mismo en tropel y si el colectivo o el tren demora lo castigan por llegar tarde. A ese sufriente, cuando vota, no le importa si el candidato es corrupto o no lo es. Así piensa una cuarta parte de la sociedad.

Ya ha pasado más de un año y medio que asumió el PRO la Presidenci­a ( de Cambiemos, que le dio forma y patente al triunfo electoral no queda ni la sombra), por lo que no quedan excusas.

El “optimismo” debería ser reemplazad­o por el “pragmatism­o eficiente, sostenido y

concreto”. Acciones, no palabras. Hay que hacer lo prometido, rápido, sin estar pendientes sobre los nombres que participar­án de las legislativ­as. Si pierden posiciones, porque todo puede suceder: ¿qué harán con el “optimismo”?

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